Revista Opinión
Corren buenos tiempos para la lírica y el papanatismo, ideales para llamar a las cosas como nos salga del colodrillo -por su nombre ya sólo se llama al dinero-, para vomitar ideas sin complejos, con la misma diarreica prosopopeya que se gastan muchos de los que depositan las nalgas, cargadas de sabiduría fecal, en sillones de la Academia, escaños del Congreso o pomposos despachos atribuidos a dedo. Jamás de los jamases la filosofía de la barra de bar, ese pensamiento bohemio cargado de las razones etílicas que el néctar de cebada decreta, denostado movimiento antropológico hasta hace bien poco por el hombre de bien, había estado tan cerca de gobernar en el imperio de la racionalidad. Imperio que, por otro lado, nunca llegó a asentarse como realidad corpórea palpable.
¡Y ya está bien! Estoy harto de esta gente que tiene la "bondad" de ponerse a pensar por mí; de demócratas consentidos que actuan como ladrones de los derechos y policías de los deberes de los que no piensan como ellos; librepensadores encadenados a la esclavitud del pensamiento único, el de "bien" que, curiosamente, suele coincidir con el "suyo" -a veces, ni con ése, sólo con el de sus jefes-; políticos que se lían la manta de los votos a la cabeza y, acorralados por tiempos de crisis y barruntos de legislaturas volátiles, se empecinan en cambiar en un puñado de días laborales el transcurso de la Historia, de espaldas siempre a ésta; minorías que tragan, tragan y vuelven a tragar con lo que les echen -o les dejen-, cobijados bajo la cobardía, mansos como bueyes rocieros, rendidos y convencidos por la retórica profesional de los iluminados, esa que viene a ordenar que luchar, protestar, defender lo que es tuyo, lo ganado con tu sudor y no con el del vecino, es una tropelía contra los derechos de los demás, un maltrato psicosocial al resto de la comunidad y un golpe de estado a la civilización, a lo Tejero, con bala incluida contra la bóveda del progreso.
En las últimas fechas han salido a la luz -nunca mejor dicho- autos de fé, textos inquisitoriales y libros plúmbeos que pretenden ser evangelios progres para mentes pobres, escritos por iluminados con diferente rango, pero la misma catadura moral, o sea ninguna.
Alférez del verdurismo, Mosterín, luce en el pecho las medallas que le han colgado por llamar a millones de personas, las que chanelamos de toros en el mundo, torturadoras, asesinas, maltratadoras y sacamantecas. Que por que me gustan los toros, dice que le pego a mi mujer. Y eso sí que es un problema, y gordo, porque de eso todavía no gasto. Lo lleva diciendo tiempo, en televisión, en charlamentos, en prensa, allá donde fuere, y todos tan contentos. Nosotros, los aficionados, con ese mucho lerele y poco lirili ya crónico, maldecimos toda la casta de Mosterín por lo bajini en el tendido, la peña -ahora blogosfera- o el bar, pero poco más. Los tendidos también adolecen de casta, no hay ni de la mala. Los que cuentan que nos representan, la Mesa del Toro, los toreros gé-gé y Cayetano -que es el Kennedy del toreo-, no son capaces de tomar las medidas oportunas. Las figuras tienen hoy más managers, picapleitos y togados que picadores en la cuadrilla, todos contratados para que les saquen las castañas del fuego cuando incumplen contratos o para que las sanciones por afeitado nunca pasen del durísimo castigo de estar dos meses sin torear en la comarca de Calatayud. Ninguno ha dicho de darle a Mosterín lo que se merece. Consabido es que la justicia en este país es un descacharre, es fácil ver tíos como templos sentados delante de un juez por llamar a un fulano cornudo, imbécil o por meterse con la parienta de otro. A nosotros Mosterín, publicamente, nos llama lo que nos llama, agachamos la cabeza, que se nos vea la chepa, la que tienen todos los perdedores -los aficionados empezamos a serlo- y le ponemos la otra mejilla. Vamos a sentarlo delante de un juez, vamos a poner en los medios que podamos una fotografía con su careto sentado delante del juez, a lo Otegi y vamos a cargarnos su imagen, o cuando menos, a presentarle al resto de la sociedad al verdadero verdulero propagandista. Pero no. Hay que ser sensatos, que diría cualquier crítico taurino, y dejar a Moeckel y compañía luchando contra el verdadero cáncer de la Fiesta: el ayuntamiento de Conil, que denunció a Ventura por no ir a torear cuando el contrato lo ponía. Es que hay contratos que son como Miuras y ayuntamientos que están mejor afeitados.
Muñoz Molina (AKA M.M) es un genio, otro de la Iluminación -si hubo un movimiento de la Ilustración porqué no va a haberlo ahora, mientras usted lee esta entrada, de la Iluminación, miembros insignes no van a faltar-, trolero más estomagante no puede haber. Es lo más parecido que hay, en versión iluminado claro está, a esas viejas de tinte rubio que adivinan el futuro y dan consejos a gente desesperada de madrugada, oráculos de telerealidad que emiten en estudio aparte y que nunca pasan por "el mundo de los vivos". Entidades filosóficas cobijadas y subvencionadas por los medios que te cuentan, mientras estás preparando la soga para colgarte, que cuando vayas mañana a pasar la cartilla del paro te vas a encontrar en el suelo -antes cuenta quienientos pasos- una quiniela con el pleno al quince con la que pagarás la hipoteca, recuperarás la mujer y encontrarás un riñón para tu niño. Todo ello, si duermes con el rabo de una margarita untado en aceite de cactus metido por el culo toda la noche, que no todo es coser y cantar. Así son. Cuentistas profesionales, que de algo hay que comer.
A M.M. no le hacen falta plenos al quince, tampoco quiero pasar el mal rato de imaginarme como duerme, aunque supongo que tranquilo, allá en América. Este quintocolumista, una de las caras "monas" de El País, es el encargado de retratar la sociedad española, sus problemas y miserias, su decaimiento como especie autóctona europea, amén de aportar soluciones, iluminadas cómo no, para levantar el país. O por lo menos la mitad de España que a él le interesa.
No me podría parecer mal, si no fuera porque este M.M. es un hombre que dejó España porque le "agobiaba", cosa de manso, que se piró a Nueva York, Manhattan, al barrio de Chelsea, que antes era el de las rameras, y que ahora han convertido en el de tendencia y moda. Además, se las da de "exiliado", el pobre, pues ha tenido que huir del régimen absolutista de su patria, Granada, de la dictudura de la tapita a medio día, del solecito y de las editoriales que te traen buenos cheques bajo el brazo. Un hombre trasnochado, que reniega y se pavonea publicamente de casi todo lo que tenga que ver con los suyos, cosa que es lícita si no fuera porque intenta comer y pagarse el piso neoyorkino de estudiante a cuenta de esos mismos de los que habla pestes. Para mas inri, a miles de kilómetros, físicos y morales, de distancia se permite el lujo -y se lo permiten, pagándole además muy bien- de decir lo que tengo que hacer, pensar, creer, juzgar y respetar en mi casa. Y si no lo haces eres un facha, un pervertido y una bestia de las cavernas. Toma democracia, chaval.
Es de risa, aunque hace ya tiempo que cuando leo estas cosas no me la produce. Con Diatriba del ilustrado han cruzado la raya. Y no me refiero a la linea que separa la aceptación de la corrida de toros y el antitaurinismo. Me refiero a la que deja a un lado el buen gusto y la veracidad en la información y al otro la mentira y la calumnia a la que es sometida la historia de un arte y de un país. Y sigo sin hablar de toros. Es un bochorno, para PRISA, el País y el que se deja un céntimo de su salario en pagar semejante mierda de periódico, que se utilice un cuadro de Pablo Picasso, para ilustrar un artículo en el que se pretende ensalzar, a costa de la historia de todo un pueblo, el libro de toros de Mosterín. Al que por cierto, y esto da un dato que asusta sobre en el momento en el que estamos, ya le han publicado los mismos libros de toros que a Navalón.
¿Que va a ser lo próximo, señores de El País, estampar un artículo contra la violencia de género con un cuadro de Goya? ¿Con Saturno devorando a un hijo, por ejemplo?
Por si acaso, y viendo que ante la gilipollez humana no se puede hacer nada, insto a M.M. a que además de ocuparse de lo que tengo que pensar, fanatizar, hacer, negar, creer, opinar, respetar, aceptar, calcular, prohibir, autorizar o confesar en mi vida me pague la hipoteca, el plan de pensiones, la ortodoncia, la letra del coche, la suscripción a Playboy y el club de Tenis.
Cosas que de verdad me harían un iluminado.