¡Hola, Toni!
He tardado más de lo que pensaba en responder a tu última carta, pero aquí estoy, coincidiendo con el octavo aniversario de ‘la recacha’. Igual un día acabamos lanzando la segunda parte de Cartas a un escritor: ¿Cómo se escribe un best-seller? Quizás entonces ya debamos responder a la pregunta.
En realidad, no creo que podamos hacerlo nunca, ni siquiera pueden quienes de verdad los escriben (aunque las estanterías, físicas y virtuales, estén repletas de libros que pretenden vender la fórmula), por eso me sigue sorprendiendo que haya tanta gente que se lanza a la escritura con la esperanza de resolver la cuestión de la manutención mediante sus textos.
Todos los que escribimos y publicamos aspiramos a ello, claro. Es algo de lo que hemos hablado a menudo, y mi conclusión es la misma de siempre: si quieres ganar dinero con la literatura, asegúrate de escribir lo mejor posible. Sabemos que eso no es suficiente, y sabemos también que, en ocasiones, ni siquiera es necesario.
Hay libros muy malos que se venden muy bien. No es algo que podamos evitar, y, sinceramente, no debería ocuparnos ni un segundo. No sirve de nada lamentar cómo funciona el mercado editorial, más allá de la agradable pero inútil sensación que produce la autocompasión.
De todas formas, sigo pensando que el hecho de que un mal libro de cada mil tenga éxito comercial no es significativo. Sí lo es que pretendas vender libros sin saber escribir o sin que te guste leer. Aunque me sorprende, tampoco me preocupa demasiado, porque el viaje de la inmensa mayoría de quienes suben a bordo de ese barco va a ser muy corto.
Me interesa muchísimo más la gente que siente el gusanillo de la escritura y se esfuerza en aprender para dominar los recursos que le van a permitir crear historias y personajes memorables. Cuántos lectores los acaben disfrutando es secundario.
Cuando me lancé a la autopublicación, yo también albergaba la secreta esperanza de lograr un bombazo, pero me duró poco. Casi ocho años después, no he renunciado a que la escritura sea mi principal fuente de ingresos, pero he perdido la prisa. Y creo que eso es bueno.
No voy a negar que en ello influye, en parte, la dificultad del camino; sobre todo si pretendes andarlo al margen de las editoriales. En tu última carta, decías que, para vender libros, hoy en día es más importante el impacto que tengas en redes sociales que la calidad de tu obra. Eso es cierto, especialmente si vas por libre. Pero incluso en ese caso, si escribes basura, habrá un momento en el que pierdas atención y, desde luego, esa basura caerá en el olvido.
Hace un par de años, o puede que más, dejé de verle la gracia a la necesidad de compartir contenido de forma constante en redes sociales. Me aburrí. Quizás si lo hubiera petado estaría feliz publicando selfies con mis maravillosos libros un día tras otro, pero el caso es que hubo un momento en que la sensación de ser uno más entre miles que buscaban lo mismo me pudo, y huí de Facebook e Instagram. Desde luego, una decisión horrible, porque me condenaba a la invisibilidad. Pretender vender libros autopublicados sin el escaparate de las redes es imposible.
Vuelvo a lo de la prisa. Creo que es bueno haberla perdido porque me enfoca sólo a mejorar mi escritura. También te digo que el año de la panmierda (me encanta cómo lo bautizaste) ha minado bastante mi energía creativa, pero bueno, alguna que otra buena idea ha ido surgiendo. Otro día te hablo de la novela que estoy escribiendo, aún a trompicones, pero que estoy seguro al 100% de que en unos meses se convertirá en la sexta que termino. Llevo unas 15.000 palabras, y tengo el resto de la historia en la cabeza y en algunos garabatos en un cuaderno. Aparecen brujas y otros seres fantásticos, niños aventureros, y se desarrolla (cómo no) en el lugar más mágico que conozco: el Valle de Pineta.
No soy muy original con las localizaciones de mis obras, pero creo que eso las enriquece. Cada autor debe explotar sus virtudes, las que convierten su escritura en única. Una de las cosas que he aprendido durante estos años es que la capacidad de involucrar a los lectores en las historias está directamente relacionada con la capacidad que su autor tenga de sentir real lo que escribe. En la mayoría de mis novelas, el escenario resulta fundamental, tanto que se convierte en un personaje más. Y aunque ya dediqué a Pineta mi primera novela, tenía que volver allí para escribir una historia aún más personal que El viaje de Pau. Ya te contaré.
Curiosamente, la única de mis novelas donde el entorno físico queda diluido y pierde personalidad es la mejor que he escrito, la que me ha costado más tiempo y quebraderos de cabeza, y la que todavía no sé cuándo verá la luz. Es Días de arañas, buitres y ovejas, ya lo sabes porque fuiste uno de sus lectores cero (como de todas las demás, jajaja). Fíjate si he perdido la prisa por publicar, que hace un par de meses rechacé la propuesta de una de las pocas editoriales a las que la he enviado.
Se trata de una nueva editorial independiente. Su oferta era honesta, pero no llegamos a un acuerdo porque yo esperaba una apuesta algo más ambiciosa. Si me planteo publicar con editorial es para conseguir más visibilidad sin tener que dedicar la cantidad brutal de tiempo y energía que requiere la autopublicación, y que en este momento no tengo. Que un título junto a mi nombre esté durante unas semanas en un puñado de escaparates ya no es motivo suficiente para que firme un contrato editorial, sencillamente, porque eso lo puedo conseguir yo solo.
Como no tengo prisa, seguiré explorando opciones. Por cierto, qué ganas tengo de tener en mis manos tu tercera novela. Me alegra muchísimo que el proyecto haya cuajado y que los lectores ávidos de historias que valgan la pena tengan una nueva oportunidad de descubrirte.
2020 ha sido un año de mierda, pero, escarbando, incluso en un año de mierda se encuentran pequeños tesoros. En tu última carta, también hablabas de la importancia, para quienes queremos mejorar nuestra escritura, de los espacios donde compartir nuestras creaciones con otras personas con las mismas inquietudes creativas y capacidad crítica. Los famosos talleres de escritura de los que yo (a estas alturas, no puedo negarlo) solía recelar. Hasta que Atrapavientos se cruzó en mi camino.
Fíjate si soy renegado que formo parte de su equipo docente y creativo. Es coña; lo de renegado, lo otro es cierto. Durante los meses del confinamiento más estricto, los talleres online de escritura creativa fueron la mejor medicina para mi salud emocional. Hemos creado un grupo espectacular de profesionales del que no paro de aprender, pero lo más importante es que amamos lo que hacemos, y cómo se nota en la percepción de las alumnas. Lo pongo en femenino porque, es curioso, la mayoría son mujeres. ¿Puede ser que los hombres que escriben piensen que no tienen nada que aprender?
Yo aprendo continuamente, de los profes, pero sobre todo de quienes se apuntan a los cursos con las orejas y la mente bien abiertas, ganas de compartir sus textos y de interactuar con el grupo. Es muy divertido, enriquecedor e incluso emocionante. Quizás he tenido mucha suerte con los grupos de que he formado parte; no sé si es habitual que se generen sinergias tan chulas.
Lo más satisfactorio es ver cómo se relacionan con total naturalidad personas que escriben desde siempre con otras que no se habían atrevido hasta ahora; quienes acumulan una trayectoria muy interesante, incluso dedicándose en exclusiva a la literatura, con quienes nunca se han planteado publicar. Y en esa atmósfera tan heterogénea, todos aprendemos de todos, y, tras un par de semanas, quien nunca había escrito es capaz de emocionar a toda la clase con un texto maravilloso. Al final del curso, como ya han ganado confianza en su creatividad, te piden que les destripes sus textos «sin piedad».
Eso está muy bien, pero hay algo básico que debemos tener siempre en cuenta: no hay una única manera correcta de escribir. Obviamente, no me refiero a las normas ortográficas y de sintaxis, sino al estilo. En mi opinión, un buen profe de escritura es aquel que consigue potenciar el estilo personal de cada alumno. La tentación de decir «no está bien así, deberías hacer esto otro» puede ser golosa, pero va totalmente en contra de los intereses creativos del receptor del mensaje. Lo difícil es detectar las potencialidades de cada uno y ayudarle a desarrollarlas, porque eso es lo que va a dar lugar a la posibilidad de que nazcan historias dignas de ser leídas.
Imagino que en los cursos de escritura de best-sellers la personalización no es precisamente la característica a potenciar.
Atrapavientos es un proyecto muy bonito, del que los talleres de escritura creativa son sólo una parte. No quiero que esto parezca una cuña publicitaria, porque no lo es. Yo no pago las facturas ejerciendo de profe de escritura, ni creo que lo vaya a hacer nunca, pero sí espero formar parte durante mucho tiempo de una iniciativa cuya razón de ser son los libros y, especialmente, el fomento de la lectura y la escritura entre la infancia y la juventud.
Necesitamos motivaciones bonitas en la vida, yo las necesito; por el gusto de formar parte de ellas, por sentir que hacemos algo que merece la pena, que aporta bienestar a otras personas.
Un abrazo, Toni.