-¿Cenará usted conmigo?
-¿Cenar y qué más?
-Solamente cenar (…). Podemos simplemente mirarnos mucho el uno al otro.
-¿Por qué? ¿Porque le recuerdo a ella? Eso no es muy halagador. ¿Y nada más?
-No.
-Eso no es muy halagador tampoco.
-Lo único que deseo es estar con usted tanto tiempo como me sea posible.
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-¿Por qué está usted haciendo esto? ¿Qué piensa conseguir con ello?
-No lo sé. Nada, supongo. No lo sé… Hay algo en usted…
-Ni siquiera desea usted tocarme.
-Sí… Lo deseo.
-¿Puede que no le guste… de la forma como soy ahora? Cuando empezamos todo esto fue tan divertido… Nos lo pasamos bien. Y luego empezó usted con eso de los vestidos. De acuerdo, me pondré ropas zurcidas si usted lo quiere… Si así le gusto un poco más.
-¡El color de su pelo!
-¡Oh, no!
-¡Por favor, a usted no puede importarle!
-Si dejo que usted me cambie, ¿servirá de algo? Si hago lo que usted me pide, ¿me querrá?
-Sí… Sí.
-De acuerdo entonces. Lo haré. No se preocupe más por mí.
Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958).

