Hay quien le observa confortablemente instalado en el pedestal del poder esperando, como si de Don Tancredo se tratara, que el morlaco de la crisis, el mal de la corrupción o las necesidades de la gente, pasen de largo. Mientras, él permanece inmóvil, marmóreo, como vulgar convidado de piedra, sin hacer nada. Peridis lo dibuja en posición relajada, fumándose un puro. Unos afirman que es un político parsimonioso, otros que siempre anda en sus líos. Para unos actúa con pasividad desesperante, para otros sus dilaciones son pura estrategia. Algunos sugieren que su particular «control del tiempo» es una cualidad necesaria en todo dirigente, otros que su indefinición desconcierta y hay quienes detectan, en sus aparentes dudas, cálculos electorales, incertidumbres o la constatación de una carencia de talla política indescriptible.
No comparto la caricatura laudatoria ni el retrato del indolente que algunos se empeñan en difundir. Es cierto que trasmite la sensación de dejar que los problemas se cuezan en su propia salsa o incapacidad, pero su gestión no deja lugar a dudas. Aunque para algunos navegue en un constante mar de dudas, el rumbo emprendido no puede ser más claro. Cuando, a decretazo limpio, emprendió la abolición de los derechos laborales y la liquidación del sector público, ¿se puede afirmar que no hace nada? ¿No hace nada cuando sube impuestos, baja salarios y recorta para que paguemos la factura de la crisis los de siempre?
Es cierto que llegó con una pesada mochila: la gestión de su antecesor, la de las distintas comunidades gobernadas por sus compañeros e incluso la carga de su propia irresponsable labor en la oposición. Sin embargo, hoy esa mochila es más pesada cuando su gestión ha empeorado las condiciones de vida de gran parte de la sociedad y las soluciones que pregonaba como candidato, no aparecen por ningún lado. Es más, con su gestión aumenta el paro, la exclusión social y los índices de miseria; con su gestión se reduce el poder adquisitivo de las familias, la protección al desempleo, la atención a dependientes y se retrocede al que invente ellos; con su gestión, mientras se recorta en sanidad, educación y prestaciones sociales, se socorre a los bancos y los ciudadanos caemos al último escalón de sus prioridades. Con su gestión, golpeándonos una y otra vez, ¿quién puede observarlo aún recostado sobre sus laureles con copa y puro como si no hiciera nada?
Cuando a estas alturas de la crisis, sabemos que su prioridad ha sido el rescate del sistema financiero aunque aún desconozcamos cuánto más tendremos que pagar, ¿cómo se puede afirmar que este político es un indolente? ¿Cómo se puede decir que anda metido en su embrollo cuando ante la disyuntiva de elegir entre las personas y el déficit, todos conocemos cuál es su opción?
No. Lejos de hacer de Don Tancredo, él sabe lo que tiene que hacer para aumentar las desigualdades sociales y evitar que el conjunto de la ciudadanía tenga los mismos derechos y oportunidades que la gente «como dios manda», que diría un tal Rajoy.
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