Películas domésticas en super-8, viejas grabaciones de jornadas estivales: todo ha cambiado tanto que cuesta reconocerse en las risas mudas y los gestos de vergüenza, robados al paso del tiempo sobre el fondo borroso de una fiesta de cumpleaños, una carrera en la playa, una tarde amodorrada en la que sin embargo decidimos construir un robot con una caja de cartón, o un barco de madera, una brújula un disfraz, miraquédinosaurio…
Postales guardadas en una caja, las esquinas arrugadas como lo hacen los recuerdos: los años desdibujan algunos momentos que tratábamos de conservar, y sin embargo iluminan con un relámpago caprichoso algunos detalles a los que no dimos en su momento ninguna trascendencia. Un jersey burdeos, unos cuentos sobre la mesa, los hijos (¿cómo se llamaban?) de aquellos amigos de tus padres: fijados para siempre en nuestra memoria, persistiendo al paso del tiempo como antiguas postales que de pronto aparecen, guardadas en una caja.
El mar, sin embargo, es omnipresente: el cantábrico plateando bajo un cielo encapotado, los hocicos despintados de las barcas olisqueando en el aire con el vaivén de las olas. Algo tendrán a veces las canciones, que parece que llegan a nosotros cargadas de humedad y olor a brea, salpicadas de salitre.
Melodías en calma, ukeleles, saudade y arpegios de cristal: en el disco con el que debuta el asturiano Álvaro Menéndez no ocurren demasiadas cosas, pero las pocas que ocurren son todas verdad. Aprehendiendo lo esencial, prescindiendo de lo accesorio: ninguna de las notas que suena en esas ocho canciones pesa tanto como los silencios que las envuelven. Lo que cuenta son los vacíos, lo que importa son las ausencias; lo que pesa (otra vez este verbo, con lo leves que parecen por fuera estas composiciones…) es la distancia.
“Veranos Eternos“, así se llamará el primer disco de León de Pelea: la pieza que hace el número 34 en la pequeña pero hermosa colección de minerales de Juanra Prado será editada (como acostumbran a hacer en el excelso sello Moonpalace) de forma artesanal y limitada a principios de este próximo mes de noviembre, pero ya pueden escucharse dos de sus temas. “Capitán“, la canción que abre del disco, echa el ancla en la nostalgia y sienta las bases para lo que ocurrirá después; “Distancia” -esta canción que hoy presentamos en primicia en The Songs We Love- se instala más cerca del temblor imperceptible que de la emoción altisonante. Sólo una muestra de la delicada caligrafía de su autor, y la extraordinaria capacidad de esas miniaturas para dejarle a uno el pecho sumergido en azul, fundido en sepia.
Publicado en: RevelacionesEtiquetado: Folk-pop, Moonpalace, 2015, León de Pelea, Veranos EternosEnlace permanenteDeja un comentario