Revista Cultura y Ocio

Dietario 98

Por Calvodemora

 En los cuentos de Kafka huele a naftalina. Una ebriedad rancia afluye. Es la resaca la que escribe, no él mismo, no Kafka. La vida, incluso la mala vida, invita a que se la registre. La felicidad no tiene escribas. Cuando afluye el júbilo somos ágrafos.

*Hay mentiras que, repetidas, convencen al que las dice y se convierten en verdades que no se refutan. Hay mentiras de una belleza dulcísima. Algunas, las de más contenido fuste, ni siquiera incitan a que nadie las rebatan. Toman vuelo y adquieren la relevancia que ciertas verdades no adquieren nunca. Mentiras que obran su ladino trabajo de desgaste en quien las escucha, pero que fascinan mientras se pronuncian. Cuando la verdad acude siempre es tarde. Hay verdades que se desean a medias. Como si no quisiéramos saber más de la cuenta. Como si importara la impresión que nos dejan las cosas y no la veracidad de las mismas. Como si todo fuese literatura y no vida. En ocasiones, la ficción ocupa la realidad y la somete a su criterio. Toda la literatura es una extensión formidable de estas afirmaciones. *Acudirán esta noche los amigos. Nos harán felices de nuevo. Pondremos los viejos discos. Haremos una barbacoa en la azotea. Fumaremos Chesterfield como Rita Hayworth. Beberemos ginebra de la buena y cerveza de Praga. Habrá risas. Nos daremos un montón de abrazos. Diremos que el tiempo está de nuestra parte. Lo diremos mirando el cielo infinito sobre la Horconera y Antonio cantará por Joe Cocker lo de los Beatles cuando estemos recogiendo las cosas. Hoy llevo todo el día pensando en Antonio. A veces lo recuerdo con la cara de siempre y otras me parece el mismísimo John Lennon. Es cierto todo lo que escribo. Lo juro por esa guitarra que parece llorar con la que Clapton cerró su Layla. Está sonando ahora mismo.

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