Cualquier nación estaría orgullosa de contar con un hombre así en su cronología y, obviamente, la checa no iba a ser menos. Jára Cimrman fue un hombre de ese escasísimo pero muy loable tipo de humanos que, en la sombra, mueven los hilos del destino de su nación y la hacen prosperar. Fue un genio. Un adelantado a su genio. Un humanista. Un filántropo. Un héroe sobre el que la Historia teje un oscuro manto de misterio: nadie sabe, exactamente, su fecha de nacimiento. A finales del siglo XIX, seguro; porque Cimrman no podía sino nacer junto a la nación checa que, por aquel entonces, empezaba a dar sus primeros pasos bajo las faldas opresoras del Imperio austrohúngaro.
Como otros grandes genios (H.P. Lovecraft también fue criado entre vestidos, muñecas y tirabuzones), Cimrman creyó durante toda su infancia y parte de su juventud que había nacido niña y, como tal, fue enviado a un colegio femenino. La razón no pudo haber sido más prosaica: ahogados por las deudas, los padres de Cimrman decidieron que así podría aprovechar las ropas heredadas de su hermana mayor. Una vez aclarado el entuerto, Cimrman se revelaría como una de las grandes mentes de su tiempo, contribuyendo al progreso de todas las ciencias posibles, y de todas los artes; entrometiéndose, para bien, en política -llegaría a instruir a los hijos de Francisco Fernando, futuro emperador, en la idea de que el Imperio había de ser erradicado- y en asuntos de estado. Un prohombre de los pies a la cabeza que desaparecería misteriosamente a la llegada de la I Guerra Mundial. El Imperio caía, la nación checoslovaca se levantaba, gloriosa, bajo el protector manto del otec Masarýk (padre Masarýk) y Cimrman, sencillamente, decidió apartarse del camino. Ya había hecho por ella todo lo que podía hacer, y su nombre figuraba en la lista de los más ilustres, aquella que cualquier checo, hoy en día, sigue pudiendo recitar: Hus, Komenský, Smetana… y Cimrman.
La de Cimrman es una historia apasionante… y radicalmente falsa. El humor checo, tan dado al absurdo, le tiene como a uno de sus máximos exponentes. Cimrman nació, es cierto, en una época de gloria para Checoslovaquia; una gloria truncada por los tanques militares soviéticos levantando los adoquines de plaza Venceslao en el 68. Por aquel entonces, cuando las tropas del pacto de Varsovia cortaron las alas de los sueños de libertad checoslovacos, Cimrman ya tenía dos años, y todo el mundo conocía su existencia. El personaje apareció por primera vez en la radio, de la mano de los cómicos Jiří Šebánek, Ladislav Smoljak y Zdeněk Svěrák -que saltaría a la fama internacional, merecidísima, tras protagonizar la oscarizada Kolja (1996)-.
La última película de la que hemos podido disfrutar en el Filmový Club de la LŠSS de Olomouc -qué pena ver que todo se va acabando…- es, precisamente, la delirante comedia Jára Cimrman ležící, spící (1983), obra de los creadores del mito de Cimrman que, hoy en día, forma ya parte de la idiosincracia checa. A los todólogos se les define como discípulos de Cimrman, al arte de saber de todo -o pensar que se sabe-, cimrmanologie. Puede que, de primera mano, parezca poca cosa, pero ¿cuántas veces la literatura, o el teatro, ha influido tanto en nuestra cultura? En España tenemos el ejemplo del Quijote y lo quijotesco. Y con la equivalencia, convendréis conmigo, va a resultar que Jára Cimrman no es moco de pavo.
De modo que, estudiantes de la LŠSS , crucemos los dedos e invoquemos al buen Jára para conseguir ese 70% que cuesta el aprobado aquí. El examen será dentro de dos días. Que corran las páginas de nuestros libros así como, el viernes, correrán los litros de cerveza. ¡Suerte y a cimrmanear!