Revista Cultura y Ocio

Días demasiado tranquilos en Clichy

Publicado el 09 junio 2011 por Chufflo
Días demasiado tranquilos en Clichy
La tarde del sábado me sorprendía haciendo tiempo en fnac, no digo cuál, son todos el mismo, el continente y el contenido de su inmovilizado es siempre invariable, si acaso, en función de la ciudad, cambian el hábito y las pintas y el ademán de los clientes que los deambulan. Y en esas andaba yo, deambulando frente a los estantes más que mirando libros, porque lo que en realidad me ocupaba la mente era el pastel de queso al que había echado el ojo avizor al entrar. Ya ven. ¿Quieren ustedes anular mi voluntad, llevarme al huerto, sacarme hasta el más hondo de los secretos? No hace falta que me emborrachen, que me inyecten suero o me disuelvan drogaína en la bebida. Denme pastel de queso. Pastel de queso y alfajores de chocolate. Y seré suyo...
El caso es que al final este pequeño zampabollos que les habla supo vencerse a sí mismo y el parné que hubiese invertido en el postre de marras se lo gastó en Henry Miller, en los Días tranquilos en Clichy recién reeditados por Edhasa, no sé si en un impulso subconsciente de cambiar comida por sexo, gula por lascivia, pero dar cancha al apetito egoísta en cualquier caso.
Días tranquilos en Clichy es un clásico de la literatura erótica, dicen. No sé. Una vez leído el librillo esto no lo entiendo mucho. Ni mucho ni poco. ¿De la literatura pornográfica, tal vez? Bueno, pues tampoco, tampoco, qué quieren que les diga. Dejémoslo en que de tanto en cuando se aventura en pasajes cuncupiscentes de medio voltaje, ni siquiera marranos. Y es que el sexo en Henry Miller no me pone nada. Es cerebral y es mecánico, cansino y sin inventiva, y desde luego no desprende sicalipsis ni lleva a la lujuria. Por supuesto la obscenidad es ese eterno invitado que nunca viene a cenar. A pesar de todos sus años parisinos, Miller es demasiado americano para poner cachondo a nadie, incluido él mismo, carece de la genética esencialmente cochina que sí en cambio se da en los europeos. Las purgaciones, eso es lo único que le obsesiona. Purgaciones. Purgaciones. Purgaciones. Es divertido, no lo niego, al final te da la risa floja, pero trempante desde luego que no. Apollinaire, que fue un francés muy francés, francés guarrete y clandestino, ése sí sabía. Sus Once mil vergas, por ejemplo. Un clásico a revisitar... A revisitar a menudo.
Ay... De repente me vuelve a apetecer ese jodido pastel de queso...
Días demasiado tranquilos en Clichy

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