Revista Filosofía
Acabo de leer este artículo sobre Aristóteles del profesor José Montoya. Me ha llamado la atención como la teoría de la virtud aristotélica es presentada por Montoya por la unidad de tres elementos que configuran la cuestión problemáticamente. En la medida de que cada uno de ellos es a su vez un problema en sí mismo, a saber: en primer lugar una lógica de las disposiciones, hoy podríamos afirmar que estos temas tienen que ver con la biología moderna, neurociencia y demás, frente a la biología antigua; una doctrina de las emociones que no coincide exactamente con su correlato fisiológico sino con su expresión y, por tanto, desde el punto de vista de la especie las disposiciones en cierto modo nos igualan frente a otras especies que también son capaces de emociones, pero en su expresión concreta diferimos por los grupos a los que pertenezcamos y algunas diferencias que soportamos por ser individuales. De este modo las disposiciones son el contenido que presupone toda expresión. Ahora bien, el lugar donde se ponen en juego tales contenidos y expresiones es en el lenguaje el tercer elemento que destaca José Montoya.De las primeras se dice que nacemos con ellas (no hay por tanto tabula rasa, ni siquiera en el mismo Aristóteles que ha pasado por defender un especie de teoría del conocimiento como si no hubiera nada en el sujeto, y sin embargo no puede decirse esto en rigor). De las segundas, no tanto referidas a las emociones mismas sino a su expresión en forma de signos, es en estos donde una emoción es reconocible y por tanto intercambiable, aunque por ello mismo imitable y fingible, El tercer elemento es el lenguaje y que en Aristóteles no deja de ser problemático y quizá algo pobre desde la perspectiva actual. La clave de esta pobreza radicaría en que su teoría del la lógica depende aún de su metafísica. El ejemplo de las categorías es en este sentido paradigmático, ya que mezcla el ámbito ontológico, gnoseológico y lingüístico.Que estos tres elementos que el profesor Montoya ha destacado tan acertadamente ejerzan todo su potencial pasa porque el lenguaje sea considerado una dimensión de lo real autónoma, encuentre su propias razones explicativas y no se confunda ni con las emociones que expresan, ni con una parte de la realidad que designan. Esta tarea encuentra en los estoicos antiguos, principalmente, sus mejores interpretadores.