Sé que voy contracorriente. Pero no lo puedo evitar ni, mucho menos, quiero ocultarlo. Porque siempre, por encima de todo, he pretendido que las reseñas fuesen sinceras. Aunque yo sea la primera y a la que más le fastidie tener que dar una opinión negativa de un libro que no me ha gustado. Ojalá me gustasen todos los libros que leo. ¿Dónde hay que apuntarse para eso?
Memento mori, el primer libro de la trilogía Versos, canciones y trocitos de carne, lo devoré en un par de días. Y al terminarlo tuve que resistirme para no lanzarme a por Dies irae.Al final conseguí contenerme y me decanté por El poder del perro, de Don Winslow. Y dándole vueltas he pensado ese haya sido quizá uno de los problemas. Que después de lo mucho que me gustó la novela de Winslow era difícil, por no decir imposible, que mi siguiente lectura pudiese estar a la altura.
Aunque he tardado dos semanas en terminarlo no voy a decir que Dies irae no me haya gustado porque estaría mintiendo. Pero sí es cierto que me ha decepcionado, me ha desilusionado y no me ha entusiasmado tanto como el primer libro de César Pérez Gellida. No ha logrado transmitirme tanto, no me ha enganchado, me ha dejado un poco fría. Y tengo claro que en esta ocasión la culpa es exclusivamente mía. Ni de las circunstancias, que en esta ocasión han sido las mejores (vacaciones, cámping y playa) ni mucho menos del libro, que sé que ha entusiasmado a muchísimos lectores. Así que no me queda otra que entonar el mea culpa. Aunque las primeras páginas del libro me atraparon sin remedio y me hicieron creer que iba a encontrar lo mismo que en Memento mori, porque eso es precisamente lo que estaba buscando, repetir con una fórmula que me había gustado, doble ración de un plato delicioso, conforme iba avanzando la lectura se me iba indigestando. Echaba en falta unos cuantos ingredientes: más acción, más ritmo y, por qué no decirlo, más asesinatos. Cierto que en muy pocas páginas el autor nos sorprende con cinco asesinatos, los mismos que en toda la primera parte de la trilogía, y eso, al menos a mí, me hizo creer que las cifras iban a seguir creciendo y con ellas el interés, la intriga y, cómo no, las ganas de seguir leyendo. Mi gozo en un pozo. Mi interés chocó con la documentación, la Historia y la parte de la novela que transcurre en los escenarios de la guerra de los Balcanes, para mi gusto excesivamente narrada por el autor. Junto con las citas en latín, con las palabras en ruso, serbio o bosnio, y, sobre todo, con los detalles de la Historia de esa zona de Europa del Este, lejos de aportar algo a la trama, en mi caso el autor ha logrado todo lo contrario. Sacarme completamente de ella, ralentizarla muchísimo, demasiada descripción y poca acción, que es lo que esperaba encontrarme en esta obra. Hablé de este tema en Twitter con el propio César Pérez Gellida y me explicó que quería que cada uno de los tres libros que forman la trilogía tuviera su propio ADN, que fueran distintos, diferentes, únicos. No quería repetirse. Y no le culpo. Tampoco creo que su intención sea errónea. Quizá la que se ha equivocado sea yo esperando encontrarme lo mismo que en la primera novela. Demasiadas expectativas y, además, incorrectas. Vamos, que no he dado una. Y así de grande ha sido el chasco que me he llevado. También he echado en falta a Ramiro Sancho, para mi gusto aparece demasiado tarde, algo que me desconcertó. Y mira que tanto el autor como muchísimos lectores me escribieron en Twitter para animarme a avanzar en la lectura, a tener paciencia, asegurándome que esta segunda novela era mucho mejor que la primera, que iba a terminar sorprendiéndome y gustándome. Me ha gustado, sí, me ha sorprendido, sí, es cierto, especialmente el final, pero sigo manteniendo que Memento mori me gustó muchísimo más. En Dies irae he echado en falta también la profundidad en la construcción de los personajes que encontré en la anterior obra del autor, sobre todo con Carapocha y Erika. Por todo ello, durante toda la lectura he tenido la sensación de que este segundo libro no era más que una excusa para hablar sobre la guerra de los Balcanes y que de manera superficial el autor puso ahí a los personajes y un poco de acción pero más por aparentar que como una intención real y consistente. Tengo que confesaros que en algunos pasajes estuve a punto de abandonar la lectura pero también es cierto que en otros el autor ha logrado seducirme tanto como con Memento mori. Pero si el primer libro iba de menos a más, creo que a este segundo le ocurre justo todo lo contrario y va de más a menos, se desinfla por momentos. Da la sensación de que la novela está totalmente partida. Por un lado, la trama que transcurre en Trieste, tan ágil, adictiva y trepidante como la de Memento mori. Con el protagonismo de Augusto Ledesma y de Ramiro Sancho, que una vez más trata de darle caza, ahora ya por un asunto personal. Y, por otro lado, los flashbacks que nos llevan a Nueva York y Berlín y que nos desvelan cómo se formó la relación entre Pílades y Orestes y los pasos que Carapocha y su hija Erika dan en Belgrado. Muy lentos para mi gusto. Me da la sensación de que César Pérez Gellida pisó el acelerador a fondo con Memento mori y que con Dies irae ha dado un frenazo brusco y, al menos para mí, totalmente inesperado.
No voy a negar que los últimos capítulos lograron captar totalmente mi atención, atraparme, sorprenderme y obligarme a seguir leyendo. Y por supuesto que voy a leer Consummatum est, ¡cómo no voy a hacerlo con el final que tiene esta segunda novela! Pero ya no voy con el mismo entusiasmo, las mismas ganas ni las mismas expectativas. Ojalá me equivoque. Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.