Por Julián Lautaro*
El objetivo de esta serie de artículos que hoy iniciamos es analizar las modificaciones que han surgido en las reglas de juego mediáticas y comunicacionales en los últimos años en Nuestra América.
Sin menospreciar el enorme impacto de las nuevas tecnologías, la irrupción de la disputa por los espacios y los contenidos no se entendería sin las luchas sociales, políticas y económicas que atravesaron nuestro continente en la historia reciente, marcando rupturas o hasta francos antagonismos respecto al hegemónico capitalismo neoliberal.
Después de la implosión pacífica de la URSS, el neoliberalismo globalizó el planeta organizando el “nuevo orden mundial” desde una unipolaridad indiscutida, la de EE.UU. Pero el intento de relanzar al capitalismo como supuesto “fin de la historia” ha comenzado a sufrir diversas crisis. Incluso, hace unos años ya que la única superpotencia viene mostrando signos de un paulatino declive, los que sumados a otros factores de peso han abonado tendencias hacia una incipiente multipolaridad. Sobre este nuevo reordenamiento internacional que se está esbozando, encontramos algunos de sus indicadores en el cambio de la política exterior norteamericana en distintos frentes, el creciente peso del BRICS, que la principal ruta comercial mundial se trasladó del Atlántico norte al Pacífico, el freno de China y Rusia a una nueva ofensiva de la OTAN (contra Siria), entre otros.
En referencia a nuestro continente, por un lado, este lento reordenamiento “multipolar” es apoyado como estrategia política por varios gobiernos. Asimismo, la creciente China ha desembarcado con fuertes inversiones económicas mientras que EE.UU. ha cambiado su posicionamiento regional. En estos últimos años aumentó significativamente sus capacidades de “disuasión” militar, esto incluye la reactivación en 2008 de la 4ª Flota disuelta en 1950 y el afianzamiento de un sistema de bases militares con fuerte pivote en Colombia. ¿Por qué esto? La superpotencia militar ha perdido peso y terreno en lo económico y político. Entre otras cosas, el noventista Consenso de Washington fue abandonado por gran parte de nuestra región y el ALCA nunca nació. También ha crecido el descrédito de la OEA, y se organizaron nuevas instancias supranacionales como Unasur y la Celac, que incluye a Cuba y deja afuera a EE.UU. y Canadá.
Lo más significativo es que desde nuestros pueblos hubo distintas resistencias al “neoliberalismo”, y en varios países han irrumpido fuerzas políticas que fueron desandando los caminos impuestos por el orden hegemónico mundial, generando una nueva dinámica regional que no se da en ninguna otra parte del mundo. Ésta se desplegó con mayores rupturas o continuidades respecto al Consenso de Washington, de acuerdo a las correlaciones de fuerzas al interior de cada país. Asimismo, debemos tener en cuenta que, en el marco de las distintas reestructuraciones de los estados nacionales y el creciente peso de lo regional, en Nuestra América se han ido consolidando tres esquemas de integración con diferentes miradas y proyectos. Dos plantean diferencias de modelo sin discutir la hegemonía capitalista, el tercero incuba una potencialidad contrahegemónica.
Por un lado encontramos al Mercosur. Este bloque económico, neoliberal en sus inicios noventistas y marcado por el enorme peso de Brasil, y su relación con Argentina, tiene como intención desarrollar un mercado común con cierta autonomía regional en un mundo que tiende a la multipolaridad. También son miembros plenos Uruguay, Paraguay (suspendido tras el golpe a Lugo, y marcando diferencias desde su nuevo gobierno) y Venezuela; Bolivia espera ingresar próximamente. Desde la nación caribeña se ha planteado la necesidad de superar el perfil comercial del bloque, centrado en grupos empresarios locales. Si bien no se abandonan los perfiles exportadores primarios, sus gobiernos se abocaron a reactivar el mercado interno como forma de apaciguar el profundo conflicto social precedente, producido por la aplicación de las “recetas neoliberales” del establishment financiero mundial (FMI y BM). Sobre la disputa comunicacional en los países del Mercosur, en Argentina la ley de medios sancionada en 2009 está judicializada y sin aplicación plena desde entonces, y en Uruguay en 2013 fue presentado un proyecto que se discute en el Congreso.
El bloque económico “neoliberal” del Eje del Pacífico, es el esquema de integración más afín a los intereses norteamericanos. Tras el entierro del ALCA en 2005 y el establecimiento de los TLC, esta nueva ofensiva sub-continental para el “patio trasero” fue lanzada en 2011. Agrupa a Colombia, México, Chile y Perú. Centrada en la exportación de materias primas (megaminería y agronegocios), esta alianza es la referencia de los grandes grupos económicos que conciben al “libre mercado” como el ordenador de una sociedad de ciudadanos consumidores, en donde los flujos de capitales, mercancías y personas circulan sin restricciones estatales. Estas economías exportadoras subordinadas a la lógica financiera del capitalismo del siglo XXI, funcionan macroeconómicamente con mayores niveles de desempleo, y necesitan un alto disciplinamiento/desestructuración de las clases subalternas. En 2013 y con la reforma a la Ley de Telecomunicaciones, México ha sido el único país del bloque en modificar ese marco legal.
El otro esquema trasciende lo meramente comercial, brega por la unidad continental basada en principios solidarios enraizados en los legados emancipatorios de Bolívar y Martí. Se trata de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, que también asume tendencias hacia la multipolaridad. Iniciada en 2004 por Cuba y Venezuela, ha incorporado a Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras (hasta el golpe de estado de 2009) y tres países caribeños. Si bien es el bloque de menor peso económico, es muy activo políticamente y es el más atacado desde la superpotencia militar y a la vez muy endeudada primera economía mundial. Cuatro de sus países miembro sufrieron intentonas golpistas: Venezuela, 2002; Bolivia, 2007; Honduras, 2009 y Ecuador, 2010.Cabe mencionar que los países del ALBA han mostrado interés en la economía social, buscando desarrollar un nuevo modelo productivo. Respecto a la disputa comunicacional, los tres estados sudamericanos de este bloque han modificado las reglas de juego: la Venezuela bolivariana en 2004, la Bolivia plurinacional en 2011 y Ecuador en 2013. Otro avance inédito y muy significativo, impulsado por éstos países principalmente, fue TeleSUR. Desde 2005, el canal multiestatal viene rompiendo fuertes cercos mediáticos y confrontando batallas de ideas con los medios audiovisuales hegemónicos de los países centrales (CNN, BBC, TVE, etc.). Su señal abierta satelital está disponible en América, Europa y norte de África, transmitiéndose por canal de aire en Venezuela, Ecuador y Cuba. Asimismo, en 2013 Bolivia y Venezuela firmaron un acuerdo para crear una red regional de radios.
La disputa comunicacional se extiende por nuestra América. También en Honduras se encuentra en estado legislativo un proyecto de reforma de la ley de telecomunicaciones. Y en varios países como Brasil, Nicaragua, Colombia, Paraguay, Guatemala, distintas organizaciones de las clases subalternas vienen planteando la necesidad de modificar las reglas de juego.
Para terminar de exponer este esquema introductorio, es fundamental señalar la fuerte concentración comunicacional impuesta en nuestro continente. En esto influyó mucho que los medios audiovisuales de la región fueron organizados sobre una combinación entre el modelo europeo y el norteamericano, con una mayor influencia de este último a partir de los años ´70. Bajo la creciente concentración económica y mediática, el espacio audiovisual quedó en manos de pocas corporaciones, los contenidos fueron reducidos a mercancías para el entretenimiento masivo, y estos grandes grupos emplearon a sus medios como plataformas con gran capacidad de incidencia política. En sus pantallas, “informan” con campañas de miedo, de criminalización de sectores subalternos, agendas desestabilizadoras contra gobiernos no afines, y hasta legitimaciones de golpes de estado y sanguinarias dictaduras. Los marcos legales favorables a estos procesos de concentración mediática acompañaron los esquemas económicos y políticos implementados en nuestros países, siempre subordinados al orden hegemónico vigente y sus formas, como la Alianza para el Progreso, la Doctrina de Seguridad Nacional o el Consenso de Washington.
Pero a inicios del Siglo XXI, tras las crisis de aquellos esquemas en nuestro continente, también comenzaron a ser discutidos los marcos regulatorios -y confiscatorios- de la comunicación. Y no sólo debido al desarrollo tecnológico, que ha mejorado las posibilidades de disputar el espacio mediático, si no y fundamentalmente por la activa voluntad política de gobiernos y amplios sectores tan diversos como los partidos políticos, movimientos sociales, pueblos originarios, organizaciones culturales, universidades, sindicatos, medios comunitarios, cooperativos, mutuales y pymes. Las coincidencias fundamentales apuntan a democratizar la comunicación, promover la generación soberana de contenidos y la distribución equitativa de bienes culturales.
Buscando sistematizar estos procesos, nos enfocaremos en las dinámicas sociopolíticas que generaron el cuestionamiento del “statu quo” comunicacional en cada país, las principales características de estas disputas por lo mediático, las particularidades de cada nueva ley, a que sectores beneficia y perjudica, y que impacto tienen. Ante esta realidad abierta en nuestra América, para la economía solidaria se trata de sumar fuerzas y ganar mayores posiciones en el mercado como también de discutir críticamente los contenidos y sentidos que impone el orden hegemónico a escala global.
Evitar la batalla de ideas contra ese orden y renunciar a los esfuerzos integradores y solidarios es condenarse a perder.
Publicado para Usina de Medios Argentina.
Tomado de ALAI, América Latina en Movimiento
*Estudiante de sociología y colaborador de varias páginas en Internet