"Voy a perder horas de mi vida conectado a una máquina, voy a tener una vida intermitente", fue lo primero que pensó con enojo Alejandro Marticorena hace cuatro años cuando escuchó la palabra diálisis. Tenía insuficiencia renal crónica y el dializarse era la única opción debido al mal estado de sus riñones.
El primer día vio su sangre circular por los tubos que lo conectaban a la máquina y se sintió raro. No por la impresión, no por el miedo al "qué pasará", no por algún efecto del tratamiento. Más adelante sabría por qué. Luego de un tiempo, pasó la bronca contra la diálisis, contra él y contra el mundo.
"El cambio más grande se da en lo cotidiano. Estés en un feriado o en vacaciones hay que ir a diálisis. Tenés una vida intermitente. Pero después te das cuenta que es al revés, que es gracias a esto que puedo hacer lo que hago afuera, vivo", dice Alejandro a lanacion.com.
Los riñones son dos órganos gemelos que cumplen importantes funciones vitales. Entre otras, y en lenguaje simple, limpian la sangre de toxinas y otras sustancias que se acumulan en el organismo. Esto, cuando la función renal es óptima, se hace a través de la orina.
En la Argentina hay más de 25.000 pacientes en diálisis ya que sus riñones sólo cumplen con un 10% de sus funciones. La salida de la diálisis es el trasplante y cerca de 5500 personas están en lista espera, pese a que las campañas de difusión para que aumente la donación hayan acortado los tiempos de espera.
Ya hace cuatro años que tres veces por semana, durante cuatro horas, este hombre de 46 años se dializa en el centro Fresenius Medical Care. lanacion.com lo acompañó durante casi todo un día para conocer de cerca su historia, la que habla de cómo vivir esa vida que en un principio pensaba como "intermitente".
Del trabajo a diálisis, el tránsito, la ciudad, los minutos. Son las 11 de un miércoles y Alejandro sale de la empresa donde se desempeña como especialista en comunicación en Internet y medios sociales. De allí maneja hasta el centro de diálisis de Recoleta.
Cuando Alejandro le informó a los directivos de la empresa que tres veces por semana debería irse al mediodía, con sólo dos horas trabajadas, recibió la correcta contestación: "No hay problema, te ayudamos en lo que necesites".
"Tengo entre 20 y 30 minutos de viaje y me quedo cuatro horas haciendo el tratamiento. A eso de las 17 salgo y, especialmente hoy, voy a buscar a mi hijo para una salida de hombres", dice orgulloso, mientras desde su auto lucha, con tensa paciencia, contra el tránsito imposible de avenida Madero.
Si bien los centros suelen tener un servicio de remises para los pacientes, él prefiere ir con su auto y tener mayor libertad, a pesar del tránsito. SEGUIR LEYENDO
Ana Hidalgo