
Aunque se puede calificar de relato periodístico, puesto que es narrado por alguien que es testigo directo de los hechos, Diez días que conmovieron al mundo, no es un libro imparcial, puesto que su autor era un militante convencido e impulsor de la revolución. No obstante, se trata de una obra única y vibrante, las palabras de un testigo privilegiado que transmitió para las futuras generaciones los episodios más importantes de unos hechos que hoy podemos examinar con perspectiva histórica, pero que en aquellos instantes se desarrollaban de manera caótica y a veces absurda, pero sin que sus protagonistas supieran cual iba a ser el futuro inmediato. La toma del Palacio de Invierno, por ejemplo, es emocionante, sobre todo porque describe el contraste entre la miseria del pueblo y la opulencia en la que habían vivido sus dirigentes:
"Arrastrados por la impetuosa oleada humana, entramos corriendo en el Palacio por el portal derecho, que daba a una habitación abovedada, enorme y vacía, sótano del ala este, de donde arrancaba un laberinto de pasillos y escaleras. Allí había infinidad de cajones. Los guardias rojos y soldados se lanzaron furiosos a ellos, rompiéndolos a culatazos y sacando tapices, cortinajes, lencería y vajilla de porcelana y cristal. Alguien se echò al hombro un reloj de bronce. Otro encontró una pluma de avestruz y se clavó en el gorro. Pero en cuanto empezó el saqueo alguien gritó: "¡Compañeros! ¡No toquéis nada! ¡No toméis nada! ¡Esto pertenece al pueblo!". Inmediatamente le apoyaron veinte voces por lo menos."
En 1981, Warren Beatty, realizó una aparatosa versión cinematográfica de la vida de John Reed, una película muy irregular que intenta abarcar demasiado, desde la relación que mantuvo con la también escritora Louise Bryant, muy tormentosa y repleta de altibajos, hasta los conflictos en el seno del Partido Comunista estadounidense, que fue objeto a finales de la Primera Guerra Mundial de una especie de caza de brujas, predecesora de la del senador McCarthy. Todo ello, sin acabar de encontrar el tono, entre el documental y la narración cinematográfico, preciso para narrar una historia tan compleja. Si algo deja muy claro Rojos es que Reed era un idealista, alguien capaz de sacrificar su bienestar y su salud - recordemos que nació en el seno de una familia adinerada - en pos de una utopía, que ya en 1919, en la época de su segundo viaje a Rusia, dejaba ver su verdadero y sanguinario rostro, algo que se aprecia muy bien en las advertencias que Emma Goldman, expulsada de Estados Unidos que se fue a vivir a San Petersburgo, le realiza. Quizá Reed murió algo desencantado, pero esperanzado en que los acontecimientos tomaran el rumbo que él siempre había soñado. ¿Qué pensaría con la perspectiva de cien años después? Sería interesante tener la posibilidad de preguntárselo...