Revista Opinión

Diario de un prodigio (LXXX)

Publicado el 31 diciembre 2012 por Manuelsegura @manuelsegura

Murat Akan. Istanbul

[28-12-2012]

Quizá lo coherente hubiera sido decirle a la gente en la pasada campaña electoral algo así: “Como no sabemos lo que nos vamos a encontrar cuando lleguemos al Gobierno, las medidas a adoptar quedarán supeditadas a ello”. Más o menos, con aditamentos edulcorados, si se quiere, pero sin asegurar tajantemente que no se tocarían las pensiones, ni el IVA, o que la sanidad y la educación serían poco menos que sagradas. De haber sido así de francos, es posible que el electorado no se hubiese arredrado en demasía. Mas continuar un año y pico después de aquello apelando a la cantinela de ‘la herencia recibida’ se me antoja reiterativo ante un panorama que hace agua por casi todas partes. Todos sabíamos que las tijeras serían imprescindibles en esta España de autonomías de clase preferente trufadas con responsables institucionales alérgicos a la clase turista. E intuimos que un país en el que se vive de la subvención permanente, explotará algún día. Lo que no nos podíamos imaginar es que el diseño del recorte lo tuvieran que ejecutar una suerte de quienes se creyeran discípulos del sastrecillo valiente, aquel personaje envalentonado del cuento de los siempre celebrados hermanos Grimm. No sé si me explico…

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[27-12-2012]

La Guardia Civil ha localizado hace pocas horas, en el interior de una balsa, el cadáver de la niña de 16 meses secuestrada por un tipo hace unos días en Almería. Tras ser detenido esta tarde, cuentan que el presunto homicida se ha derrumbado durante el interrogatorio al que era sometido por los agentes, confesando el lugar donde estaba el cuerpo del infortunado bebé. Al parecer, el hombre, de 25 años, mantenía una relación sentimental con la madre de la fallecida, a la que conoció a través de una página de contactos en internet.
Cuando sabes de historias como ésta, se te hace muy difícil templar el ánimo y seguir manteniéndote firme en la férrea defensa del amparo que, hasta a los seres más indeseables y abyectos, ha de garantizar siempre el Estado de Derecho. Ello no obsta para que, en lo más profundo de nosotros mismos, lleguemos a pensar en caliente que quienes así actúan merecerían ser exterminados de toda sociedad, como se hace con los roedores en las consabidas campañas de desratización. Pero, por fortuna, no todo es carroña deshumanizada ni todos los hombres llevan en su interior a un perfecto hijo de puta.


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