Revista Opinión

Disfruta de tu vida y no seas envidioso

Publicado el 18 enero 2015 por Liberal

Todo el mundo que haya estado alguna vez en contacto con niños sabe que las tres palabras más famosas que suelen repetir cuando no les gusta algo son estas: ¡¡NO ES JUSTO!! “Ayyy, papá, NO ES JUSTO, NO ES JUSTO”, dicen. Recuerdo las sabias palabras de una bisabuela gallega: “Justos serán los don Justos”. Fina ironía celta-atlántica.

Eso no es exáctamente lo que dice Jesucristo a Pedro en los evangelios, pero se parece bastante. El relato sobre los obreros en la viña es una de las parábolas más inquietantes que Cristo contó. Se inicia en las viñas de Palestina, donde las uvas maduran en septiembre (al igual que en muchos otros climas mediterráneos como tenemos en España). Hay que cosechar antes de que empiecen las lluvias. Es una carrera contrarreloj. En la tradición, la plaza de una aldea o pueblo servía como una oficina de empleo informal. Todavía existe eso en España. El país está lleno de plazas y esquinas con obreros buscando una oportunidad, si bien es cierto hoy en día esos suelen ser inmigrantes de piel oscura.

Todo el mundo en esa parábola de Cristo está disfrutando de la riqueza del reino. Gozan de un diluvio de gracia, oleadas de alegría y bendiciones lo ven en todas partes. Y sin embargo, ahí tenemos a unos trabajadores, bañados por la misericordia de Dios, sujetando sus pequeños contratos y lloriqueando que otros “han recibido más”.

Esta parábola es desconcertante. Fue tal su intención cuando se escribió y nos sigue incomodando. El terrateniente defiende a Dios; por supuesto. La viña es el mundo, o a lo mejor el reino o su iglesia. El relato sugiere que Dios nos ama y bendice de maneras que van más allá de lo justo. No merecemos nada, porque somos depravados totalmente. No merecemos ni cosas, ni amor, ni siquiera la vida. No merecemos nada. Todo está regalado, todo es gracia.

Y es que, la vida NO ES justa. Todos nos quejamos, pero lo cierto es que detrás de la mayoría de las quejas (de este tipo, no me refiero a las quejas legítimas de justicia e igualdad de oportunidades), lo único que podemos percibir es envidia y odio de clase.

Muchas quejas realmente no buscan justicia. Simplemente, demuestran algo de la persona – esto es, normalmente querer tener la misma situación laboral que otro, etc.

Desde un punto de vista teológico, no merecemos nada de lo que tenemos – ni las cosas en propiedad, ni el “amor”, ni siquiera la vida misma. No merecemos nada. Todo es un regalo; todo es gracia.

Esta semana no he podido descansar mucho por el “jet lag” y otros problemas que ahora no vienen a cuento. Pero sí he tenido tiempo para ver en estos días un documental sobre la familia de los Roosevelts. Una de mis frases favoritas del gran liberal-progresista Teddy Roosevelt es esta: “La comparación te roba la felicidad”.

Todos conocemos a una persona o varias que trabajan menos que nosotros y ganan el doble. Todos habéis pensado alguna vez que “otra familia” es mejor que la tuya o más ideal. En tu vivienda, miras con envidia que tu vecino tenga el mismo piso pero sea vivienda protegida y tú tengas que pagar precios de mercado. Es un círculo vicioso que te come el espíritu. Cuando pensamos así y comparamos, la felicidad se nubla por la envidia. En vez de pensar en lo bueno que tienes, piensas en lo “mejor” que tienen otros que ni conoces.

En términos fiscales, tú y yo probablemente somos los que más “suerte” hemos tenido en el planeta. Nos encontramos en la cabecera de todo, en el 1% privilegiado del mundo, de entre los 6 mil millones de personas que habitan y contaminan este planeta. Incluso, el lector más modesto aquí será “rico” en muchos países.

Recuerda esto – nosotros hemos gozado de una vida que no nos hemos ganado. No hemos hecho nada para ganarnos nuestros privilegios. No es justo, quizá, pero disfruta lo que tienes.


 

Disfruta de tu vida y no seas envidioso


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