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Diario de viaje: Florencia y Pisa V. Otro David, la leyenda del patrón y visitando a los genios en Santa Croce.

Publicado el 19 enero 2019 por Mj Sol

Lee también Diario de viaje: Florencia y Pisa parte I (una marquesa imaginaria con miedo a volar), parte II (el Duomo sin Síndrome de Florencia), parte III (David, la Galeria de los Uffizi y la Capilla Medicea) y parte IV (el David original, una torre robada y el atardecer en el Puente Vecchio).De nuevo con David.     Al día siguiente, tras el desayuno con nuestra amable camarera, cogimos el autobús para ir a un lugar de visita obligada: la Plaza de Miguel Ángel.

El autobús era pequeño, barato y con periódicos gratuitos en italiano. Nos llevó a la misma plaza de Miguel Ángel donde autocares de turistas iban llegando con su cargamento de curiosos cámara en mano.Todavía era temprano y una brisa fría acariciaba la solitaria plaza. Teníamos el Arno bajo nuestros pies, con sus numerosos puentes, en su orilla se levantaba el casco histórico de la ciudad con la cúpula del Duomo dominando la vista, esbelta como en todas las fotográficas que habíamos visto. Ese era el lugar desde el que se inmortalizaba la silueta inconfundible de Florencia y se plasmaba en los libros y en las postales.

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Vista de Florencia desde la Plaza de Miguel Ángel.

Desde aquella altura podíamos ver restos de la muralla de la ciudad, casi oculta entre el verdor de la vegetación.Y en el centro de la plaza, sobre una escalinata que llevaba hasta un pedestal que franqueaban cuatro copias de importantes esculturas de Miguel Ángel, se levantaba gigante y solemne, recortado contra el azul del cielo de Florencia, otra reproducción de David.

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Réplicas de esculturas de Miguel Ángel.


La leyenda de San Miniato.San Miniato es el patrón de Florencia al que dieron martirio cortándole la cabeza. Cuentan que tomó su cabeza bajo el brazo y se encaminó de esta forma a las afueras de la ciudad, donde está erigida su iglesia.

Pensamos que el recorrido que hizo el decapitado no podía ser demasiado largo así que desde la Plaza de Miguel Ángel comenzamos a caminar hacia el bosque, ya que la iglesia se llama San Miniato il monte, sabíamos que la encontraríamos por allí cerca. Fueron muchos minutos caminando cuesta arriba, por una carreterita que discurría junto a un bosquecillo. Apenas pasaban coches, tan solo contamos con la compañía de unos pocos corredores que hacían deporte por aquella zona.Tras cruzar un antiguo y pequeño cementerio nos topamos con la fachada de mármol blanco y oscuro de la famosa iglesia. Solo unos pocos turistas y un grupo de colegiales estaban admirando los restos de pinturas murales del interior. Antonio se apresuró a recorrerlo todo mientras nosotras nos hacíamos fotos en el exterior. Allí arriba, en aquel monte, el paisaje era de un verde alegre y especial que contrastabacon el ambiente oscuro, silencioso y amplio de la iglesia. En una capilla de cielo estrellado cuarteado en casones dorados nos encontramos con la representación del patrón. Justo en la entrada había un montoncito de estampitas de San Miniato y un cajetín donde depositar la voluntad por entrar en la capilla y por llevarse una de las estampitas. La mayoría de los turistas entraron sin pagar, pero yo dejé unas monedas en el cepillo y tomé una de las representaciones que se me ofrecían.

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Fachada de san Miniato.


El otro David.Para regresar a Florencia tomamos otro autobús. Por los cristales limpios del vehículo pudimos disfrutar de la verdadera ciudad, de la Florencia actual con sus barrios como los de cualquier localidad, de ladrillo visto, sin columnas majestuosas, arcos hermosos, ni ornamentos floridos. A lo lejos se distinguió un arco del triunfo y después una avenida de edificios del siglo XIX más limpia y estructurada que el casco histórico. Cuando descubrimos la conocida silueta de esa otra Florencia, de la artística, de la turística, descendimos del autobús, caminamos junto a las torres de la antigua muralla y nos fotografiamos a las puertas de su biblioteca.

Acudimos directamente al Museo Bargello. No tan conocido como los otros, guarda una estupenda colección de escultura donde, además de encontrarnos de nuevo con Miguel Ángel, nos topamos con el David de Donatello, pieza principal de la colección, de color oscuro y pose delicada. La persona que vigilaba la sala, mandaba mensajitos con su móvil mientras fingía que no nos veía hacer fotos a este otro David. En el patio dos leones coronados nos esperaban franqueando la entrada y no pude evitar fotografiarme con ellos, como si fueran Aslan y yo una de las princesas de “Las Crónicas de Narnia”.Creencias ancestrales.Después de salir del museo nos dirigimos a la iglesia de la Santa Croce que se levanta al fondo de una plaza enorme, con la estatua de Dante ante sus puertas.Como ocurre en casi todas las iglesias de Florencia, no permiten que las mujeres entren con los hombros al descubierto. Para las turistas despistadas que acuden en camiseta de tirantes (ante el sofocante calor del septiembre florentino) se ha buscado una solución que evite volver al hotel a cambiarse de ropa: unas máquinas dispensadoras te proveen (por un módico precio) de una especie de túnica de papel horrorosa que te cubre los hombros, el pecho y toda la silueta. En esta ocasión no me percaté de ello, pues el día anterior iba en manga corta y no tuve la penosa necesidad de cubrirme, pero un policía en la puerta lateral de la iglesia me recordó con un gesto antipático que tenía que taparme. Saqué del bolso un pañuelo y me lo coloqué sobre los hombros y así ataviada me permitieron la entrada a la maravillosa iglesia.El altar mayor estaba en restauración, cubierto completamente de andamios, pero un poster gigante te mostraba su aspecto. En los laterales se sucedían las tumbas de los más grandes genios: Dante, Maquiavelo, Miguel Ángel. Me entristeció encontrarme con la escultura destinada a adornar la tumba de aquel genio que había creado las más famosas del mundo, que nos había regalado el David y había llegado a glorificar a los Medicis en aquellos impresionantes enterramientos. Su última morada era sencilla y desprovista de todo fausto, inapropiada para un genio.Los turistas observaban todo con su audioguía en el oído. Para cada capilla había que pagar una distinta. Me sorprendió observar a un grupo de turistas alrededor de una de las tumbas del suelo. No parecía especial, no parecía de nadie importante, pero una mujer joven con falta larga se colocó sobre ella con los pies descalzos y permaneció allí un buen rato, en contacto directo con el mármol frío de la losa. Pensé que alguna creencia la movería ha descalzarse sobre ella, quizá la idea ancestral de que podría transmitírsele la energía o la genialidad de aquella persona.Lo que más me gustó de Santa Croce fue su patio lateral. Aquel atrio de césped verde y columnas sencillas que sostenían bóvedas de cañón, donde se respiraba un ambiente fresco, tranquilo y lleno de arte y serenidad.

Diario de viaje: Florencia y Pisa V.  Otro David, la leyenda del patrón y visitando a los genios en Santa Croce.

Interior de Santa Croce.

Me despedí con tristeza de aquel hermoso atrio y encaminamos nuestros pasos al exterior, donde ninguno de los restaurantes de la plaza nos atrajo.Callejeando nos encontramos con la Tratoria Alfredo que disponía de un menú a precio razonable. Nos sirvieron muy bien, a pesar de la hora, ya que en Italia todo es mucho más temprano, la hora de las comidas, la hora de cierre de los comercios y la hora del anochecer.



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