Revista Cultura y Ocio

Divina, por Inma Luna

Publicado el 09 diciembre 2015 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Divina, por Inma LunaEditorial Baile del Sol. 69 páginas. 1ª edición de 2014.
Hacía tiempo que no leía poesía. La lectura de poesía siempre me parece algo más íntimo que la lectura de prosa. Nunca dejo de tener la necesidad de leer algo, pero he de sentir una sensación especial para que ese algo sea poesía. No tengo muy claro cómo definir ese algo y no quiero ponerme cursi. Lo dejo aquí. Me apeteció leer poesía, y la fila de poemarios acumulados sin leer en mis estanterías no es tan larga como la de libros de prosa, pero no está mal. Me decidí por Divina de Inma Luna (Madrid, 1966), un libro que me firmó la autora en la Feria del Libro de Madrid de 2014. Yo había quedado con Inma en la caseta en la que firmaba su nuevo poemario (el penúltimo publicado por la autora), para que me pasara algunos de los ejemplares de autor de mi novela El hombre ajeno, que acababa de salir por entonces. Inma Luna, además de ser autora de Baile del Sol, como yo, también ha colaborado en algunos momentos con la gestión de la editorial. Empecé a leer Divina un miércoles por la tarde, esperando dentro de un coche. Pude leer unos pocos poemas. A la mañana siguiente, al tomar el autobús de la ruta que me acerca al colegio donde trabajo, volví a empezar el libro y unos cincuenta y cinco minutos después (lo que dura mi viaje en ruta) lo había terminado (leyendo cada poema varias veces, como suelo hacer). El poemario viene acompañado de sugerentes ilustraciones de la artista Loreto Rodera. Me bajé del autobús con una agradable sensación de conquista, por haberme acabado el libro justo en el tiempo preciso, por haberlo disfrutado y con esa incertidumbre metafísica de preguntarme por qué no leo más poemarios cuando los suelo disfrutar tanto al acercarme a ellos.
De Inma Luna había leído hasta ahora algunos poemas en la antología de Baile del Sol 23 Pandoras, que apareció en 2009 y alguno más por internet.
Divina, el poemario anterior a Un vago temblor de rodillas en el corazón (2015) de la editorial Crecida. (su poemario más reciente), se divide en tres partes, siendo la primera la más extensa. En Párvulo en los nueve círculos -la primera parte-, la autora indaga en su infancia, centrándose en unos recuerdos bastante concretos: los del colegio de monjas en el que estudió. La voz narrativa de una mujer ya adulta ajusta cuentas con un pasado, cuyo tiempo narrativo es el del franquismo y el que el que la educación de la mujer (y posiblemente también la de los hombres, pero sobre todo la de la mujer) estaba basada en la represión, el rechazo del cuerpo y en el desconocimiento de los hombres. Es una poesía íntima, pero que no duda en abrirse al espacio de socialización que representa el colegio. El primer poema es bastante significativo para entender el tono del libro:
La tormenta
Truena se ha ido la luz nos hacen rezar a oscuras nos van inoculando el miedo
Los versos que recuerdan la represión sufrida se suceden: “de mis tristezas pedagógicas” (pág. 11), “Imaginar convoca moscas” (pág. 12), “no se pregunta” (pág. 13), “desdibujando a las mujeres” (pág. 13), “por eso nos prohibieron / mirar por las ventanas” (pág. 24)
Me gustaría destacar el siguiente poema:
El patio
Emparejadas como bueyes salíamos al patio. Al principio había yerbas, amapolas, algunas briznas insólitas de trigo, Semillas que brotaban sin deber. Luego, todo se hizo cemento de aquel que lastima las rodillas. El campo despertaba demasiados instintos.
Respecto a los poemas de Inma Luna que había leído anteriormente, los de Divina me han parecido más certeros, más esenciales. Inma ha dejado atrás algunas expresiones y acercamientos más coloquiales a lo retratado en sus poemas y dentro de la búsqueda de la sencillez el nudo del poema -la sensación de la infancia que quiere evocar- se ha vuelto más precisa, más luminosa. El vocabulario empleado es siempre próximo, sin ser llano.
Muestro aquí otro poema de esta primera parte:
El tejado
Aprendí a subir al tejado, un pie sobre la lavadora, un salto a la ventana. Sentada allí, sobre el saliente, dejaba entrar el vértigo que me hacía cosquillas. Así me fui haciendo resistente a cualquier superficie resbalosa.
El último poema de Párvulo en los nueve círculos nos introduce en la temática de las siguientes partes del libro:
Prohibido jugar
No me dejaban jugar con los chicos así que nunca supe cómo relacionarme con los hombres. Mi matrimonio fue un fracaso que se gestó en la infancia.
La segunda parte se titula En la selva, el extravío, y después del colegio de monjas, nos acercamos a la vida familiar (y más adolescente) de la autora. La voz poética nos habla ahora de la madre o el novio, pero su forma de enfrentarse al mundo, después de la experiencia limitada del colegio de monjas, parece pobre y basada en unos principios –como el del sacrificio- insuficientes o erróneos para enfrentarse a la vida:
Tocamientos
Mi novio quería tocarme y yo siempre decía que no, le apartaba las manos, me escabullía. Me habían cercenado los deseos y todos mis rincones eran fríos y angostos como la esquina recta de una losa. Nada de generosidad, nada de resplandor ni de deseo, ni un atisbo de vida entre las piernas apretadas.
En la tercera parte –Y del cielo, la luna- la protagonista de nuestros poemas se ha quedado embarazada de forma no deseada y se ve (como en épocas del pasado que se debían de resistir a desaparecer) obligada a casarse. Lo expresa así en el primer poema de esta parte:
El tema
Quisieron hablarme de sexo al enterarse de mi embarazo y ni siquiera entonces supieron cómo hacerlo así que me obligaron a casarme para evitar el tema.
En algunos poemas se ahonda en la descripción de las funciones del cuerpo femenino como tema poético. Ese mismo cuerpo que había sufrido la represión de ser sublimado en la infancia se revela ahora como una realidad más que tangible. En este sentido, la sencillez esencial de la poesía de Inma Luna en este poemario me ha recordado a la forma compositiva de la poeta norteamericana Sharon Olds, una de las voces más potentes de la nueva poesía norteamericana y con la que encuentro conexiones con la forma compositiva de Inma Luna en Divina.
Dejo aquí uno de los últimos poemas del libro, que me ha gustado especialmente:
Una gota de leche
Las seis de la mañana, el niño duerme, la facultad espera con su fachada de hormigón y su voz fría. El autobús está aparcado cerca de la gasolinera esperando por mí. Una gota de leche ha manchado mi camisa blanca, el blanco sobre el blanco y todavía no amanece. Tengo el examen de comunicación social, aprieto la carpeta contra el pecho repleto y le entrego mi tique al conductor.
Con este poema en el que la protagonista toma un autobús, leído dentro de un autobús, dejo este comentario, y me reitero: disfruté mucho de la cercanía de lo contado en este poemario sincero y hondo. Tengo que dejarme anotado que he de volver a la poesía con más frecuencia.

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