Revista Deportes
Mediado Julio. Domingo por la tarde. Uno de los mejores del año. En las playas, montoneras de individuos se curten bajo la fuerza del lorenzo y la severidad de la sal. Cada trocito de costa parece una caja de arenques. En las carreteras, millones de familias, en enfilada procesión kilométrica de hormigas jornaleras, pasan decenas de horas muertas embutidas en potentes vehículos que circulan a paso de burra. Y los "locos", que somos unos cuantos, nos quedamos como dueños de nuestras vidas, en una ciudad fantasma que nos parece más viva que nunca. Con la felicidad de saber que la parienta y los críos, con sus quejíos y gorgoreos varios, se encuentran reventándole los tímpanos a cualquier fulano que tenga la desgracia de ser socorrista en aguas españolas. En la siesta tenemos sueños húmedos, en los que a la suegra, después de un atracón de fabes con chorizo, le dá por bañarse a las tres de la tarde con sus cuarenta y cinco grados a la sombra, y en los que el cuerpo humano y su aparato digestivo, que es sabio, hace que lo que tiene que hacer con la pobre... En fin.., que estábamos tan agustito, que hubiera dicho el maestro Ortega Cano...
... hasta que a mi amigo Pepe Pastor, le da por convertirse en parienta -con poco pelo, eso sí- críos y suegra a la vez, y denuncia en su blog una entrevista, dulzona y sin firmar -¿o era un monólogo propagandístico?-, a Julián López Escobar, el Juli, ese pobre torero. Y te hace mal cuerpo. No tiene desperdicio. Otro bodrio que sirve para engordar el credo julyanista de los hunos, mientras que para los hotros, es otra provocación más, un alegato a favor de la bronca y el desprecio cada vez que se vista de luces este elemento. Empieza así, por lo pronto y por derecho, sin untarle al aficionado lo suyo con vaselina, metiéndose en el berengenal de Joselito el Gallo, que es Dios omnipresente en esto. Que es su referente "en la organización de las plazas de toros, las cuadrillas, apoderados y veedores", dice. ¡Acabáramos! Referente para los mangoneos, porque de torear no habla. Ni del tamaño de la muleta; tampoco del poder de los toros de entonces; ni de los años que se pegó el de Gelves con su amigo y rival Juan Belmonte, la otra figura de la época, sin hacerle ascos a ganaderías, carteles ni ferias -con ese halo de jefe del tinglado no ha sabido tirar de ninguna de las figuras del G-10, para Pamplona, por ejemplo-; también se la habrá pasado hablar de la virulencia taurina de públicos, presidecias y críticos del principio de siglo, que tan poco tiene que ver con el lameculismo con el que se rinden a su paso ahora.
De toros también comenta algo, que ya qué es torero, qué menos que dedicar un párrafo al toro de los veintisiete de que consta la interviú -esto es literal-. Deja claro que sabe lo suyo de encastes, de los que sólo se acuerda de dos: el de siempre, el de los perrillos bodegueros, que "es la sangre predominante, y por algo será", y el de Santa Coloma del que gusta "su ritmo en la embestida", y cuya existencia queda condenada a la abolición desde estos instantes.
Hay más, pero no tengo tanta afisión como para copiarlo entero. El pasquín julianista se puede leer completo aquí, en Taurología. Y cuidado con las intoxicaciones veraniegas, sobre todo con la julianilosis, que va camino de ser pandemia.