Jean Philippe Ronsard, La dignité de la littérature, París, Editions de la Rue, 2013, 150 pp.
No fue hace mucho cuando paseando por la parisina Rue des Ecoles me acerqué, inevitablemente, a la Livrairie Compagnie, lugar de donde no suelo salir indemne, es decir, con las manos vacías. Siempre que acudo allí, alguna novedad editorial, especialmente en lo relativo al ensayo sobre literatura, me asombra e ilumina. A menudo encuentro allí libros soñados, o libros que a mí me hubiera gustado escribir pero que, inevitablemente ya, aparecen publicados y con hermosas portadas. Este ha sido el caso del reciente descubrimiento de un libro pensado por una de las mentes más preclaras del pensamiento literario francés actual, el profesor Jean Philippe Ronsard, miembro del Collège de Paris, cuyas obras, fruto de reflexiones vividas, jamás dejan indiferente a sus lectores. En este momento me abruma tan sólo pensar en contarles algo acerca de la ingente bibliografía que el profesor Ronsard tiene tras de sí, y supongo que mis lectores no precisan de ello, ya que en la mayor parte de los casos la conocerán. Ronsard nos tiene acostumbrados a transitar por escritores fundamentales de la literatura universal desde perspectivas inquietantes e inéditas. Este es el caso del libro que ahora reseño, y que todavía está en mi mesilla de noche, recién leído. Debo decir que sus ciento cincuenta páginas se me han hecho cortas, pues la experiencia lectora ha sido realmente grata. Intentaré, en pocas palabras, explicar el planteamiento de esta obra. Un lector no avisado probablemente no capte en el título de la obra toda la dimensión que encierra la palabra “dignidad”. El editor ha tenido, en este sentido, el buen acierto de hacernos un guiño ya desde la portada utilizando como ilustración el retrato de Montaigne. Precisamente, el nuevo ensayo de Ronsard es una reflexión humanística, casi renacentista, acerca del hecho literario, desde un concepto acuñado por Pico Della Mirándola: la dignidad del hombre. Frente a la idea medieval del hombre como ente limitado y finito, Della Mirándola nos dibuja al ser humano como proyección, como alguien capaz de romper con sus meras fronteras físicas para convertirse en algo grandioso. Desde esta idea de proyección, Ronsard defiende la idea de que la literatura no es otra cosa que una proyección que va más allá del tiempo, de manera que su estudio no debería ceñirse a las obras como tales, ni tan siquiera a los escritores, sino a esos vectores del tiempo que hacen que una obra adquiera dimensiones gigantescas y atemporales. El tiempo, la proyección en el tiempo, para ser más exactos, es lo que convierte a la literatura en alquimia, en proyecto incesante de referencia moral y estética. No podría en una reseña tan breve dar cuenta de los diferentes casos sobre los que trata el profesor Ronsard, pero sí me gustaría referir, tan siquiera, algunos que me han parecido extraordinariamente significativos. Por ejemplo, cuando Ronsard aborda los orígenes del ensayo, estudia la manera en que Montaigne “proyecta” el pensamiento de San Agustín en una línea casi continua que apunta a la modernidad. Es fascinante ver cómo las ideas del pensador de Hipona, puestas en el francés de Montaigne, se renuevan sin perder un ápice de su profundidad. También me ha encantado el estudio que hace de la novela de Dostoievski titulado El doble, donde analiza cómo emerge la lectura moral a partir de los textos fundamentales que la Antigüedad y las literaturas europeas nos han brindado al respecto. En este ensayo asistimos al proceso lector del escritor ruso casi como si lo acompañáramos en Petersburgo. No menos luminosa es la lectura que ha hecho Ronsard de un poema de Borges, “Elegía”, desde un verso de Virgilio: sunt lacrymae rerum et mentem mortalia tangunt. Casi no he tenido ocasión de lamentar que el autor no conociera lo que yo mismo he escrito al respecto, pues debo reconocer que su estudio sobre la “proyección” de un verso de Virgilio en un poema de Borges (a Borges lo cita, por supuesto, según la edición francesa de “La Pléyade”) se me antoja definitivo.
En suma, escribo estas líneas todavía desde la provisionalidad y la emoción de una lectura reciente. El libro que aquí comento es, sobre todo, un aviso sobre la necesidad de devolver la literatura, la gran literatura, a la dignidad de su proyección como memoria colectiva, como fábrica de anhelos, utopías y sueños. FRANCISCO GARCÍA JURADO