Revista Cultura y Ocio
ATAQUES DE PÁNICO
A veces, las sombras de la vida se mezclan con nuestra propia sombra de ese modo tan poético que solo el realismo más exacerbado puede plasmar. ¿Tiene esto sentido? A veces, vivir es como soñar (definitivamente, esto no tiene sentido). Decía DH Lawrence: Cada hombre es dos hombres: uno adormecido en la luz y otro despierto en las tinieblas. Estas últimas semanas me he movido por la realidad de la vida conscientemente adormecida en la luz. Quien haya sufrido un ataque de pánico me entenderá. La dominación del miedo ante la nimia responsabilidad de respirar es el dominio más férreo de lo irracional sobre la voluntad y la razón. Me he sentido pequeña y vulnerable, frágil como una porcelana, insignificante como una paja en medio de un vendaval, pero también arrebatada por una delirio onírico en la vigilia, sometida sin voluntad de un modo que solo puedo imaginar que transporten las drogas.
Mientras, las lecturas desplegaban peligrosamente su dominio en mi interior confuso, algunas voluntarias, otras obligatorias (para el Club de lectura de mis niños), todas truncadas, mezcladas, abandonadas y retomadas, imprescindibles y enojosas. Richard Ford y su Acción de Gracias me hace sentir al final y al principio al mismo tiempo, cómo se entremezcla siempre la tragedia con la risa descarnada (eso que llamamos vivir), y con él me sentí frágil y cínica, audaz y perpleja.
Una recopilación de ensayos de Henry James editada este verano, La locura del arte, me lleva a la conclusión de que la crítica literaria gira sin cesar repitiendo las mismas revelaciones, como la luz de un faro irrumpiendo intermitentemente con su promesa de amparo ante el extravío. Estos días que se ha puesto de vuelta y media al bueno de Harold Bloom, el maestro de ojos tristes, como si su aristocratismo crítico ofendiese en unos tiempos donde lo sublime, lo hermoso, fuesen los restos moribundos de una flor en peligro de extinción, me he sentido cercana a un James que hace más de cien años decía que la prosperidad de la ficción ha caminado en paralelo a la desmoralización y vulgarización de la literatura y a la familiaridad creciente de las formas de comunicación, o que la reseña es un esfuerzo de la inteligencia tan ruinoso como la incompetencia del producto sobre el que farfulla. Dice César Antonio Molina en El País, adoptando un tono racional que alivia entre tanto soliviantado, que vivimos una época de intensidad tenue. Tenue y a ratos enajenada. Si la literatura busca la verdad, sea lo que sea esto, el crítico es un intérprete, un decodificador del mensaje enigmático del artista. Pero solo si el mensaje es elevado su comprensión puede resultarnos valiosa.
Espero ser capaz de desarrollar los planteamientos anteriores, pequeñas pinceladas, manchas apenas de un cuadro que se niega a dejarse pintar. Cuando la nubosidad presente se disipe un poco y salga el sol voy a ser feliz, porque como recuerda Alberto Manguel en su réplica a Bloom, Dante condena al infierno a aquellos que fueron tristes “en el dulce aire que del sol se alegra". Prometido.
A veces, las sombras de la vida se mezclan con nuestra propia sombra de ese modo tan poético que solo el realismo más exacerbado puede plasmar. ¿Tiene esto sentido? A veces, vivir es como soñar (definitivamente, esto no tiene sentido). Decía DH Lawrence: Cada hombre es dos hombres: uno adormecido en la luz y otro despierto en las tinieblas. Estas últimas semanas me he movido por la realidad de la vida conscientemente adormecida en la luz. Quien haya sufrido un ataque de pánico me entenderá. La dominación del miedo ante la nimia responsabilidad de respirar es el dominio más férreo de lo irracional sobre la voluntad y la razón. Me he sentido pequeña y vulnerable, frágil como una porcelana, insignificante como una paja en medio de un vendaval, pero también arrebatada por una delirio onírico en la vigilia, sometida sin voluntad de un modo que solo puedo imaginar que transporten las drogas.
Mientras, las lecturas desplegaban peligrosamente su dominio en mi interior confuso, algunas voluntarias, otras obligatorias (para el Club de lectura de mis niños), todas truncadas, mezcladas, abandonadas y retomadas, imprescindibles y enojosas. Richard Ford y su Acción de Gracias me hace sentir al final y al principio al mismo tiempo, cómo se entremezcla siempre la tragedia con la risa descarnada (eso que llamamos vivir), y con él me sentí frágil y cínica, audaz y perpleja.
Una recopilación de ensayos de Henry James editada este verano, La locura del arte, me lleva a la conclusión de que la crítica literaria gira sin cesar repitiendo las mismas revelaciones, como la luz de un faro irrumpiendo intermitentemente con su promesa de amparo ante el extravío. Estos días que se ha puesto de vuelta y media al bueno de Harold Bloom, el maestro de ojos tristes, como si su aristocratismo crítico ofendiese en unos tiempos donde lo sublime, lo hermoso, fuesen los restos moribundos de una flor en peligro de extinción, me he sentido cercana a un James que hace más de cien años decía que la prosperidad de la ficción ha caminado en paralelo a la desmoralización y vulgarización de la literatura y a la familiaridad creciente de las formas de comunicación, o que la reseña es un esfuerzo de la inteligencia tan ruinoso como la incompetencia del producto sobre el que farfulla. Dice César Antonio Molina en El País, adoptando un tono racional que alivia entre tanto soliviantado, que vivimos una época de intensidad tenue. Tenue y a ratos enajenada. Si la literatura busca la verdad, sea lo que sea esto, el crítico es un intérprete, un decodificador del mensaje enigmático del artista. Pero solo si el mensaje es elevado su comprensión puede resultarnos valiosa.
Espero ser capaz de desarrollar los planteamientos anteriores, pequeñas pinceladas, manchas apenas de un cuadro que se niega a dejarse pintar. Cuando la nubosidad presente se disipe un poco y salga el sol voy a ser feliz, porque como recuerda Alberto Manguel en su réplica a Bloom, Dante condena al infierno a aquellos que fueron tristes “en el dulce aire que del sol se alegra". Prometido.