Revista Música

Diario de un tejedor: presentación

Publicado el 07 enero 2012 por Santiagot

Diario de un tejedor: presentación
En la primera entrega de este diario, os conté mi objetivo: aprender a tejer. Esta segunda entrega, preludio de mi primera clase, la dedicaré a eso tan cortés que es presentarse y, también, a desarrollar algo más mis motivos para tomar esta decisión que me ha sorprendido incluso a mí.
Ángela ya se presentó hace un tiempo, de modo que me toca a mí. Soy Santiago Tadeo Cervera, nací en 1983 y desde entonces llevo luchando con mi timidez. Este diario, de vocación exhibicionista, forma parte de mi terapia auto-impuesta. Soy licenciado en Comunicación Audiovisual y poseedor del título de Grado Medio de música, especialidad piano, y de un título de Máster en Música, por la Universidad Politécnica de Valencia. El cine y la música, como habréis adivinado, perspicaces lectores, son dos de mis mayores intereses. He rodado algunos cortometrajes que es preferible que no vean la luz, durante un tiempo tuve un grupo de música con un amigo, he escrito obras de teatro más o menos divertidas, participé en la creación de audiovisuales para una ópera de Morton Feldman, he cantado en coros y siempre lamentaré no haber podido tocar en una orquesta sinfónica. Una vez toqué en el Palau de la música de Valencia, y ese es el punto culminante de mi carrera como pianista, cosa que no dice gran cosa de mí, lo sé. Olvido algo, seguro, pero será por un buen motivo.
Estos son los trabajos que he realizado, en orden cronológico: barman en un horrible parque de ocio inglés; vendedor de globos y mercadotecnia varia en Disneylandia París; camarero en un restaurante español; pinchadiscos en clubs de buena parte de España, pianista en una sala de Granada y periodista musical. Actualmente soy director de contenidos de la web Acid Jazz Hispano, uno de los responsables de la tienda La Maison Bisoux y alumno del Máster para la formación del profesorado de secundaria. Me encanta el ciclismo, los gofres, el cine de Woody Allen, la quietud de las noches y el realismo mágico. Hablo seis idiomas, pero bien sólo el español, y ni siquiera estoy completamente seguro de eso. Dispongo de bicicleta propia, buena presencia (salvo por las mañanas) y don de gentes (y plantas).
Tejer es una suerte de tradición familiar, al menos por parte materna. Mi madre me contó que mi tatarabuela, de la que no fui contemporáneo, ganó un concurso gracias a unos calcetines tejidos sin costuras. Mi bisabuela, que murió siendo yo muy pequeño, hacía punto y encaje de bolillos. Mi abuela solía hacer punto y ganchillo. Uno de mis últimos recuerdos de ella es verla en el sofá, tejiendo, y quejándose porque se equivocaba. Pero no, no era una queja caprichosa. Tenía Alzheimer y fue una de esas raras ocasiones en las que la enfermedad parecía darle una tregua, en las que hablaba con un resto de lucidez, en las que se daba cuenta de cómo se había deteriorado su salud. Era una queja amarga, angustiosa, imagino que como la que sentimos en las pesadillas en las que no podemos correr, o nos cuesta mucho caminar o realizar cualquier actividad cotidiana. Mi abuela, meses antes de morir, no podía ya tejer sin equivocarse, y posiblemente fue la última vez que se dio cuenta.
Mi madre, interesada por menesteres más intelectuales, apenas si ha tejido, pero sí he tenido la suerte de llevar alguna bufanda creada por ella y más de una vez la he visto con las agujas en la mano. Mientras escribo esto, de hecho, está tejiendo un cuello para mi hermana con una de nuestras hermosas lanas 100% Purewool Fingering. Finalmente, mi novia, Ángela, es la mayor experta en punto y ganchillo que conozco. [Aviso para Freudianos: cuando la conocí y me enamoré de ella no tenía ni idea de que tejiese]. En fin, las mujeres de mi vida tejen o han tejido, la técnica ha estado presente en todas las generaciones, y dado que mi hermana, de momento, no tiene intención de aprender, me toca a mí asumir la responsabilidad de perpetuar tan inofensiva tradición.
Pero no, para qué negarlo, esa no es la razón, nunca me han importado nada las tradiciones familiares. La razón por la que quiero aprender a tejer, además de las cuestiones prácticas ―como poder encargarme mejor de la tienda―, es acercarme aún más Ángela, que sienta que puede compartir conmigo una de sus mayores aficiones. De no ser por ella, si no fuese a darme ella las clases, de ningún modo se me ocurriría adentrarme en este mundo lanero que, muchas personas me lo han advertido ya, es peligrosamente adictivo.
Muchas gracias a tod@s por los ánimos. En la próxima entrega os cuento las impresiones tras mi primera clase.

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