Revista Música
El viernes 16 de Enero viví uno de los momentos clave de (casi) todo tejedor: acudir a un encuentro. Lo tenía fácil, puesto que en Granada acababa de ponerse en marcha Alhambra Knits, el más reciente de múltiples grupos que estuvieron activos en la ciudad alguna vez. Ahora bien, tenía una razón adicional para acudir precisamente a este grupo: yo le puse nombre. También cuenta que, inicialmente, lo organizó La Maison Bisoux, pero el encuentro es de todo aquel que quiera acudir y me complació comprobar que las decisiones se toman democráticamente.
Pero vayamos con el relato del encuentro por orden de prioridades. Fue la primera vez que estuve rodeado de más de una decena de mujeres. Lo que no ha conseguido mi atractivo durante 28 años lo he logrado con una semana de tejedor. Está bien, ninguna acudió por mí, no poseo ese poder de convocatoria [de hecho, pasé más bien desapercibido], pero dejadme que lo considere un hito igualmente. Ser el único hombre ―creo que es la primera vez que me autocalifico así― en un grupo tan amplio de mujeres suscitó miradas entre extrañadas y socarronas por parte de los que pasaban cerca de nuestras mesas. No obstante, además de que eso no supone un problema para mí, es algo a lo que estoy acostumbrado: en mi vida predominan las (buenas) influencias femeninas. Tengo más amigas que amigos, mis profesores más inspiradores han sido mujeres en su mayoría... En muchos aspectos, siempre me he sentido cerca de la sensibilidad femenina. Es más, la ruptura de las fronteras y los roles genéricos me parece un buen objetivo que perseguir, una de las maneras más efectivas de luchar contra la desigualdad y el machismo, entre otros males.
Volviendo al encuentro, ahí estaba yo, con mi técnica insegura y lenta, rodeado de personas que tejen a velocidades supersónicas y dominan estilos complejísimos. También había algunas alumnas de Ángela que sólo me llevan unas semanas de ventaja, suficiente para sentirme un pelín más integrado. Quizá ese sea uno de los aspectos más interesantes de estas reuniones, que se junten tejedoras de distintos niveles y se ayuden entre ellas. Me coloqué al ladito de Ángela, para que me resolviese mis muchas dudas y acudiese en mi rescate cuando lloriqueaba desesperado cada vez que hacía algo extraño con las agujas. Estuve algo más de una hora, pero no avancé mucho con mi cuello. En fin, cuando esté terminado le dedicaré la próxima entrega de este diario para que constatéis mis avances.
Unas tejedoras eran encantadoramente extrovertidas, otras también divertidas, algunas tímidas... Yo permanecí en ese tercer grupo, pues nada más llegar me invadió esa timidez en grado máximo que solía padecer y de la que creía haberme librado. Entre eso y que todavía no puedo hablar y tejer al mismo tiempo ―ya iré superando estas limitaciones psicomotrices―, debieron de pensar que no soy muy comunicativo. Para la próxima me prepararé algunos chistes. Así que sí, pienso volver. Me he mostrado habitualmente reticente a formar parte de grupos debido a mi carácter individualista, pero precisamente por eso creo que me vendrá bien. Y quien sabe, quizá algún día yo pueda aportar algo a otro principiante. Por otra parte, la posterior cena en el restaurante La Estrella fue un gran final para la noche y una buena oportunidad para ir conociendo a las tejedoras de Alhambra Knits. También estuvimos planeando nuestra primera acción de ‘Granada enlanada’, pero sobre eso no puedo desvelar nada. En definitiva, todo era novedoso para mí: fue como la primera inmersión en un mundo desconocido pero cuyos misterios te atrapan poderosamente.
Y hasta aquí llega este relato de mi nueva vida lanera que me está afectando más de lo que pensaba. El éxito del diario ya está siendo una estimulante sorpresa. Pero eso no es todo, pues alguna metamorfosis está ya ocurriendo en mi cerebro: hace unas noches soñé que el director de una revista de música para la que colaboré me daba clases de bordado. Desafortunadamente, me desperté justo antes de que empezara la lección, de lo contrario ahora sabría algo más. Días después, celebrando el cumpleaños de Ángela en un restaurante japonés, tenía la impresión de estar cenando con unas agujas Clover en lugar de con palillos. Si hubiera pedido tallarines, quizá podría haberlos tejido.
Muchas gracias a Ángela por la foto, y a Irene por la cámara. No me gusta nada cómo salgo, pero como me noto demasiado vanidoso y presumido últimamente, publicarla será una buena cura. Además, es la que mejor refleja el grado de concentración que necesito para repetir una y otra vez cuatro simples pasos.
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