Revista Cultura y Ocio

Dietario 163

Por Calvodemora
Dietario 163

Dicen de mí que era obediente y disciplinado. Eso refieren los que todavía pueden contar algo de aquel tiempo del que yo no tengo propiedad alguna, por lo que confío en el relato de esa vida mía tenida ahora en penumbra, sin asiento fiable ni recuerdo que prospere y no se pervierta ni difumine. Traen si les pregunto o incluso sin entrar yo en que se explayen escenas que remarcan mi condición de infante sin ínfulas de nada extraordinario, sino manso en su discurrir y un poco zangolotino cuando hace falta, un poco por extraviarme en las travesuras que veía en otros y otro poco por tener yo mismo iniciativa e ilusión por descarriarme con prudencia, sin dar indicio de que pudiera enviciarme y afincarme allí, quién sabe con qué peligrosa fortuna. 

Siempre recuerdo a Chesterton cuando me da por evadirme en la infancia: del acontecimiento más importante de mi vida me he tragado, sin rechistar y casi supersticiosamente, un cuento que no me fue posible comprobar (escribo de memoria) a la luz de la experiencia propia. Considero inverosímil que el muchacho de la fotografía sea el que ahora se las ingenia para ir tirando y sacar de aquí y de allí los arreos con los que trajinar la obstinada realidad, tan díscola ella. Pascal (me ha venido de pronto Pascal) dejó dicho que no hay hombre que difiera tanto de otro como de sí mismo en el decurso de su existencia, por lo que no hay apenas responsabilidad de lo que esos años (ahora afantasmados, de una bruma lejana) arrimaran a nuestra biografía. No sé nada más allá de la liviana conciencia de algunos episodios disparejos, que ni siquiera hilan un relato firme. Hay imágenes recurrentes (espléndidas y tangibles) y es portentoso que perduren y tengan el peso y la consistencia de la que carecen otras más cercanas en el tiempo, qué locura el tiempo. 

La infancia es un bálsamo a veces . A veces es posible que la arruine la falta de disciplina en su convocatoria o que, una vez hace acto estable de presencia, no nos guste lo que trae. Cosas de la memoria. Si ahora la echo atrás (muchos años, todos felices a su manera) imagino que encontrare lo que otros. De pronto, me viene uno de esos espléndidos días de playa en Fuengirola. Todos los primos juntos. Mi prima Rosa con un mono al hombro que alguien alquilaba por un módico precio. Cosas de la memoria. Igual ella se ha encargado después de hacer que algo sin trascendencia aparente tenga hoy toda la mayor trascendencia. Hay una foto por ahí. Sería fácil dar con ella. Es lo que tiene a fotografía: hace eterno lo que está abocado, nada más nacer, al olvido. No está el pasado, pero sigue por ahí dentro. Basta darle un empujoncito. El flequillo es un símbolo de algo. Tendré que pensar de qué.


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