Desde siempre se han enfrentado dos formas o ideas de entender las cosas de este mundo. La Filosofía ha sido el instrumento que los seres humanos han utilizado para tratar de exponer esas dos maneras de ver lo que somos y lo que nos rodea. Han sido la dialéctica del conocimiento y sus consecuencias, en el sentido que, a la vez, han hecho que esas tendencias apoyaran o no, finalmente, que la vida fuese sólo materia sin más, o que lo que existiera no fuese más que una interpretación del intelecto -del alma- del Hombre. El filósofo irlandés George Berkeley fue uno de los que más originalmente desarrolló sus teorías sobre la percepción de la realidad, sobre el idealismo más trascendental. Escribió en 1713 Los tres diálogos entre Hilas y Filonús, en donde enfrentaba las dos formas de concebir la existencia. En una, Hilas, que representaba la Materia, en otra Filonús, expresión de origen también griego, compuesta de Fileó, Amar, y de Nous, Alma, representaba la Mente.
Cuando se hizo a la mar la nave Argo, donde Jasón emprendió su aventura en busca del Vellocino de Oro, algunos héroes le acompañaron en aquel gran viaje. Uno de ellos fue Heracles, el cual quiso que, a su vez, le acompañase su amigo Hilas, hermoso efebo hijo de Tiodamante, rey de los Dríopes. En uno de los arribos que hicieron con el Argo para proveerse de víveres, en la costa de Misia, se mandó a Hilas a que fuese a coger agua. Allí, en el momento en que Hilas se postró ante las orillas de la fuente, unas Ninfas, de pronto, impresionadas por su belleza, se avalanzaron sobre él. Lo arrastraron con ellas al interior de la laguna y lo hundieron hacia su fondo, desapareciendo Hilas para siempre.
Con motivo de esta leyenda dos pintores trataron de conseguir plasmar esa imagen de la seducción y rapto de Hilas. Dos tendencias diferentes, alejadas en el tiempo y en la forma de entender el lenguaje del color, del encuadre, del escenario, de su representación y de su simbolismo. John William Waterhouse, aunque llegó a iniciarse en la tendencia neoclásica, su obra es básicamente prerrafaelita, y mantuvo además un cierto interés por las formas impresionistas de su generación. En esta obra de 1896, Hilas y las Ninfas, describe con su especial maestría las figuras ausentes y lánguidas, los colores vivos, la ensoñación dibujada en cada trazo perfecto, delimitado, correspondiente a su naturaleza, a lo que cada cosa pertenece, con la inocencia de los gestos y del entorno.
Por otra parte, uno de los pintores barrocos italianos más curiosos fue, quizá, el florentino Francesco Furini, ya que, perteneciendo a la época y tendencia propia de su tiempo -el barroco-, se sintió atraído por el manierismo y la sutil técnica del Esfumado, creada ya un siglo antes por el genial Leonardo da Vinci. Esta forma de pintar consistía en dotar al lienzo de varias capas de suave pintura. Así se conseguía un efecto de contornos imprecisos, en donde lo lejano y lo cercano fuese un continuo sin fin. Esta difuminación la obtiene Furini en su lienzo Hilas y las Ninfas de 1635, la misma escena de la seducción y el rapto de Hilas. Pero, sin embargo, ambos autores obtienen dos resultados diferentes.
La obra de Furini no nos seduce de inmediato, como sí lo hace la de Waterhouse. La claridad de éste, la belleza transferida de pronto, el conjunto perfecto, la imagen definida y verosímil del protagonista, la atmósfera encantada, y el color de una naturaleza sugerente, hermosa y delicada hacen de la creación de Waterhouse una opción atractiva y querida; donde, además, todo el cuadro se llena con sus personajes. Sin embargo, Furini obtiene, con la representación de la misma leyenda mitológica, una especial y genial obra de Arte. Aquí no hay nada que, de pronto, nos haga comprender qué es lo que vemos. Sobre un fondo oscuro, un cielo tenebroso, unos perfiles imprecisos, aparece un Hilas diferente, como pensando qué ha de hacer, si seguir o regresar. Las Ninfas se muestran, algunas distraídas, decididas y enfrentadas al protagonista. Aquí, además, sólo parte del cuadro -la mitad inferior- es la que ocupan los personajes, el resto es oscuridad y lejanía, aun así, el pintor florentino alcanza en esta obra a incluir lo necesario, no más.
Sólo después de comprender qué es lo que la historia quiere mostrar, lo que verdaderamente encierra, es cuando la técnica elegida por el creador pictórico alcanza toda su perfección. Esto es lo que obtiene Francesco Furini en su cuadro, esto es lo que es la genialidad del Arte. En la obra del filósofo Berkeley, en el diálogo que tienen los dos personajes, se dicen ambos en una ocasión:
- Filonús: Los hermosos colores rojos y purpúreos que vemos allá en las nubes, ¿están realmente en ellas?-Hilas: Tengo que admitir, querido Filonús, que esos colores no están realmente en las nubes, tal como parecen estar a esta distancia. Son colores aparentes.-Filonús: ¿Los llamas aparentes? ¿Cómo distinguiremos, entonces, esos colores aparentes de los reales?
(Óleo de Francesco Furini, Hilas y las Ninfas, 1635, Palazzo Pitti, Florencia; Cuadro del pintor John William Waterhouse, Hilas y las Ninfas, 1896, Galería de Arte, Manchester; Óleo del pintor Francesco Furini, La Fe, 1645, Palazzo Pitti, Florencia, donde Furini consigue una delicada y extraordinaria representación de esta virtud, con la sutileza exquisita de un perfil desnudo, la mirada indolente, y una copa como un símbolo, en donde no sobra ni falta nada.)