Revista Cultura y Ocio

Dietario 56

Por Calvodemora
Dietario 56  

   Ilustración: David Shrigley

 Nunca me expresé dibujando. Por eso mi admiración hacia quienes lo hacen es cada día mayor. Al modo en que la música pulsa las cuerdas más íntimas del alma, las que a veces no alcanzan las palabras, las artes plásticas tienen la facultad de llegar a lugares impensables y durar ahí adentro. Una de esas mezclas entre lo musical y lo pictórico es el disco como producto. Engarza el hechizo de una imagen con el hechizo de la música. Recuerdo con afecto portadas majestuosas que guardaban canciones inmortales. No es posible que escuche Shine on you crazy diamond, la pieza del Wish you were here de Pink Floyd, sin que piense en el hombre que extiende su mano mientras arde. La del álbum blanco de los Beatles me sigue pareciendo sublime: esa contenión, ese decir cuanto uno desee entender, sin expresar nada a las claras y así convidando a hurgar, invitado a ir más allá, ofrece lo que no está contaminado. Como si vamos al cine y no sabemos nada de lo que nos van a proyectar y solo nos guiamos por el título. Incluso podemos prescindir del título y arriesgarnos a que nos sorprendan. Vivimos en un mundo en el que no aceptamos las sorpresas. Queremos saber siempre más. Amamos la información sobre el producto más que el producto en sí. El disco blanco de los Beatles era una provocación. El gato de Shrigley también provoca. Dice que está muerto. Erguido, desafiante, nos confía dos ideas que no podemos aceptar. Que un gato maneje el idioma inglés y de que siga usándolo después de muerto, más paradójicamente. Shrigley limpia el atrezo para presentarnos a su gato. Richard Hamilton puso las palabras The Beatles en el blanco inmaculado, en el blanco perfecto, en la pureza de lo que no ha sido tocado. A veces me pregunto qué distrae a los que nos ven para que no nos vean como realmente somos. El modo en que nos vestimos o la forma en que dejamos que crezca el pelo solo perjudican esa visión pura. Quizá no deseemos ser vistos. Algo muy íntimo, de una privacidad absoluta, se resiste a mostrarse. No la conoce nadie. No dejamos que nadie entre ahí. El hombre que arde en la portada de Pink Floyd está contando una historia. El gato de Shrigley hace exactamente eso. Apela a la capacidad de asombro que no nos han arrebatado todavía para que le entendamos y sepamos qué hace ahí, sobre sus dos patitas blancas, enarbolando la pancarta en que se proclama muerto. El hecho de que tengamos rasgos individuales o la certeza inconmovible de que el tiempo nos borra y nos rehace hace pensar que la naturaleza prefiere lo diverso. En lo distinto está lo lúdico. En las diferencia es en donde radica la hermosura de la vida. Prefiero el gato absurdo de Shrigley al ingenioso y perverso minimalismo de Hamilton. En el fondo es muy perverso contrariar al consumidor, no ofrecerle nada, dejarlo en ascuas, no darle el tráiler de la trama que está a punto de ver. La literatura vive de estos engaños galantes. La vida, que es un mucho literaria, se abastece de estos infinitos adornos para perpetuarse. Preferimos saber qué nos van a proyectar en la pantalla o en la vida. Que alguien al tanto de la trama nos ponga al día. No hace falta que se esmere en los detalles y, por supuesto, no debe contarnos el final. Eso es nuestro. El momento más precioso es cuando cerramos los ojos después de la proyección y empujamos hacia dentro lo que nos han contado. Todo para satisfacer a la memoria. Todo en color y con abundancia de efectos. La vida siempre se abre paso. 


Volver a la Portada de Logo Paperblog