Toreo distinto. Manolo Moreno
Plaza de toros Monumental de Pamplona. San Fermín. Décima de feria. Lleno. Toros de Jandilla para El Juli, Sebastien Castella y Perera.
Llegaba el primer, y único, cartel de campanillas de la Feria del Toro. Y lo que faltó fue precisamente eso. Jandillas indignos, por inválidos, chicos y feos. Borja Domecq, con la complacencia de la autoridad, ha envenenado todo lo que ha querido por los corrales. Las explicaciones sobre el porqué salió al ruedo el toro embotado, que parecía un hormonado portero de discoteca, son vergonzosas. Había dos toros con cornada antes del sorteo. En vez de echar los dos para atrás, y sustituir con un remiendo, aunque sea de otra ganadería, deciden seguir adelante. Dice el ganadero, por llamarlo de alguna manera, que el jabalí tenía una cornada, pero que por ser en la barriga se veía menos, y que por eso decidieron seguir avante. Es vergonzoso que pase esto con el tropel del medios que hay cubriendo San Fermín y que nadie sea capaz a denunciarlo. Lo que ha pasado hoy no viene a ser otra cosa que la confirmación de la poca vergüenza y nula torería de la que hacen gala las figuras. Cuando no hay toreros con fuerza en los despachos para exigir, como ha pasado en esta feria, aparece el toro. Y hemos visto, cada tarde, algo que se puede parecer a lo que muchos soñamos: trapío, casta, interés, emoción. La penitencia que tenemos que pagar: apechugar, en muchos casos, con toreros que no son capaces de aprovecharlos. La cuestión es la siguiente: ¿Toro o Torero? ¿Queremos ciclos con Manzanares, Morante, Ponce o José Tomás, con becerrotes de cinco arrobas? ¿O preferimos ver Toros que parecen Toros, en manos de modestos? Yo lo tengo claro: ¡Viva el Toro! ¡Viva San Fermín!
Si días atrás, en la de Peñajara, vimos a un sardo, Paquetito, que era un estampa de La Lidia; el domingo, los miuras nos hicieron volver al blanco y negro; y los Fuenteymbro, tan grandes como caballos, podían haber salido en una pintura de Goya; hoy hemos visto torear al Juli un toro de Botero. Con toro y torero heridos, además por un asta de la misma familia, la posibilidad de ver algo que se pareciera lo más mínimo a torear era nula. Lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. En el quinto hemos visto al mejor Julián de los ultimos años, haciendo una faena como la que soñamos todas las tardes en verle: abreviando y quitándose pronto del medio. ¡Que alivio!
Dice Castella, tras su éxito de hoy, que quiere ser distinto. Como distinto es un cartón de Don Simón de una botella de Faustino. Si quisiera ser diferente, para empezar, se hubiera apuntado a la de Miura, por ejemplo, que es cosa poco usual entre la mayoría de coletudos, que prefieren ser importantes a distintos. Dos orejas, dos, les cortó a un burraquito almibarado y medio inválido, al que desde los primerios capotazos ya tuvo que estar cuidando, subiéndole las manos y midiendo. Todo lo que se saliera de esa dinámica hospitalaria, era dar con los huesos del jandilla en la arena. Empezó con pases por alto, sereno como una esfinge, para seguir muleteando con la diestra, con la que se siente más seguro. Lo intentó con la izquierda, su mano tonta, sin ponerle un gramo de salero. Para calentar al personal, que es de lo que se trata en Pamplona, dió unos cuántos circulares, que yo no sé ni como se llaman, de los invertidos, que son dando el trasero al toro y enroscandóselo hasta que el bicho acabe con la testa apuntando a tablas y el culo al torero. Como un 69, más o menos. Como ven, entre el dicho y el hecho hay un trecho. Que me expliquen que tuvo de distinta la faena de Castella. Con el quinto, descastado y bronco, que no alimaña, se llevó una fea voltereta, por el simple hecho de que no sabe torear al toro distinto.
El extremeño Perera, ha dado un curso de vulgaridad durante toda la tarde. Pudimos ver las dos dimensiones de su toreo: la templada, concebida especialmente para cuidar y mimar al enemigo inválido. Los colores de su bandera son el perfil, el pico y el hueco. Y la ojedista: inventada para enemigos que además de inválidos, son descastados. El trapazo y el péndulo son sus señas de identidad. Extremadura era hace años la capital del toreo, con Talavante y Perera en figura, hablándole -o eso dicen- de tú a tú a José Tomás, y con Antonio Ferrera triunfando en las duras. Ahora, en las maduras, son tres toreros que no tienen nada que decir, ni a nosotros, ni al toro, lo que es más grave aún.