Revista Arte

Dios, esa dulce belleza de la muerte

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

Cada segundo una persona muere, esto conlleva vestir a los minutos siguientes de lágrimas, dolor, duelo, llanto, tristeza perdurable entre el tiempo formando los días venideros. De esta manera, la muerte abre los ojos para abrir una siguiente puerta hacia ese gran misterio el cual para muchas religiones es un Paraíso, un Nirvana, para convertirnos en energía, o para danzar en la nada, pero, sea cual sea el lugar al que llegaremos o en lo que nos convertiremos, ¿qué es lo sucede con las personas que continúan construyendo su realidad en un cronos del cual la persona fallecida ya no forma parte?

Antiguamente la muerte no era vista ni recibida de esta forma, así lo deja ver el libro Tibetano de los Muertos, el Libro de los Muertos Egipcio, la Biblia, el Talmud, los Vedas y el Corán, en cada uno de ellos la muerte es un paso más de la vida.

Los grandes poetas clásicos, escriben a la muerte, la detallan y perciben la hermosura y la tranquilidad que trae consigo misma. Para las antiguas civilizaciones como la egipcia, el muerto tenía que pasar por el inframundo para después establecer su vida como lo hacía en la tierra, por ello, particularmente los faraones eran enterrados con sus riquezas y con sus esclavos. El Inframundo, el Sheol, el Mictlán, el Xilbaba, no eran lugares de castigo, era una etapa más que tenía vivir el alma, era algo completamente natural. Pero, ¿en qué momento lo natural dejó de serlo para convertirse en algo doloroso?, quizá en el instante en el cual el ser humano dejó de cuestionarse, y de contemplar a la naturaleza como parte sí mismo, al rebelarse contra ella y someterla para su beneficio, tal vez, en el instante en el cual el hedonismo y la soberbia convirtieron al cuerpo en un instrumento de placer dejando de escuchar sus lenguajes, siendo uno de ellos la propia muerte.

Cada despertar trae consigo una dosis de vida y de muerte, ambas tienen la misma posibilidad de expandirse en nuestra realidad, es decir, Un día más es un día menos. De ahí la enseñanza del Talmud cuando dice:

"Cada amanecer enseña que nada nos pertenece, así como nace al amanecer al mismo tiempo muere en el anochecer"

Lo dicho anteriormente enseña que no debemos aferrarnos a nada, porque así como en este instante alguien está naciendo en el mismo instante alguien está muriendo, la felicidad de algunos se convierte en lágrimas para otros, cumpliéndose el Taikun Olam, esta acción - destrucción tan necesaria, e interpretado en la poesía hebrea antigua con las siguientes palabras: "los contrarios siempre son correctos, la risa y el llanto, quizá por ello en el cielo al ejercerse cualquiera de los dos actos es reflejo de felicidad", o ese Aquí y Ahora tan repetido, pero tan poco practicado.

En cada acto debemos aprender a soltar, a liberarnos de lo material, de la reputación, de lo que obtenemos y construimos, aferrarnos sólo nos conduce a aferrarnos a la vida, pero este acto de soltar, -tan practicado en el budismo-, no implica solamente una buena muerte sino también alejar de nuestro día a día la ambición de poseer y del poder, soltar la vida y percibirla como un reflejo de la muerte ayuda a contemplarnos como hermanos, a compartir el mundo aceptando que no nos pertenece, a dejar de anhelar lo que los otros tienen, a abandonar el deseo de tener riquezas exageradas, a vivir en una verdadera libertad, sí, la paz, la justicia y la libertad se encuentran en el instante en el cual se abraza a la muerte y se le hace cómplice de la vida.

Nos han acostumbrado a poseer, a valorar al otro por lo que se tiene, que al saber que la vida sólo le pertenece a la muerte, la convierte en nuestra enemiga, y al sentir que no podremos contra ella nos llena de angustia y dolor. Liberar y desacostumbrarnos a poseer nos haría vivir nuestro propio duelo, a morir y a recibir la muerte de los demás con felicidad y no con agonía, aceptaríamos que cada uno tiene un tiempo, un tiempo de aprendizaje y un tiempo para dejar sabiduría.

El egoísmo y la posesión implican, entre otras muchas cosas, tener en nuestras manos la vida de las otras personas, de los padres, hijos, amigos, nos vuelve dependientes de las personas que amamos, pero, ¿de qué manera las amamos?, siempre, cada noche tenemos el deber de preguntarnos, ¿ame? ¿Ame a partir de la libertad y de la no dependencia, o amé porque se me dio, porque se me otorgó? ¿Puedo amar a la persona sin que me dé nada a cambio, a pesar de que se vaya lejos, a pesar de que nunca obtenga nada de él o de ella? Sí es así, la muerte se tornará una amiga, si es de otra manera, la muerte será la enemiga que nos quita un bienestar.

La vida tiene diversidad de muertes y cada una de ellas nos acompañan, ignoramos cuál será la nuestra o la de las personas a nuestro alrededor, pero esto no es lo importante, lo trascendental es de qué manera la recibirán todos los que serán parte de esta experiencia. La muerte de una persona involucra a muchos, por ello siempre debemos de actuar con paz en nuestro corazón, escuchar a la persona, consagrarla en vida, porque de esa manera nos consagramos a nosotros mismos, y nos evitaremos "hubieras y por qués". Muchas ocasiones el dolor y la negación se relacionan más con lo que no se dijo, siendo lo que causa ese profundo dolor las palabras y las acciones dejadas en el interior.

Tener a la muerte como amante de la vida ofrece al hombre fortaleza, por ello se dice:

"El pueblo que aprende a ver a la muerte con una amiga tendrá dominio de todo, porque al reconocer la muerte en la vida de su Espíritu, tendrá el conocimiento de la naturaleza, de nada servirán a los grandes imperios sus armas".

La muerte es un equilibrio, aceptarla otorga sabiduría, ignorarla lleva a pretender ser dejando de ser.

Despertar agradeciendo la vida y la muerte aleja de injusticias, de robos, de homicidios, de la absolutización de riquezas, porque al pronunciarnos a nosotros mismos: "Tengo vida, pero también tengo muerte", comprenderíamos que de nada sirve poseer.

Cada persona ha experimentado en su realidad la muerte y frente al dolor se experimentan y escuchan palabras de consuelo, pero este no se lleva con la muerte, ¿qué le digo?, mencionan muchas personas, la respuesta más clara y sana, es nada, ante la muerte no se dice nada, se debe actuar de forma natural, porque la muerte es algo natural, no hacerlo así hace que se perciba a la muerte como algo injusto.

Cada persona necesita un tiempo para despedirse, para liberar lo que tiene que decir, por ello se dan días de duelo, pero estos no son días de sufrimiento, sino un tiempo para estar con uno mismo, para encaminarse, para dialogar con nuestro silencio, y escuchar lo que nos decíamos a través de la otra persona, por ello son significativos los mantras, estas palabras, sonidos, o grupos de vocablos, que funcionan como instrumento mental, porque al decirlos se está otorgando una ofrenda a las personas de alrededor y a nosotros, su repetición tranquiliza, estabiliza el corazón y acerca a la persona a su interior del cual se está separado por la cotidianidad.

La muerte fue en algún tiempo una oportunidad de reencontrarse con uno mismo, con lo extraviado, y el llanto tenía otro valor, las lágrimas creaban un río para guiar al alma hacia su nueva morada.

Se podría decir que la muerte se transformó en sufrimiento en el momento en el cual dejamos de cuestionarnos la vida, a partir de ese instante ya no fue bien recibida, a pesar de formarse junto con nuestro cuerpo, de observar la luz paralelamente a el llanto al salir del vientre, a pesar de que la existencia toma su verdadero sentido en ella, porque a partir de ella se podrá contar y valorar lo que realmente se hizo y se fue, sólo en el momento de la muerte encontramos nuestra propia esencia en la realidad de los otros, antes de esto somos un proceso en construcción sin nada definido en la mortalidad humana ni en la eternidad.

En tiempos antiguos el día más importante era el día de la muerte, no el nacimiento, era la muerte quien otorgaba sentido a la vida, quien daba a nuestra realidad el Ser, como dice un antiguo poema persa: La oscuridad no es lo opuesto a la luz, sino la cuna de la luz. La muerte no es lo contrario a la vida, sino su cuna, sólo a partir de ella se obtiene vida.

Todo en nosotros lleva su compañía, el cuerpo lo recita, cada paso nos lleva hacia adelante, dejando algo atrás, cada paso pronuncia que el presente precisa de ese pasado que de cierta manera ya está muerto, cada parpadeo nos dice lo mismo, de ahí la diferencia entre paso y huellas, de ahí la profundidad de la mirada frente a la vista, porque las huellas serán aquellas que quedarán cuando la vida haya dado paso a la muerte, porque la mirada se llevará en interior la sabiduría, Séneca lo deja escrito en sus cartas a Lucilio:

"No caemos repentinamente a la muerte, sino que avanzamos hacia ella poco a poco. Morimos cada día, cada día se nos arrebata una parte de la vida, y aún en su mismo periodo de crecimiento decrece la vida. Perdimos la infancia, luego la pericia, después la adolescencia. Todo el tiempo que ha transcurrido hasta ayer se nos fue, este mismo día en que vivimos lo repartimos en la muerte. La última hora en que dejamos de existir, no causa ella sola la muerte, sino que ella sólo la consume".

La muerte le entrega belleza a la vida, pero se ha tornada despreciable bajo nuestros conceptos. Ha dejado de ser sagrada porque hemos dejado de serlo para nosotros mismos, se ha convertido en un conjunto de miedo y sufrimiento, porque es lo que somos los unos ante los otros, ya no somos presencias con dones y sabiduría para ofrecer, sino instrumentos desechables de placer.

Sí, la muerte ha dejado de ser natural porque el poder y la ambición del ser humano asesina en forma masiva sustrayéndole la naturalidad del tiempo que cada persona trae consigo misma, "Todo tiene un tiempo, un tiempo de vivir y un tiempo de morir", recita el Eclesiastés, pero este tiempo que pertenecía a Dios, o a la naturaleza, ha sido captado por la ambición de algunos hombres y mujeres, esos seres humanos que tiene tanto miedo de morir que pretenden adueñarse de la muerte.

La muerte no es un castigo, es la oportunidad de experimentar nuestra realidad para darle sabiduría y sentido a la vida, esa existencia formada de la realidad de todos los que compartirnos el mundo.

La muerte es el Silencio de la vida que nos revela Palabra, y la Palabra de la muerte que ofrecerá Silencio en la sabiduría de otra existencia.

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