Revista América Latina
¡Viva Zapata!
(Viva Zapata!, 1952)
Director: Elia Kazan.
Guión: John Steinbeck (sobre la novela de Edgecumb Pinchon).
Elenco: Marlon Brando, Jean Peters, Anthony Quinn, Joseph Wiseman, Harold Gordon, Lou Gilbert, Margo, Alan Reed, Frank Silvera.
Premios Oscar: Mejor Actor Secundario (Anthony Quinn). Nominación por Mejor Actor (Marlon Brando), Mejor Dirección de Arte, Mejor Guión Original (John Steinbeck), Mejor Música (Alex North).
La acción principal tiene lugar en el Sur de México, entre 1909 y 1919. Narra la historia de Emiliano Zapata (Marlon Brando), líder del movimiento campesino del estado de Morelos que reclama las tierras propias ocupadas por terratenientes. Ante el fracaso de las gestiones pacíficas, y con la ayuda de su hermano Eufemio (Anthony Quinn) y de Pablo (Lou Gilbert), un viejo amigo, se erige como uno de los cabecillas de la insurgencia contra la dictadura del presidente Porfirio Díaz (Fay Roope) y a favor de la causa democrática de Francisco I. Madero (Harold Gordon). La lucha seguirá en contra de la usurpación de Victoriano Huerta (Frank Silvera), hasta que finalmente, y con el apoyo de Pancho Villa (Alan Reed), se le presenta la oportunidad de llegar a la cima del poder y hacer cumplir sus ideales, aunque todavía tiene en los carrancistas enemigos a los que debe enfrentarse.
Este sábado se celebran 100 años del inicio de la Revolución Mexicana, un movimiento que comenzó con la convocatoria que hizo Francisco I. Madero a través del Plan de San Luis Potosí para que el 20 de Noviembre de 1910, todos los que se hubiesen sentido oprimidos e ignorados por el gobierno de Porfirio Díaz, se levantarán en armas en contra de la dictadura y se asegurara el establecimiento de elecciones libres y democráticas en México.
Para esta ocasión hemos elegido dos secuencias a reseñar de esta elogiada película norteamericana. La primera secuencia se ubica a los quince minutos de transcurrido el metraje. En ella, se nos propone una visión romántica del héroe cuando Zapata entra a la Iglesia del pueblo de Anenecuilco, Morelos, siguiendo a Josefa Espejo (Jean Peters), la joven a quien pretende. Ella es acompañada por su tía (Nina Varela), y él por su hermano Eufemio. Este último se arrodilla junto a la tía y le tapa la boca para que no pueda pedir ayuda, mientras que Josefa, que permanece rezando una banca adelante es abordada por Emiliano.
Emiliano: Josefa, debo hablar contigo.
Josefa: Los rurales te persiguen.
Emiliano: Lo sé, arriesgué mi vida por venir aquí. ¿Cuándo puedo hablar con tu padre?
Josefa: ¿Para qué?
Emiliano: Para pedirle tu mano.
Josefa: No, no lo hagas.
Emiliano: ¿Por qué no?
Josefa: Solo no lo hagas.
Emiliano: ¿Hay algo de malo en mí?
Josefa: Claro que no. ¿Pero qué habría de malo en mí?
Emiliano: ¿Qué quieres decir?
Josefa: No tengo la intención de acabar lavando ropa en un charco, y haciendo tortillas como una india.
Emiliano: ¿Quién dice eso?
Josefa: Mi padre.
Emiliano: [Se molesta y la sujeta fuertemente del brazo] Mi madre era una Salazar. Y lo Zapatas eran cabecillas aquí cuando tu abuelo vivía en una cueva. Siempre recuerda eso.
Josefa: Bueno, pero ustedes ya no son cabecillas ahora. No tienen tierra, ni dinero. Y tal vez estés a la cárcel mañana.
Emiliano: ¡Para! [La suelta].
Zapata se levanta decidido a salir de la iglesia, pero reflexiona un poco y vuelve sobre sus pasos.
Emiliano: Me han ofrecido un empleo para Don Ignacio de la Torre, ¿entiendes?
Josefa: Don Ignacio de la Torre no le daría empleo a fugitivos de la ley.
Emiliano: Si acepto su ofrecimiento él hará que me perdonen.
Josefa: ¿Por qué podría Don Ignacio necesitar a alguien como tú? ¿Por qué?
Emiliano: Aparentemente Josefa tú no sabes que soy el mejor juez de caballos en el país. Tú eres la única que ignoras esto. Estuve con él por años y compré cada caballo que hay en su establo. Cuando yo no ayudaba a Don Ignacio a comprar sus caballos, es tarde cuando descubre que tienen cinco patas. [Eufemio destapa un instante la boca de su prisionera]
Tía: ¡Mono presumido! [Vuelve a ser reprimida por el hermano de Zapata]
Emiliano: Tú sabes Josefa que yo podría llevarte conmigo por la fuerza, ahorita.
Josefa: ¿Por la fuerza? No podría impedírtelo. Iría contigo porque no podría impedírtelo, pero tarde o temprano tú tendrías que dormir.
Emiliano: ¿Y entonces?
Josefa: [Saca un gancho de tejer que portaba como sujetador en el peinado, y lo apunta al corazón de Emiliano, amenazándolo] Tarde o temprano tú tendrías que dormir.
Emiliano: Tú no harías eso nunca. ¿Una muchacha respetable como tú?
Josefa: Sí, lo haría. Porque soy muchacha respetable. Una muchacha respetable que quiere vivir una vida segura. Protegida, tranquila. Sin sorpresas, y preferentemente con un hombre rico.
Emiliano: Tú no piensas así.
Josefa: Claro que sí. Vuelve cuando puedas ofrecerme eso.
La segunda secuencia se ubica a la mitad de la cinta. Díaz se ha exiliado en Francia, Emiliano ha conseguido casarse con Josefa y el movimiento antireleccionista ha triunfado. Zapata va con Pablo y Eufemio a la Ciudad de México a entrevistarse con Madero. En el despacho presidencial de Palacio Nacional se está descolgando el retrato de Porfirio Díaz para poner la imagen del nuevo presidente. Zapata permanece sentado en espera de mejores noticias.
Madero: Bien, ahí va ya [dice en alusión al retrato]. El viejo Díaz estaba más podrido de lo que creíamos. Cuando Huerta presionó en el norte con ayuda de Pancho Villa, y usted General por el sur, Díaz se desmoronó.
Emiliano: Perdone usted, Señor. ¿Cuándo pueden ser devueltas las tierras de los pueblos? La gente está preguntando.
Madero: No se preocupe. Ahora construiremos lenta y cuidadosamente. Firmaré ahora [se dirige hacia uno de sus ministros].
Emiliano: La gente del pueblo quiere saberlo.
Madero: Ellos tendrán sus tierras, pero según la ley. Esto es delicado. Debe ser estudiado.
Emiliano: ¿Qué es lo que tiene que estudiarse?
Madero: Las tierras tienen que ser devueltas de acuerdo con la ley, así no habrá injusticias.
Madero muestra a Zapata los planos de una tierra “muy rica, nivelada y bien regada”, que es en realidad un rancho que le está regalando por el apoyo que le dio al Plan de San Luis en su lucha para derrocar a Díaz. Madero le menciona que es una buena y antigua costumbre recompensar a los generales victoriosos, y que ninguno se lo merece más que él.
Emiliano: Yo no luché por un rancho.
Madero: Creo que no ha entendido lo que quise decir...
Emiliano: [Toma el mapa y lo tira] Sé lo que quiso decir… [Se pone de pie] Perdóneme, Señor, pero la tierra por la que luché no era para mí mismo.
Madero: General…
Emiliano: ¡¿Qué es lo que hará respecto a la tierra por la que luché?!
Madero: General, nos ocuparemos de eso. Créame. A su debido tiempo.
Emiliano: Ahora es el debido tiempo.
Madero: General Zapata, siéntese.
Emiliano: No estoy cansado.
Madero: Este es un gobierno constitucional. Solo hay una forma de hacer esta clase de cosas…
El presidente se muestra abatido por la situación en la que se encuentra, dice que no puede pensar claramente con tanta gente metida ahí dentro y el ruido que provocan los trabajadores que redecoran la oficina, así que les pide salirse inmediatamente, mientras que él también sale un momento a atender a las personas que lo esperan en la habitación contigua. Pablo le dice a Emiliano que Madero tiene razón en lo que le pide, que para que haya paz se necesita tiempo y que deben trabajar por la ley. Fernando (Joseph Wiseman), el arribista emisario de Madero, se opone a esperar, y menciona que si éste no devuelve las tierras es un enemigo y que hay que seguir luchando contra el régimen. Eufemio le dice a su hermano que es un buen rancho en el que le ofrece y que debe aceptarlo, porque en la lucha no tomaron nada y por lo tanto, no tienen nada. Madero regreso al despacho y continúa la charla.
Madero: General Zapata, ¿no confía en mí? Debe confiar en mí. Le prometo a usted que mi primera preocupación es el asunto de la tierra. Pero en una forma que sea permanente. Pero antes de hacer algo mediante la ley deben tener leyes. No podemos tener una nación armada y agresiva. Es tiempo, General, de guardar nuestras armas. Ese es el primer paso. Esa es la primera petición que le hago. Guarden sus armas y dispersen su ejército.
Emiliano: ¿Y quién hará cumplir las leyes?
Madero: El ejército regular, la policía.
Emiliano: ¡Contra ellos peleamos y los vencimos! Déme su reloj.
Madero: ¿Qué?
Emiliano: [Prepara su carabina y le apunta al rostro] Déme su reloj. [Madero saca su reloj del bolsillo] ¡Démelo! [Se lo arrebata. El presidente queda desconcertado. Zapata observa el objeto] Es un bonito reloj. Y es caro...
Emiliano: Ahora tome mi rifle. [Le da vuelta a su arma y la coloca bajo el brazo de Madero]
Madero: No.
Emiliano: Ahora puede tomar su reloj otra vez [se lo regresa colocándolo sobre la pila de libros que hay en su escritorio], pero sin esto [señala el arma] ¡jamás!
Madero: Expuso una fuerte moral.
Emiliano: [Recoge su rifle] Usted nos pidió desarmarnos. ¿Cómo conseguiremos nuestra tierra, o la protegeremos, si nos desarmamos?
Madero: Pero eso no es así de simple. Es cuestión de tiempo…
Emiliano: ¡Tiempo! [Da un golpe al escritorio] El tiempo es una cosa para los abogados, pero para el campesino hay un tiempo para plantar y un tiempo para cosechar. Y no se puede plantar y cosechar a la vez.
Madero: General Zapata, ¿usted confía en mí?
Emiliano: De la misma forma que mi pueblo confía en mí. Yo confío en usted y ellos confían en mí siempre y cuando cumplamos nuestras promesas. Ni un momento más. [Se da la media vuelta y se decide abandonar el recinto seguido de sus compañeros]
Madero: ¿A dónde va?
Emiliano: Me voy pa’ mi casa.
Madero: ¿Qué hará usted allí?
Emiliano: [Se detiene un momento] Pues esperar. Pero no por mucho tiempo.
Tiempo tampoco tuvo Madero para hacer cumplir sus promesas de campaña. Traicionado por uno de sus jefes militares morirá asesinado, e igual destino se cernirá sobre Zapata, pero a diferencia del primero, se mata a un hombre y al líder de una revolución, pero no su alma e ideales, ideales que el pueblo hizo suyos para continuar una legítima batalla que todavía no termina. Este Centenario recuerda a los ídolos caídos, a la gente del pueblo que los siguió, a los héroes anónimos que lucharon por la justicia y la igualdad. A las mujeres que los siguieron y apoyaron. Pero sobre todo, a la esperanza colectiva de una nación en la lucha contra las desigualdades sociales y la permanencia del poder. Mi nación sigue viva y sigue festejando aún en los tiempos que parecen sombríos: 200 años del inicio de la Independencia, 100 años del inicio de la Revolución. Y en el Eden Sideral también gritamos: ¡Viva México! ¡Viva México!