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Diente de perro. Es un nombre curioso, y suena bastante agresivo. De hecho me acuerdo de la primera vez que lo oí: estabamos en las primeras clases de encuadernación haciendo un repaso sobre los tipos de cosidos. También se nos dijo que era un tipo de costura non grato para la conservación documental, de tal manera que si nos lo encontrábamos algún día (porque era relativamente frecuente en encuadernación de archivo, para cosido de hojas sueltas) debíamos plantearnos una alternativa. Así que yo, siguiendo mi ignorancia por el tema y fiándome de esas palabras sentadas cual cátedra, me uní sin dudar a lo que entendí como una cruzada contra el diente de perro.
Adivinad cuál fue el primer tipo de cosido que me encontré en el primer proyecto serio en el que participé. Ajá. Bingo. Voilá diente de perro.
Desconozco las razones de la aversión por ese cosido, extraídas de manual pero sin ningún tipo de fundamento empírico, así que no me preguntéis por qué tengo eso en mis primeros apuntes. Lo que sí voy a comentar es en qué consiste ese tipo de cosido.
Si os fijáis en las fotografías, veréis la estética forma de zig zag que produce el hilo a su paso por esas tiras de piel que conforman lo que llamamos nervios. Esos nervios -resumiendo- nos permiten sujetar los cuadernillos entre sí. En este caso no tenemos, no obstante, cuadernillos (para entender lo que es un cuadernillo, imaginad un grupo de varios folios doblados conjuntamente por la mitad), sino hojas sueltas; concretamente aquí tenemos bifolios (para entender lo que es un bifolio, imaginad un sólo folio doblado por la mitad). Esos bifolios están agrupados en conjuntos de aproximadamente 10 folios (siguiendo numeración original), y unidos a través de una serie de agujeros que los atraviesan a unos milímetros del borde y por los cuales pasa ese hilo de costura que vísteis en los nervios.
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Si nos fijamos por la parte superior, veremos cómo nuestro diente de perro hace honor a su nombre teniendo esa curiosa forma dentada que se produce el rodear el nervio con el hilo, introducirlo por el agujero correspondiente y sacarlo por la parte inferior.
Hay varias formas de realizar este cosido y Carlos Rey nos cuenta (de forma magnífica, como siempre) una forma sin duda más segura para el libro en este enlace. Pero en mi caso estoy hablando de una costura original de varios Catastros del Marqués de la Ensenada, y por tanto data de mediados del siglo XVIII. Creo que en este punto ya va quedando claro lo mucho que me gusta…
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No hay nada como conocer al enemigo para descubrir que en muchos casos no es tal. En su caso, ese nombre pandillero podría ser la causa de esa inicial aversión que percibí desde instancias académicas pero que, llevado al caso práctico, resultó ser bueno, útil, estéticamente bello, y que además había favorecido la conservación de legajos de más de dos siglos y aproximadamente 700 folios con escasísimas roturas, algunas de las cuales sólo eran actos vandálicos y otras debido al pésimo estado del soporte, atacado por hogos y bacterias. Vamos, que larga vida al diente de perro.
Fijaros, de hecho, cómo este volumen con el lomo deformado por el peso de su contenido y de los siglos aguantó el empuje con el cosido prácticamente intacto:
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Por otro lado se da también la fundamental circunstancia de tratarse de un testimonio histórico que ha de ser conservado como tal, convenientemente registrado además, y que debe formar parte de la misma encuadernación, preservando el grosor del libro -todo lo posible- para que encajase una vez que el pergamino de la cubierta fuese tratado.
Elementos técnicos aparte, lo cierto es que este tipo de cosido lo he vuelto a utilizar en varias ocasiones para obra nueva, especialmente para encuadernar material de archivo compuesto por hojas sueltas. Es algo muy habitual (así se cosen aún hoy los Protocolos Notariales, por ejemplo), si bien evidentemente más costoso que las versiones más industriales de encolar el lomo sin coserlo, pero menos si pretendiésemos unir las hojas sueltas por escartivanas (es decir, unir previamente las hojas entre sí mediante extensiones de papel antes de coserlas a modo de cuadernillos), algo inviable en material de archivo aunque recomendable si pretendemos ordenar una encuadernación más lujosa para material gráfico, por ejemplo, que nos puede permitir coserlo como cuadernillos o como hojas sueltas pero sin necesidad que agujerear el original.">">
Vamos: que este pequeño mundo es muy grande y dentro de él tiene su sitio de honor este nombre. Lo digo, por si alguna vez contactáis con un profesional que os diga que va a coser “a diente de perro” el material que le llevéis. Quizá recordando que libros tan antiguos como los que os muestro están hoy con nosotros gracias en parte a esa técnica de raro nombre os ayude a decidiros…
Pero de paso dejaros explicar cómo lo va a hacer y qué materiales va a utilizar, porque quizá mirar el precio sólo no es suficiente. Pensad que, como esos Catastros del siglo XVIII, vuestro libro puede seguir estando de plena actualidad dentro de 250 años y, aunque para esa fecha todos calvos, no viene mal tener la certeza de que ciertas cosas permanecen y no son sólo un puñado de hojas sueltas dispuestas a convertirse en papel mojado.