Revista Religión
Leer | Mateo 22.41-46 | Los fariseos detestaban que tantas personas creyeran que el hombre que estaba frente a ellos era el Mesías. Este vulgar galileo no tenía ningún abolengo. Es verdad que podía dejar asombradas a las personas con su inexplicable sabiduría, pero sin duda no era, según ellos, el Rey que había venido.
No solo respondieron de manera equivocada, sino que también hicieron la pregunta equivocada. Pensaban que la prominencia cada vez mayor de Cristo simplemente aumentaba la posibilidad de que Él fuera el Mesías que había llegado. Pero Cristo les señaló una verdad más profunda, de la que dependía la salvación del hombre.
“¿Qué piensan ustedes acerca del Cristo”, les preguntó: “De quién es hijo?”(Mt 22.42 NVI).
Ellos sabían la respuesta, así como también tenían conocimiento de los rumores en cuanto a este lejano descendiente de David. Pero David tenía muchos descendientes. El Cristo sería —respondieron: “hijo de David”.
“¿Cómo es que David, hablando por el Espíritu, lo llama ‘Señor’ —preguntó Cristo— diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: ‘Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies?’” (vv. 43, 44 NVI).
Se refería al Salmo 110, en el que el Espíritu Santo habla por medio de David para explicar la divinidad de Cristo. Los fariseos pensaban que este debate era sobre si Cristo era el Mesías. En un instante, Cristo llevó la conversación a un nivel más alto.
Sus interlocutores eran testarudos, pero inteligentes. Reconocieron la implicación de la pregunta que les fue hecha. Por supuesto, David no habría llamado “Señor” a un descendiente suyo después de muchas generaciones. Un rey daría ese honor solamente al Dios vivo.
Cristo estaba señalándoles a ellos —y también a nosotros— la sorprendente verdad de que Él es Rey, Salvador y Dios.
Tal afirmación era exorbitante, pero también el único camino a la salvación. Dios se hizo carne, vivió sin pecar hasta la muerte, y resucitó para vida eterna, destruyendo así al pecado y a la muerte sobre la humanidad. Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera volver a Dios.
Esto aterrorizó a los fariseos, así que se quedaron en silencio, “y desde ese día ninguno se atrevía a hacerle más preguntas” (Mt 22.46).
Dios nos perdona cuando estamos de igual modo en silencio. Cristo es el Dios resucitado. Cuéntele eso al mundo.
(En Contacto)