El blog de Greenpeace ha reavivado un tema tabú peninsular. La venta de armas es una importante y creciente fuente de ingresos en España. En 2009, nuestro país exportó material por valor de más de 400 millones de euros, lo que nos ha valido para pasar del octavo al sexto lugar en el ranking mundial armamentístico. Felicidades…
Las balas matan. Esta obviedad, demostrada sangrantemente, parece incompatible con el nuevo modelo sostenible del estado español. Poca importancia tiene qué partido político esté en el poder, la economía nacional, vía violencia, no se sostiene; ni es sustentable ni sostenible. A nuestro juicio, en el debate de la exportación, tiene demasiada importancia el destinatario final: se critica la venta de armas a países irrespetuosos con los derechos humanos, como si la venta de pistolas y fusiles a naciones de corte más civilizado fuera éticamente plausible. Se habla de ayuda humanitaria y de defensa, de diseños inteligentes, pero, si ya es difícil encontrar un diseño inteligente en algunos dirigentes mundiales, mucho más difícil será comprar un arma con cerebro. Las balas, siguen una única trayectoria, lineal, concisa: se desentienden del bien y del mal. Es tecnología que aniquila primero y deja las preguntas suspendidas para después, en el aire, junto al hedor a pólvora.
En Cooliflower somos abiertamente pacifistas. Sería ridículo hablar de un mundo mejor, de modelos sostenibles y compensación de gases de efecto invernadero mientras permanecemos ciegos ante los incrementos de la industria armamentística. En el mundo, cada año 300.000 personas fallecen víctimas de una arma de fuego. Sólo en Colombia, unos de los países destinatarios de los productos made in Spain, más de cinco millones de personas poseen armas ilegales. Allí, el 80% de las muertes por arma de fuego, lamentablemente, no se produce por conflictos armados ni rencillas entre bandas, sino por la administración de justicia a manos de los propios ciudadanos.
Se puede evitar. El brazo ejecutor estaría indefenso sin algo que empuñar. Nos preguntamos: ¿Quién fabrica muerte y bajo qué auspicio? ¿Esto es la llamada economía sostenible?
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