Revista Opinión

Doctor Sweeney

Publicado el 21 febrero 2009 por Crítica
Doctor SweeneyImagínese a un joven blanco que vive en una comunidad tranquila y pacífica, que en pocos años se ve trastornada por la llegada masiva de nuevos vecinos negros e inmigrantes. Imagínese que matan a su padre mientras trabaja en un gueto. Suponga que se tiene que pelear por poder usar los espacios públicos que antes había usado sin miedo y sin problemas. Imagínese que ve como los vecinos de siempre pierden sus negocios y que sus amigos y vecinos están en paro, o tienen que competir por trabajos insignificantes y conformarse con sueldos de inmigrantes. Imagínese que tenga que evitar a las bandas de negros para evitar problemas, y que a su hermano pequeño le amenazan en el instituto. Suponga que una noche le intentan robar el coche en su misma casa con su familia dentro. Imagínese que a su hermano le mata en su instituto un negro que no llega a quince años y que ya se ha hecho con una pistola.
Piense ahora en otro joven, esta vez negro, que llega a una comunidad donde sólo le alquilan un piso en una zona con otros negros. Imagínese que sólo pueda optar a trabajos miserables por sueldos miserables. Suponga que su barrio, ya segregado de la comunidad, se llena de drogas y de armas, que la policía le acosa y desconfía de él, y que la única seguridad que pueda esperar de los demás sea la que le ofrezcan las bandas. Imagine que su esperanza de vida sea estadísticamente comparable a la de los países pobres del tercer mundo. Suponga que por cometer un delito menor le puedan disparar y que sabe que nadie testificará en su favor, y que, en cualquier caso, si le cogen le meterán en prisión con la máxima condena posible.
Imagínese a otro joven, este inmigrante, que igual que el anterior tiene que vivir en un gueto, que trabaja 14 horas diarias, sin seguro ni contrato para traerse a su familia al país. Imagine que para él no hay espacios públicos, porque lo único que hay en su vida es el trabajo y en condiciones precarias. Piense que si le detienen le pueden deportar y todo lo sufrido no valdrá para nada. Imagínese que esta permanentemente expuesto a ser atracado por negros armados y extorsionado por las bandas. Además suponga que una noche entran unos cabezas rapadas en su trabajo y les apalean, les roban y les humillan. Imagine que la policía se desentienda y no busque ni castigue a los culpables.
Doctor SweeneyObviamente estoy refiriéndome, de una manera ciertamente libre, a American History X. Creo que es una película que sirve como perfecto ejemplo para analizar e interpretar la situación de conflictividad social de ciertos barrios y comunidades, incluidas muchas españolas, y sus posibles consecuencias humanas y familiares.
Lo expuesto anteriormente son tres dramas sociales, que generan sus particulares frustraciones personales en cada uno de los colectivos mencionados. En las tres se gesta el odio al otro como causante de todos los males, además, son terreno abonado para volcarse hacia el extremismo político. Desde luego, ninguno de los tres modelos es mucho más apetecible de ser vivido que los otros dos.
Ni que decir tiene que a esta situación se no se llega por que ninguno de los tres haya elegido ser el culpable de lo que les pase con su presencia a los otros dos. A esta situación se llega por el desinterés político, por una falta de sensibilidad institucional, así como por una nula planificación social no exenta de egoísmos electoralistas y empresariales.
Lo lamentable de esos casos es que el político y el activista progre, básicamente consideran que el blanco (el vecino de toda la vida) ya ha disfrutado bastante de sus privilegios, y que éste debe asumir que se encuentra en una situación de ventaja de partida. Esta situación, según el progresista, se debe corregir aplicando la regla de las dos tazas, hasta que la anarquía se convierta espontáneamente en orden y en justicia social. La idea, tanto en esencia como en la práctica, no es la de trabajar para elevar a unos al nivel de los otros, sino la de rebajarlos a todos al mismo nivel de precariedad y degradación.
Además de lo dicho, el vecino de toda la vida también tendrá que soportar el peso del autoodio que el progre manifiesta a su propia comunidad, a la que considera culpable de todos los males del mundo; así como verse insultado por su elitismo, ya que menospreciará al vecino de toda la vida por no haberse adaptado y prosperar, cosa que sí ha hecho él, en medio de una situación que considera tan justificada como beneficiosa por sí misma.
Doctor SweeneyAfortunadamente hay otras formas más decentes de ver los problemas. De los personajes de la película el más revelador en este sentido y, desde luego, el puntal ético de la misma, es el personaje del doctor Bob Sweeney.
Las familias cada vez más sufridas y descompuestas no son un freno moral para quien decide internarse en la vivencia del odio. El colegio como institución se desentiende de los problemas con los que convivan los alumnos, e incluso son un reflejo de la violencia de la calle. La policía y el sistema de prisiones no son más que soluciones a posteriori y cuando el daño ya está hecho. Pura mecánica correctiva y represiva poco didáctica y de dudosa capacidad de reinserción.
El doctor Sweeney va más allá: él ha vivido en el odio, él ha sido una de las partes, y sin embargo se ha redimido y, por lo tanto, también puede redimir a otros. Sweeney entiende su comunidad como la de todos. Ve más allá de los actos criminales y perversos de las personas, entiende su potencial constructivo para la comunidad. Eso sí, a diferencia del progre no aplica distintos raseros según el punto de partida social o la raza. Tampoco da por perdido a un miembro de la comunidad por repugnancia ideológica, como hace el personaje del profesor Murray, quien sirve el contrapunto liberal (progre). Sweeney no es un personaje que acuda con una chapa solidaria vacía de significado a resolver de boquilla los problemas de su comunidad.
Si recibes tienes que dar. No es un mensaje acrítico ni incondicional; tiene sus plazos temporales y espaciales, exige hacer elecciones y sacrificios personales. Posiblemente hasta es un riesgo, pero comprometerse con la comunidad de todos es la única manera de pasar la página del odio. El odio se cura.
Lo inaceptable es la postura cobarde e hipócrita de distanciarse de los problemas con la retórica y obstruir a quienes tratan de hacer algo para no ser puestos en evidencia. La ley de la jungla moderna: mientras a mí me vaya bien, allá se las compongan, y que se devoren entre ellos. Eso sí, adorando de humanitarias y altisonantes palabras._

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