Sin duda, la proclama de la muerte de Dios fue tan estrepitosa como falsa… Con trompetas, anuncios teatrales y redoble de tambores, nos alegramos demasiado pronto. La época se hunde bajo un cúmulo de información tomado como la palabra válida de los nuevos oráculos, y triunfa la abundancia en perjuicio de la calidad y la veracidad; nunca tantas informaciones falsas fueron celebradas como otras tantas verdades reveladas. Para poder comprobar la muerte de Dios, serían necesarios indicios, certidumbres, y pruebas.
Pues bien, todo ello falta…
¿Quién vio el cadáver? Además de Nietzsche, y aun así… A la manera del cuerpo del delito en Ionesco, habríamos padecido su presencia, y su ley nos habría invadido, contagiado e infestado, se habría descompuesto poco a poco, días tras día, y no habríamos dejado de asistir a una verdadera descomposición real, también en el sentido filosófico de la palabra. En lugar de eso, el Dios invisible mientras vivía, seguía siendo invisible después de muerto. Consecuencias del anuncio… Todavía esperamos las pruebas. ¿Pero quién nos las podrá dar? ¿Quién será el nuevo insensato para tarea tan imposible?
Porque Dios no está muerto ni agonizante, al contrario de lo que pensaban Nietzsche y Heine. Ni muerto ni agonizante, porque no es mortal. Las ficciones no mueren, las ilusiones tampoco; un cuento para niños no se puede refutar. Ni el hipogrifo ni el centauro están sometidos a la ley de los mamíferos. Un pavo real, un caballo, sí; un animal del bestiario mitológico, no. Ahora bien, Dios proviene del bestiario mitológico como miles de otras criaturas que aparecen en los diccionarios en innumerables entradas, entre Deméter y Discordia. El suspiro de la criatura oprimida durará tanto como la criatura oprimida, tanto como decir siempre…
Por otra parte, ¿dónde moriría? ¿En La gaya ciencia! ¿Asesinado en Sils-Maria por un filósofo inspirado, trágico y sublime, atormentado, despavorido, en la segunda mitad del siglo XIX? ¿Con qué arma? ¿Un libro, varios libros, una obra?
¿Imprecaciones, análisis, demostraciones y refutaciones? ¿Por medio de ataques ideológicos bruscos y violentos? El arma blanca de los escritores… El asesino, ¿solo? ¿Emboscado? ¿En banda, con el abate Meslier y Sade como abuelos tutelares? Si Dios existiera, ¿no sería su asesino un Dios superior? y ese falso crimen, ¿no ocultaría deseos edípicos, ganas imposibles, irreprimibles aspiraciones vanas por llevar a cabo una tarea necesaria para generar libertad, identidad y sentido?
No se mata un soplo, un viento, un olor, no se matan los sueños ni las aspiraciones. Dios, forjado por los mortales a su imagen hipostasiada, sólo existe para facilitar la vida cotidiana a pesar del camino que cada cual ha de recorrer hacia la nada. Puesto que los hombres han de morir, parte de ellos no podrá soportar esa idea e inventará todo tipo de subterfugios. No se puede asesinar un subterfugio, no es posible matarlo. Más bien, será él quien nos mate; pues Dios elimina todo lo que se le resiste. En primer lugar, la Razón, la Inteligencia, el Espíritu Crítico. El resto sigue por reacción en cadena…
El último de los dioses desaparecerá con el último de los hombres. Y con él, el miedo, el temor, la angustia, esas máquinas de crear divinidades. El terror ante la nada, la incapacidad para integrar la muerte como un proceso natural e inevitable con el que hay que transigir, ante el cual sólo la inteligencia puede producir efectos y, del mismo modo, la negación, la ausencia de sentido fuera del que otorgamos, el absurdo a priori, éstos son los conjuntos genealógicos de lo divino. Dios muerto supondría la nada domesticada. Estamos a años luz de un progreso ontológico como ése.
Onfray Michel - Tratado De Ateologia