Revista Arte
En esta segunda entrega de dibujos sobre Albacete, comienzo con un dibujo del edificio del Gran Hotel, en el Altozano, con estilográfica y tinta, terminado con ligeros toques de rotulador-pincel chino. Sobre un papel artesano, casero, que hizo mi hijo Pepe. En él aún aparecen algunas letras incrustadas en la masa, procedentes de noticias de periódico que no llegaron a disolverse. Espero que esas noticias fuesen buenas, aunque la probabilidad es mínima. El anterior dibujo es de una de las calles principales de Albacete, llamada Marqués de Molins en este primer tramo y Tesifonte Gallego en el que va del cruce con la calle Mayor hasta el parque de Abelardo Sánchez. En tiempos fue el lecho de un río, el río Piojo y, como el agua es terca, para hacer los cimientos de algunos edificios han tenido que estar bombeando agua durante meses. Piojo se llamaba el río cubierto y así se llamó la calle en sus orígenes, para pasar a ser el Callejón de Agraz y de Suárez y en 1854, denominarse Val General. Luego se volvió a rebautizar en 1903 y 1911 para recibir los nombres actuales en sus dos tramos. Trabajo inútil porque siempre se la ha conocido como calle Ancha, a pesar de que no lo es. A todas horas concurrida, es una de las calles más comerciales de la ciudad, con varios hermosos edificios que sobrevivieron durante el siglo pasado, mientras muchos fueron sustituidos por otros de menos mérito. En fin, esto es lo que hay, o lo que queda. Dos dibujos sobre la feria de Albacete, ambas a partir de fotos, reciente la primera, antigua la segunda, del templete del anillo central de la feria. Inmensa construcción es este recinto de edificios concéntricos que se construyó inicialmente en 1783, modificado y ampliado en varios momentos de su ya larga historia, y que sólo se utiliza diez días al año. Sus "redondeles" se conforman por círculos llenos de casetas, un conjunto con forma de sartén, donde abundan los puestos de venta de navajas, bebidas, miguelitos, café, chocolate y churros para la madrugada, mariscos, pollos asados con cava, bocadillos de morcilla o de jamón de Teruel, recuerdos, juguetes para feriar a los niños, cerámicas, pero sobre todo, cosas para comer y beber, que la feria desgasta mucho, pero mucho. Fuera del recinto, otro círculo de casetas privadas, carpas para la música y el baile, puestos de alfombras, artesanías, objetos varios y más jamón, quesos, embutidos y otras sutilezas gastronómicas y bebetorias. Aún quedan los restos de lo que antes era la principal actividad, la compra y venta de aperos de labranza, ollas y sartenes enormes de cobre o acero para la matanza, lonas, cuerdas, marroquinería y cosas similares. Cientos de miles de personas que para llegar hasta allí tienen que desfilar por el largo y abarrotado paseo franqueado de atracciones de feria, entre las que hay algunas que cobran por martirizar a sus usuarios, estudios de televisión instalados para el evento, casetas con vinos dulces de Málaga y Cariñena con su barquillo y todo, tómbolas, caballitos y demás. Cuando yo era pequeño no faltaba un circo ni el Teatro Chino de Manolita Chen. En la Caseta de los Jardinillos, en donde en aquella época pedían corbata para entrar, actuaban los mejores grupos y cantantes, acompañados por las mejores orquestas. Entre ellas, alguna en la que yo estaba. Hoy es un lugar más de música y baile, que no son tiempos para los derroches de antaño. Veo que en el dibujo olvidé incluir una de las figuras que más me enternecen del evento, una persona semiescondida en su propia selva andante, acarreando sudorosa una maceta descomunal, de varios metros de alta, que de forma poco meditada ha tenido la desgracia de conseguir en una rifa de esas casetas que las sortean mediante sobres con cartas de la baraja española. Unos trileros tampoco solían faltar, aunque se les ve cada vez menos, pues igual que los payasos, son oficios que sufren un gran intrusismo profesional y es fácil encontrar a sus encorbatados competidores en los lugares e instituciones más variopintas. La primera, acuarelada, tinta indeleble en la estilográfica, recoge la gente que suele abarrotar a todas horas ese recinto ferial, su paseo y los aledaños, dedicados principalmente a comer y beber. Jamón de Teruel, queso, miguelitos de la Roda, gambas, morcillas, guarrillas y demás exquisiteces. Entre las bebidas, aparte de las cervezas y vinos de rigor, triunfan los mojitos, decenas de miles de ellos. ¡Cuánta perversión! De la feria de septiembre pasamos a la del libro, que todos los años se instala en el paseo de la Libertad, frente a la Diputación Provincial. Muy oportuno el lugar elegido, porque libros y libertad siempre han caminado juntos. Se viene celebrando desde 1979, en marzo o abril, nunca en semana santa, y siempre aprovechando los pocos días de lluvia de que dispone la ciudad. En épocas de sequeras en lugar de sacar al santo en procesión, la feria del libro viene mostrándose sumamente eficaz para atraer las lluvias. Se venden libros y se recargan los acuíferos. Al fondo a la izquierda el hermoso edificio del Gran Hotel, en el centro, voluntariamente difuminado por el dibujante, el del Banco Central, hoy Santander. El cambio de nombre de la entidad no ha mitigado su ofensiva horripilancia. Los árboles rebrotando, si es que ese año no se les ha ido la mano con las podas y los han dejado como postes del teléfono. Chalet Fontecha, Gobierno Civil, Cámara de Comercio... Ese hermosísimo edificio, uno de los que se salvaron de los califatos municipales que condenaron a la ruina no pocos los que en esa calle tenían un valor similar, para edificar esas cosas que se van alternando con los que aún quedan de una calle que perdió su encanto y su unidad arquitectónica de principios del siglo XX en aras del progreso. Por el momento, adquirido por la Diputación Provincial, parece destinado a albergar un Museo de Arte Realista. Esperemos que llegue a buen puerto esa buena idea. El dibujo, con estilográfica y pincel de agua, extendiendo la tinta de los trazos y reforzando después algunas sombras mojando el pincel en el tajo de la pluma para cargar algo las tintas. El siguiente, también a partir de una foto, es un dibujo que recoge desde el Parque una esquina del Instituto Bachiller Sabuco, que durante mucho tiempo fue el único de la capital. En él estudiamos —al menos el ingreso y primer curso de bachiller y entre otros muchos que sería largo enumerar—, Don Ramón Menéndez Pidal y yo, con desigual aprovechamiento y trayectoria. Finalizamos la entrada del blog con un dibujo de una esquina del Paseo de la Libertad, recogiendo parcialmente el edificio de la Diputación Provincial. Sentado en la terraza del Milán, tomando una copa de pacharán en honor y recuerdo de mi siempre amigo y ocasional compañero de dibujos callejeros, Joshemari Larrañaga, pintor de barcos, bares y bodegas de Barcelona. Los dibujos hechos en su sitio, sin foto, son otra cosa. Tienen un no sé qué y un qué se yo que los hace más frescos y espontáneos, es decir, mejores.