Según el tipo de nuestra piel es conveniente aumentar o reducir el consumo de algunos nutrientes.
Si nuestra piel es áspera, fina y se descama, es una piel triste y apagada, que tiene tendencia a las arrugas, se irrita y nos salen manchas rojas con facilidad, significa que tenemos una piel seca. Nuestra dieta debe basarse sobre todo en alimentos ricos en grasas omega 3 y antioxidantes. Para mejorar su textura es fundamental que la hidratemos bien con, al menos, litro y medio de agua diarios.
Para este tipo de piel aconsejamos el consumo de granadas, que aportan ácido elágico, poderoso antioxidante polifenólico, o sea, una sustancia que promueve la muerte natural de las células cancerosas sin dañar las células normales. Aconsejamos comer sardinas ya que los ácidos grasos omega 3 evitan la sequedad de la piel. Y el consumo de zanahorias, con betacarotenos protectores, que junto con el pimiento rojo, anaranjado y amarillo proveen aproximadamente el 50% de la vitamina A necesaria.
La piel normal o mixta carece de puntos negros. Es tersa y rosada. Puede aparecer seca en el contorno de los ojos y las mejillas, pero segrega más grasa en la frente, la nariz y la barbilla (la famosa T). Si tenemos este tipo de piel y queremos mantener su belleza y su salud, tenemos que seguir una dieta rica en vitaminas y grasas buenas, y mantener alejados los azúcares y las grasas malas. Comer nueces, con nutrientes básicos para la piel, comer sandia que aporta betacarotenos, vitamina C y agua y huevos, que son una fuente de vitaminas B, proteínas y zinc.
En el caso de la piel grasa aparecen más granitos y puntos negros debido a la sobreproducción de las glándulas sebáceas. La ventaja que tiene este tipo de piel sobre las otras es que no se arruga tanto. Si tenemos la piel grasa hay que seguir una dieta con alimentos ricos en fibra, como cereales integrales y alimentos con efecto depurativo: piña, apio, alcachofa y té verde que es depurativo y rico en antioxidantes.