Revista Arte
El arquitecto Leon Battista Alberti fue también uno de los principales teóricos del quattrocento italiano. Una de sus obras fundamentales es el tratado Sobre la pintura, publicado en 1436, auténtico testimonio de su época y un documento clave en el estudio del arte del renacimiento. En este fragmento analiza una de las partes en que divide la pintura: la circunscripción.Fragmento de Sobre la pintura.De Leon Battista Alberti.Dividimos la pintura en tres partes, división está que extraemos de la misma naturaleza. Pues como la pintura estudia representar las cosas que se ven, anotemos de qué modo estas mismas cosas llegan a ser vistas. Primero, cuando miramos una cosa, advertimos que es algo que ocupa un cierto espacio. El pintor circunscribe el espacio de este lugar, razón de trazar el contorno, que llamará con un vocablo propio, circunscripción. A continuación al ver, discurrimos que muchas superficies del cuerpo visto se unen entre sí, y el pintor llamará composición el dibujar adecuadamente en su lugar estas conjunciones de superficies. Por último, al mirar discernimos los distintos colores de las superficies, cuya representación en pintura, dado que todas sus diferencias las recoge de la luz, se le llamará por esta razón entre nosotros, recepción de la luz.Así, pues, la circunscripción (120), la composición y la recepción de la luz (121) hacen la pintura. Así se sigue que ahora hablemos brevísimamente sobre estas cosas. Y primero, sobre la circunscripción. La circunscripción son aquellas líneas que circunscriben el ámbito de los contornos en pintura. En esto dicen que el pintor Parrasios, con quien se establece el discurso de Sócrates en Jenofonte (122), fue un perito muy pulcro, el cual examinaba de modo muy sutil las líneas. Pienso que en la circunscripción hay que tener en cuenta que sea hecha con líneas muy tenues y fugitivas a la vista; al modo que dicen que solía ejercer Apeles y que disputó con Protógenes (123). Pues la circunscripción es un tipo de anotación de los contornos, que si se hace con una línea visible, estos no parecen márgenes de las superficies, sino hendiduras en la pintura. Yo quisiera que en la circunscripción sólo se buscase el ámbito de los contornos, en lo que afirmo que es preciso ejercitarse con asiduidad. Pues nunca se alabará ninguna composición ni ninguna recepción de la luz sin la presencia de la circunscripción. Pero la circunscripción sola es a menudo muy grata. Así, pues, la obra depende de la circunscripción, y para tenerla bellísima estimo que nada puede resultar más adecuado que el velo que suelo llamar intersección entre mis amigos íntimos, de cuyo uso soy el primer descubridor (124). Es de este modo: un velo de hilo tenuísimo y teñido del color deseado, dividido con gruesos hijos en porciones cuadradas paralelas y distendido en un telar. Lo sitúo entre el objeto a representar y el ojo, para que la pirámide visiva penetre a través de la transparencia del velo. Este velo tiene asimismo no pocas utilidades de por sí: primero presenta siempre las mismas superficies incambiadas, pues situados los términos en él, te apercibes de modo inmediato de la cúspide de la pirámide, que es muy difícil de hallar sin esta intersección. Y sabes que al pintar es imposible imitar algo que no se presente de modo perpetuo el mismo aspecto. Es por esto por que es más fácil emular las cosas pintadas que las esculpidas, pues siempre presentan una misma faz. Asimismo sabe que la misma cosa vista aparece alterada cambiando la posición del intervalo y del centro. Y así he dicho que el velo aportará una no mediocre utilidad, ya que la cosa siempre persiste vista igual. La inmediata utilidad es que los sitios de los contornos y los términos de las superficies, pueden constituirse con facilidad exactísimos en la tabla que se pinta, pues si sitúan en un paralelo la frente, en el próximo la nariz, en el cercano las mejillas, en el inferior el mentón, y de este mismo modo todas las cosas dispuestas en sus lugares, así colocarás todas las cosas hermosísimas en la tabla o en la pared en tanto estén divididas en tales paralelas. Por último, este mismo velo sirve de máxima ayuda para realizar la pintura, porque con él ves la cosa misma, prominente y rotunda, conscrita y pintada en la planicie del velo. De estas cosas sostengo de cuánta utilidad es el velo para pintar con facilidad y corrección, tal como podemos entender por juicio y experiencia.No escucho a los que dicen que no es bueno que el pintor se acostumbre a estas cosas, porque como ellas facilitan una máxima ayuda para pintar, en cuanto están ausentes, el artífice no puede hacer nada por sí mismo. No indagamos, si no me equivoco, el infinito trabajo del pintor, sino que esperamos aquella pintura que parece prominente y similar a los cuerpos dados. Lo cual no sé cómo se podrá conseguir, incluso medianamente, sin el auxilio del velo. Así, pues, usen esta intersección, o velo, quienes estudian avanzar en pintura. Y si quieren experimentar el ingenio sin el velo, deben imitar de modo intuitivo esta misma razón de las paralelas, imaginándose que siempre una línea transversal se cruza con otra perpendicular, allí donde sitúan el término visivo en la pintura. pero como en muchos inexpertos pintores los contornos de las superficies son dudosos e inciertos, como, por ejemplo, en los rostros, puestos que no disciernen en qué lugar los temporales se distinguen de la frente, es preciso que adquieran una regla para el conocimiento de esta cosa. La misma naturaleza lo demuestra plenamente. Puesto que en las superficies planas intuimos que son visibles por sus propias luces y sombras, así también vemos en las superficies esféricas y cóncavas diversas superficies cuadradas con diversas manchas de sombras y luces. De tal modo que cada parte diferenciada por la luz y la sombra ha de ser considerada como una superficie en sí misma. Y si la superficie vista procede de la sombra hacia un color vivo, entonces es oportuno señalar con una línea la mitad, que está entre uno y otro espacio, a fin de que no haya la menor duda en la razón del espacio a ser colocado.Fuente: Alberti, Leon Battista. Sobre la pintura. Valencia. Fernando Torres – Editor, 1976.