Revista Arte
Edward Hopper, Domingo por la mañana temprano, 1930. Óleo sobre lienzo, 88,9 x 152,4 cm
Fragmento de Visiones de América, de Robert Hughes
El pintor Robert Henry había animado a Hopper a que asistiera con frecuencia al teatro, donde, pensaba, su alumno se vería arrastrado por el torbellino de entusiasmo que tanto les gustaba a los artistas de la Aschan School: vida urbana, carnal y vigorosa. Sucedió todo lo contrario, Hopper reaccionó con intensidad al teatro, pero como un espectáculo de renuncia y transparencia, no de cercanía humana. Un proscenio imaginario enmarcaría casi toda su obra a partir de ese momento. Un gran Hopper siempre desprende un instante de tiempo congelado, literlamente, un tableau, como si el telón se hubiera levantado pero la obra no hubiera empezado. Ofrece imágenes de objetos bastante ordinarios- y todo, en Hopper, resulta ordinario a primera vista-, de su misterio y poder.
Es posible que una de sus imágenes más famosas, Domingo por la mañana temprano (1930), se inspirara de hecho en el telón de fondo de un escenario. Ciertamente lo parece: una vista frontal de una hilera de achaparradas casa de piedra roja de Nueva York, demasiado temprano para que la gente se haya levantadoo circule el tráfico. Las fachadas son vulgares e inexpresivas, con sus ventanas vacías aunque en ningún caso estandarizadas, y no faltan la boca de incendio ni el poste de la barbería. Hopper dedica tanta atención a la reproducción precisa de la luz a lo largo de la franja de ladrillo rojo que el ojo s eve atraído por los detalles y arrastrado (por así decirlo) por el lienzo siguiendo las largas rayas de sombra arrastrilladas sobre el asfalto. Uno sabe que esto es un instante de vida, que los edificios continúan por detrás de la fachada, que Hopper ha deslizado una sensación de tiempo en su espacio sin que te percates y sin impicar ninguna narración. el efecto es siniestro, como los paisajes urbanos "metafísicos" de Giorgio de Chirico, que lo eran deliberadamente. Uno se encuentra en el mundo real, pero es un mundo más extraño de lo que había pensado. El destornillador se desliza bajo la tapadera de la realidad y la levanta un resquicio, nada más. ¿Que hay dentro? Pregúntaselo sin tardanza a Auden:
El glaciar se derrumba en el armario
el desierto susurra e la cama
y la grieta en la taza de té abre
un camino al país de los muertos.
Oh, mira, mírate en el espejo,
ay, mira tu desdicha;
porque la vida sigue siendo una bendición
aunque tú no la bendigas.