Desde Puerto Príncipe.
Está inmersa en un profundo sueño. Sueña con un mundo de príncipes y princesas. Un mundo de alegría eterna. Un mundo lejos del lúgubre lugar en el que le ha tocado vivir. Mantiene los ojos cerrados… teme despertar. Enfrentarse a la realidad. Es feliz y su rostro angelical así lo refleja.
Mofletes de ébano y sempiterna sonrisa en unos finos labios de cacao. Tiene una carita redonda como la luna llena que baña las colinas de Puerto Príncipe. Duerme profundamente ajena a la tragedia que se vive a su alrededor. Su pelo crespado está recogido en dos coquitos, dulcemente hechos por su madre, situados a cada lado de la cabeza. Tiene el torso desnudo para aliviarle del calor que castiga sin descanso el interior de la tienda.
Michelle es una princesita. Un ángel vestido de blanco. Su piel de ébano resalta inevitablemente mezclado con el blanco inmaculado de su vestido. Su madre la mira. La vigila cada instante. Con un pedazo de cartón espanta las moscas que revolotean a su alrededor para evitar que perturben su sueño. La mira y la vuelve a mirar. No quiere perderla de vista ni un solo instante. Es consciente de la suerte que tiene de tenerla. La muerte acecha con su guadaña de filo brillante…
Michelle es la sensación de la tienda donde dormita. Las enfermeras la miman. La acarician. La observan desde la distancia y sonríen. Necesitan alicientes para saber que su trabajo sirve, que ayuda, que salva vidas… No siempre es fácil. Pero Michelle tiene algo que infunde ternura y fuerza. Un segundo para observarla… toda una vida para olvidarla. Merece la pena volver a ver su rostro una vez más… Es un ángel, y como tal descansa.
Michelle podría estar jugando. Podría ser la princesa de su barrio. La niña más bonita que se pasease por las calles de Puerto Príncipe luciendo su vestidito blanco… pero Michelle es haitiana y aquí no hay distinción. Todos, absolutamente todos, sufren- en mayor o menor medida. Es un país que no da tregua y quien se rinde…
Michelle tiene cólera. Pero es afortunada. Vivirá para volver a sonreír, para volver a jugar, para volver a lucir su vestidito blanco como mejor sabe hacerlo y para disfrutar de la vida. Michelle es un ángel y ellos nunca mueren… por lo menos no mientras la guardemos en nuestro corazón.
Recordarla. Os lo agradecerá… ella y todo el pueblo haitiano. No nos olvidemos de ellos. No cambiemos el ‘chip’ y miremos para otro lado. Nos iremos y el cólera seguirá haciendo estragos. Hablaremos de otras catástrofes, de otros conflictos… pero el pueblo haitiano seguirá muriendo de inanición. No los dejemos abandonados como siempre. Mira la fotografía. Se llama Michelle… recuerda. Es un ángel.