Me he levantado con un fuerte dolor de Bankia, pero no puedo ir al hospital a que me curen porque, debido a los recortes, se ha cerrado la planta de dolores financieros. Para ahorrar, dicen. Ahora, los enfermos que padecen esta anomalía, ya cerca de convertirse en pandemia, pueden acudir a clínicas privadas concertadas o bien optar por la medicina alternativa. Con este panorama, he escogido la segunda opción, para que luego digan que no podemos elegir, y me he decantado por el zen, una filosofía oriental que “busca la experiencia de la sabiduría más allá del discurso racional”. Creo que me irá de perlas, dado que el discurso racional para explicar según qué cosas es muy inestable, salta por los aires o brilla por su ausencia según de lo que se trate.
Así, a lo largo de esta semana dosificaré mi dolor-cabreo con la inyección pública, otra más, a Bankia, ese batiburrillo artificial de cajas de ahorro que sólo ha hecho que reproducir a escala mayor los males, despropósitos, despilfarros, politiqueos y mala gestión que cada una de ellas había ido desarrollando por su cuenta a lo largo de los años. Aún no se sabe cuánto dinero público se va a escurrir por las sucias cañerías de Bankia para desatascarla, lo que sí es seguro es que serán miles de millones de euros y lo que es más seguro todavía es que no se le caerán los anillos al Gobierno rescatando bancos mientras deja languidecer a la población sin sanidad (que paguen a nuestros amigos y, si no, que se mueran o se vayan), sin educación (no hay nada más manipulable que un pueblo inculto) y sin esperanza de un futuro, no ya mejor, sólo de un futuro. Dentro de mi nuevo estado zen, dosificaré el cabreo hasta este próximo viernes, hasta el próximo consejo de ministros (cada viernes, nuevos recortes), en que todo apunta a que el Ejecutivo pondrá en marcha la segunda parte del plan de reforma del sector financiero. Pero cuando el edificio está en tan mal estado, resulta más económico y fácil empezar de cero que intentar rehabilitar los escombros. Eso lo puede ratificar cualquier urbanista o arquitecto de primero de carrera, también el albañil que está a pie de obra, pero ya no queda nadie aquí de los que estaban trabajando. Y estos que nos acechan cada viernes no lo ven, no escuchan. Son las moquetas y los cortinajes, que absorben el sonido e impiden ver el exterior.