Gracias por vuestras ‘gracias’. Y que El Camino de Marian siga siendo de todo lector que quiera leerlo y que decida recorrer alguno de los rincones por sí mismo.
Miremos las imágenes y recordemos los paseos.Seguramente encontraréis esa sensación especial que existe en cada uno de vosotros y vosotras, caminantes todos.Gracias. Rubielos de Mora. Teruel. La imagen viajera del mes de eneroPorque existen rincones diminutos creados a base del tesón de sus gentes durante siglos. Por eso, de vez en cuando, aparecen pueblos muy alejados de las carreteras más transitadas que pueden suponer un paseo a través del tiempo.
Rubielos de Mora se alza en el valle de Gúdar. Un entramado cincelado a base de madera, hierro y madera. Se encuentra bajo unos cielos limpios durante los meses de más calor y siente la cercanía de un manto blanco en los meses más fríos. Pero no importa, sus rincones nos dan la calidez suficiente para que solo temblemos de emoción cuando descubramos nuevas sensaciones.Rubielos de Mora es de esos pueblos medievales que si lo recorremos a primera hora de la mañana con alma andarina y pasos muy lentos nos marcará con su esencia tradicional: el aroma a pan recién hecho. Gentes que ofrecen su cariño no solo amasando si no también con una sonrisa cada vez que alguien abre la puerta del horno. Y entonces, todo un mundo cálido y aromático nos envuelve y nos reconforta del posible fresco matinal. Imágenes muchas, cada uno tendremos la nuestra. Esos callejones que te obligan a retomar tus pasos por terminar en un barranco; esos repiqueteos constantes del agua de las fuentecillas o esos patios interiores abiertos de las casas particulares demostrándonos la hospitalidad de estas buenas gentes…
Una ciudad esculpida por el ir y venir de sus habitantes durante siglos. Un casco histórico recogido, sorprendente y muy, muy legendario. No hay más que dejarse llevar por sus callejones en penumbra; por aquellos que sus ventanas enrejadas y sus puertas de madera nos trasladan a través de un túnel en el tiempo. Sensaciones de encontrarnos en la Edad Media y de estar siguiendo los pasos de artesanos, caballeros y doncellas.Visitamos ocho rincones, lo más emblemáticos. Pero su casco histórico es de esos que te piden que guardes el mapa en la mochila y te dejes llevar sin más. Que te atrevas a recorrer esos callejones en semipenumbra que no sabes a donde te pueden llevar. Sus calles no guardan un orden y le añaden la esencia de estar en pendiente y escalonadas… Sugerentes y misteriosas. Porque Cuenca nos enamoró en el camino por el simple atrevimiento de recorrerla.
Ciudad pequeña, pero como la esencia bien guardada, muy intensa; donde en cada rincón, esquina, plazoleta se vierte una gota de esa belleza sosegada en cada paso que damos.Sensaciones en forma de piedra o de azulejos vidriados en blanco, verde y morado. Pequeños detalles en esas balconadas y ventanas decoradas con bellas flores de hierro forjado. Torres, iglesias, escalinata, puentes y acueducto; edificios, plazas, monumentos, fuentes, jardines y los Amantes.¡Y el Torico! Bajo Actuel… Una plaza, de las más hermosas. De esas que, aunque arrecie el frío sientes una calidez especial. Porque sus colores pasteles son abrazos enormes que te cubren bajo los soportales donde podemos descubrir dulces sabores artesanos. Y una fuente que decide elevar al Torico hacia el cielo. Y buscando esta pequeña imagen surge esa hermosa casa modernista, una de las más representativas de Teruel. La más romántica; la que provoca fantasía con sus líneas curvadas y sus balconadas. La que nos muestra orgullosa su pequeño torreón desafiando la gravedad, mirando hacia el infinito.Una imagen que vale más de mil palabras.
Y descubrimos algo sorprendente en el camino que no se correspondía con su nombre. Con esa belleza natural que nos desborda a los amantes de la naturaleza.
En abril fue necesario buscar la soledad. Y forzar nuestros pasos para sentir los aromas del brezo, romero y tomillo para que despertaran nuestras sensaciones.Descubrir el por qué los carmelitas llamaron a este parque natural de Castellón, ‘desierto’. Y entonces comprendimos que esta denominación solo hacía referencia a la necesidad de buscarse uno mismo en su interior. ¿Y qué mejor que hacerlo alejado de los ruidos y de las carreteras con intensidad de tráfico? ¿Qué mejor que hacerlo mientras andábamos por los caminos intentando llegar a las ruinas de castillos históricos o nos adentrábamos en las entrañas del Monasterio Carmelita?Con ojos ávidos de naturaleza virgen y con el alma que ansiaba soledad y silencio. Y sentados en una piedra del camino y observando el monasterio primitivo no importó que los escalofríos se adueñaran de nosotros. Y al fondo, dando la paz y el sosiego que faltaba volvía a recortarse el azul inmenso del mar Mediterráneo.
Para descubrir un parque nacional que se extiende por tierras de tres comunidades hacía falta tiempo y ganas. Pero las había y las fuimos descubriendo: rincones sagrados como Covadonga; el puente romano de Cangas de Onís, que no lo es; las grandezas de los lagos de Covadonga y sus reflejos hipnóticos; pueblos y aldeas pequeñas y típicas de la alta montaña cantábra. Nos atrevimos con los desfiladeros leoneses, esos que quitan hasta la respiración. Una frontera invisible entre Asturias, Cantabria y León.Recorrimos la Garganta del Diablo y el mítico y sagrado Naranjo de Bulnes. Miles de miradas para unas tierras que hay que descubrir, al menos, una vez en la vida.
Porque en el deambular por su casco histórico descubrimos calles que posiblemente muchos valencianos aún no conozcan. Pero hemos tenido ese privilegio y así nos sentimos reconfortados. Así que con alma andarina dejamos que nos sorprendan las fuentes y los edificios iluminados por esa intensa luz del Mediterráneo.Torres, puentes con 'olas', fuentes, monumentos y protagonizando la ruta andarina: una catedral y la basílica. Calles que nos llevaban al origen de la Valencia medieval, plazoletas y edificios hechizados. Y un portal sorprendente y muy escondido que se apoyaba sobre un torreón árabe.Fue una mirada a la otra Valencia: la que también existe.
Teruel existe y enamora. Te invita a que la observes de forma especial mientras te recorre un escalofrío por todo el cuerpo. Y te preguntas cómo pueden existir aldeas y pueblos tan hermosos y tan alejados de todo. Y dejas que entren por cada poro de tu piel con esencias diferentes.
Villas amuralladas en lo alto de promontorios o perdidas entre valles; que se descuelgan a través de una ladera buscando la orilla de su río; pueblos que se asoman al abismo resistiendo la fuerza de la gravedad; callejones rojizos donde apenas entra la luz del sol o plazoletas empredadas donde poder descansar. Casas encaladas para absorber la luz mientras en sus ventanas sonríen bonitas macetas llenas de flores. Muros que recuerdan el paso de héroes históricos y sus huestes y que nos hacen apreciar hoy, aún más, la calma de sus calles y la bondad de sus gentes. Figuras esculpidas de seres mitológicos en las puertas de algunas casas que nos recuerdan que la provincia de Teruel está hecha de historia y leyendas y que tiene su propia esencia.
Anclado en la serranía y que se desploma a lo largo de la montaña. Calles en diferentes alturas que nos van llevando sin descanso hacia las ruinas del castillo árabe. Aquél que, como muchos otros, tuvo una posición estratégica entre dos coronas. Unas ruinas que hoy se pierden entre el brezo y el romero pero que nos ofrecen panorámicas dignas para poder ser contempladas.Y entre sus huertos de olivos, manzanos, viñas y granados, se encuentran las acequias regadas por un río que fue testigo de una de las tradiciones más arraigadas de esta comarca. Y la más arriesgada. Porque aquí, los valientes gancheros que intentaban dominar los troncos sobre el cauce del embravecido Turia, arriesgaban su vida cada vez que navegaban por él. Saltos de agua, caminos señalizados, cascadas, lagos, presas, desfiladeros, bosques ribereños, escaladores por paredes prácticamente verticales… Chulilla es así. Un rincón valenciano que nos ofrece la experiencia al aire libre que más nos guste disfrutar.
Pequeñas pinceladas del Camino de Santiago. Más que unas imágenes para el mes de octubrePorque más que un viaje andado por los senderos del Camino de Santiago fue una mirada hacia el origen de la peregrinación. Lo hicimos recorriendo pequeños enclaves que ofrecieron antaño y lo siguen haciendo, descanso espiritual y físico al peregrino. Y cultural...
Rincones legendarios bajo el brillo y la valentía de Roldán y Carlomagno hasta el sosiego, silencio y misticismo de las catedrales de Burgos y León. Y de la alegría desmesurada, los saltos y abrazos en la plaza del Obradoiro. Y del saber que, a pesar de todo, se ha podido llegar hasta Santiago de Compostela.
Porque sus bosques, prados y costa están llenos de mitología viviente. Porque detrás de un tronco tendido en el camino y tapizado de musgo pueden aparecer unos ojillos inquietos de algún musgosu.
O porque si ascendemos por las montañas camino de alguna braña o lago puede aparecer de pronto el risueño nuberu. Si tienes la sensación de que estás siendo observado desde alguna cueva o el crujir de las hojas detrás de ti te avisa de que no estás solo, entonces, solo entonces,… ¡te encuentras en Asturias!Paletas de pintores de la naturaleza con infinidad de verdes, azules y ocres. Esos de los fuegos otoñales en sus bosques y montañas y que descansan sosegadamente en el letargo del invierno. Recorrimos varias rutas de senderismo a cada cual más bella. Rutas del agua. Cerca de los ríos, de las cascadas, de los lagos… Porque el agua es vida y en Asturias la hay.
Porque retrocedimos hasta averiguar el origen del belén y comenzamos a seguir sus pasos a través del tiempo hasta llegar a un pueblo de Valencia donde algunas familias supieron convertir sus ilusiones en más de seis mil figuras realizadas con sus propias manos. Un belén que nos cuenta cómo eran los diferentes pueblos, culturas, vestimentas y paisajes de un momento de la Historia: la infancia de Jesús.
GRACIAS