Durante gran parte del siglo XX, la existencia de regímenes autoritarios a ambas orillas del Atlántico representó una de las época más oscuras de la sociedad occidental. Europa y latinoamérica, fueron víctimas de autócratas, fascistas y nazis alejados por completo de un sentido cívico, democrático y plural del que toda nación moderna debe presumir. De hecho, sus prácticas amén del orden y la ley discurrieron separadas a la libertad, derecho y justicia a las que única y evidentemente tuvieron que responder. Faltos de lealtad al propio espíritu de sus pueblos, henchidos de riqueza y poder, grabaron con sangre un nefasto legado que incluso a día de hoy edificado a base de condenas ideológicas o políticas, ejecuciones masivas, persecuciones o torturas se presenta como la huella de un pasado difícil de borrar. Salvadores de la patria, revolucionarios autoproclamados y líderes que adolecían de rival, cada uno sin distinción eran cénit de una estructura piramidal que junto al silencio y complicidad eclesial tejieron una cohorte de jerarquías imagen misma de la impasible represión estatal. Tradición, rancios abolengos y estrictos dogmas, representaron la norma en un clero pro-fascista, amoral y corrosivo que ancló y subyugó a pueblos enteros con ansias de progreso y libertad. Una deshonra para la nación y el reflejo claro de su sucia honestidad, fue el de una institución en si misma (más allá de creencias o religiones) estigma en el camino de las víctimas y rastrero compañero fiel de los verdugos. Y es que en realidad, dándole la razón a la historia cuando la fe se mezcla con escoria e instituciones de vacía catadura ética: ¿Con que criterio te pueden juzgar?
A continuación, un montaje con imágenes de: Hitler, Franco, Mussolini, Pinochet, Videla, Duvalier, Salazar y Pavelic al lado del clero que tanto los amó.