Don Jorge Álvarez del Castillo Zuloaga.
En fecha tan memorable, en que celebramos el Primer Centenario de El Informador, uno de los periódicos más antiguos de México y del mundo, que con su labor cotidiana ha hecho alto honor a la tierra que lo vio nacer, quiero hacer un breve comentario sobre uno de sus grandes pilares: Don Jorge Álvarez del Castillo Zuloaga.
Ingresé a El Informador como aprendiz de reportero a mediados de 1964 cuando era director su fundador Don Jesús Álvarez del Castillo Velasco; dos años después, al morir Don Jesús, asumió la dirección su hijo Don Jorge, con quien colaboré estrechamente hasta el día de su fallecimiento, el 6 de junio de 2005, es decir, durante casi 40 años conocí bien su trabajo, carácter, visión, su manera responsable de hacer periodismo y de querer a su tierra.
En esas cuatro décadas tuve contacto frecuente con Don Jorge, porque él no era un hombre que se aislara de la gente y menos de sus trabajadores; hay muchas anécdotas que lo retratan como un hombre sencillo, accesible, generoso, creativo, previsor y más amigo que patrón.
Periodismo al servicio de la gente
Don Jorge fue un ser privilegiado que conocía a la gente a primera vista; preguntaba siempre, eso sí, pero en base a las respuestas sabía con quién hablaba, desde el más modesto trabajador hasta el más encumbrado funcionario.
Siempre negó que fuera periodista, porque decía que nunca escribió nada, pero sabía más periodismo que muchos de nosotros, sobre todo de ética, que hoy se olvida con frecuencia.
Pensando en México, en Jalisco y en el papel que debía desempeñar El Informador, Don Jorge nos recomendó ser siempre constructivos, positivos y orientadores, es decir, hacer un periodismo al servicio de la gente.
Cuando alguien publicó una nota pidiendo la renuncia de un funcionario, dizque por inepto, lo mandó llamar y le dijo: “Muy bien, sólo te pido que me digas a quién vas a poner en su lugar”. El redactor no supo qué contestar.
“No es lo que dices, sino cómo lo dices”
Un día le pregunté qué podía y qué no podía escribir en su periódico, y me respondió: “Puedes publicar lo que quieras, porque no es lo que dices, sino cómo lo dices”.
Don Jorge conocía los tiempos políticos. Cuando en 1992 el Concejo Municipal de Guadalajara impuso su nombre a la Avenida Circunvalación Providencia, todavía en la víspera él se resistía a aceptar el homenaje porque decía que “al rato llega un político importante y cambian mi placa por otra”.
Fue un verdadero enamorado de Guadalajara. Cuando le preguntaban acerca de su credo religioso, decía: “Soy católico, apostólico, tapatío” (Se pasaba por alto lo de romano).
Meses antes de su muerte, en una de aquellas tardes en que me llamaba para platicar, me dijo: “Les encargo Guadalajara”. Creo que este es su testamento periodístico.
Artículo publicado por el semanario Conciencia Pública en su edición del domingo 8 de octubre de 2017.