Diógenes era de Sinope, hijo de Hicesio, un banquero. Cuenta Diocles que se exilió, porque su padre, que tenía a su cargo la banca estatal, falsificó la moneda. Eubúlides en su Acerca de Diógenes, dice que el propio Diógenes lo hizo y marchó al destierro con su padre.(…)
Al observar un ratón que corría de aquí para allá, según cuenta Teofrasto en su Megárico, sin preocuparse de un sitio para dormir y sin cuidarse de la oscuridad o de perseguir cualquiera de las comodidades convencionales, encontró una solución para adaptarse a sus circunstancias. Fue el primero en doblarse el vestido según algunos por tener necesidad incluso de dormir en él. Y se proveyó de un morral, donde llevaba sus provisiones, y acostumbraba usar cualquier lugar para cualquier cosa, fuera comer, dormir o dialogar. En ocasiones decía, señalando el pórtico de Zeus y la avenida de los desfiles, que los atenienses los habían decorado para que él viviera allí. (…)
Había encargado una vez a uno que le buscara alojamiento. Como éste se retrasara, tomó como habitación la tina que había en el Metroon, según relata él mismo en sus cartas. Y durante el verano se echaba a rodar sobre la arena ardiente, mientras en invierno abrazaba a las estatuas heladas por la nieve, acostumbrándose a todos los rigores. (…) Al observar una vez a un niño que bebía en las manos, arrojó fuera de su zurrón su copa, diciendo: “Un niño me ha aventajado en sencillez”. Arrojó igualmente el plato, al ver a un niño que, como se le había roto el cuenco, recogía sus lentejas en la corteza cóncava del pan. (…)
Consideraba minusválidos no a los sordos o a los ciegos, sino a los que no tenían moral (…). Al invitarle uno a una mansión muy lujosa y prohibirle escupir, después de aclararse la garganta le escupió en la cara, alegando que no había encontrado otro lugar más sucio para hacerlo. (…). Afirmaba que oponía al azar el valor, a la ley la naturaleza y a la pasión el razonamiento. Cuando tomaba el sol en el Craneo se plantó ante él Alejandro y le dijo: “Pídeme lo que quieras”. Y él contestó: “No me hagas sombra”.(…) Calificaba a los demagogos de siervos de la masa, y las coronas de eflorescencia de la fama. Se paseaba por el día con una lámpara encendida, diciendo: “Busco un hombre”. (…)
Necesitando dinero, decía a sus amigos que no se lo pedía, sino que se lo reclamaba. Una vez que se masturbaba en medio del ágora, comentó: “!Ojalá fuera posible frotarse también el vientre para no tener hambre!”.(…)
Decía que las concubinas de los reyes eran reinas; pues hacían lo que querían. Al honrar por decreto los atenienses a Alejandro como Dioniso, dijo: “!Y a mí hacedme Serapis!”. Al que le reprochaba que se metía en lugares infectos, le repuso: “También el sol entra en los retretes, pero no se mancha”. (…)
Eubulo cuenta que envejeció y murió en casa de Jeníades y que sus hijos le dieron sepultura. Y a propósito de esto que Jeníades le preguntó cómo le enterraría, y él contestó: “Boca abajo”. Al preguntarle aquél: “¿Por qué?”, contestó: “Porque en breve va a volverse todo del revés”.