Revista Cultura y Ocio

Diario de invierno

Publicado el 26 junio 2013 por Rubencastillo
Diario de invierno
He sido lector bastante tardío de varios monstruos sagrados de la literatura universal, entre ellos Paul Auster, lo cual no constituye a mi entender sino una anécdota. Siempre me han llamado la atención esos tontucios extremistas que ponen unos ojos como platos cuando alguien les dice que no ha leído a Coetzee, a Bukovski o Modiano, sin detenerse a pensar que probablemente esa persona haya leído a trescientos autores que él ignora. Tuve ocasión de conocer unos años atrás El cuaderno rojo, no me pareció memorable (para qué mentir) y no había vuelto a insistir con el norteamericano. Ahora he tenido la oportunidad de beberme las páginas de Diario de invierno y la sensación ha sido diferente. Me ha interesado mucho más, sin duda alguna. Lo que el autor de New Jersey hace aquí es contarse significativamente a sí mismo desde la infancia hasta el presente, mediante hábiles maniobras de analepsis y prolepsis. Y aunque esto constituya siempre un peligro, porque salvo que uno haya vivido una vida excepcional lo frecuente es que aburramos a las ovejas cuando contemos nuestros días, Auster lo esquiva con la mejor técnica posible: la calidad literaria. Elige siempre el mejor ángulo narrativo, la anécdota curiosa, la lección que extraer incluso de la banalidad... Y de este modo nos mantiene pegados a las páginas de su libro.Usando la segunda persona narrativa (una de las grandes curiosidades del texto), Auster nos habla de la prostituta francesa que le recitaba a Baudelaire mientras yacían juntos en la cama; de los más de veinte domicilios en los que ha vivido, en varios países; de los continuos accidentes que padeció durante su infancia (los cuales le depararon no pocas cicatrices); de cómo tuvo purgaciones y ladillas; de cómo su amigo Spiegelman «siempre que alguien le pregunta por qué fuma, responde indefectiblemente Porque me gusta toser» (p.22); de cómo le presentaron a su actual mujer el 23 de febrero de 1981 (mientras en España contemplábamos, perplejos, el anacrónico tricornio de Antonio Tejero); de los problemas que tuvo con este o aquel pariente; etc. Y como añadido, algunos funerales, algunos amores, algunas rupturas. Como puede verse, no hay en estas páginas ni un solo elemento fantástico o extraordinario. Pura cotidianidad. Pura normalidad gris.
El hombre que opina que «ignorar lo que dice la gente es beneficioso para la salud mental de un escritor» (p.185) y que se dice a sí mismo «Has entrado en el invierno de tu vida» (p.243) ha sabido convertir lo usual en literatura. Es el milagro de las letras. El milagro del talento.

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