Revista América Latina
Esta semana quiero hacerle un pequeño homenaje a mis compañeros Luis Enrique y Marvin de Acción contra el Hambre (ACF-E) en San Marcos. Lo hago porque se lo merecen, primero, y porque creo que al hacerlo reflejo mi admiración hacia muchos compañeros de ACF-E que dedican su vida, intelecto y energías al desarrollo de su propio país. Pueden llamarse Roberto, Iván, Edgar o Karen, todos ellos son héroes anónimos que no trabajan a destajo por dinero, que no hacen cientos de horas extras todos los días por ascender en la institución. Su motivación principal es construir un mundo más justo y hacer una Guatemala más incluyente, donde se mejore la situación de los más desfavorecidos, los pobres de los pobres: los hambrientos. Y aprovechando que “el Pisuerga pasa por Valladolid”, voy a contarles además una anécdota que me sucedió con Doña Bruna, una elegante anciana de la etnia M´am que conocí en la aldea de Yalú, San Marcos, Guatemala.
La semana pasada les contaba que estuvimos en una aldea preciosa, en un marco natural espectacular, pero con una desnutrición crónica infantil muy elevada. Pues bien, llegamos a allí con notables dificultades, por lo accidentado del terreno. Luis Enrique, un economista que se maneja muy hábilmente por los pasillos del Congreso y en las reuniones de los defensores de los derechos humanos, ha vuelto al terreno, a empaparse de realidad cruda guatemalteca y lidera ahora un programa de seguridad alimentaria en 13 comunidades fronterizas de San Marcos. Para llegar a varias de ellas, sólo vale bajar y subir riscos, atravesar selvas y ríos, y caerse numerosas veces por las resbaladizas y empinadas veredas. Pues bien, Luis Enrique hizo en un solo día todo eso. Caerse, resbalarse, sudar, y dejarse el pellejo por seguir el ritmo de Marvin, técnico muy conocedor del área y un excelente caminante. Y cuando llegábamos a las comunidades, siempre tenían ambos su mejor sonrisa y sus mejores modales para dirigirse a los campesinos, a las madres de niños desnutridos y agradecer la comida que nos ofrecían algunos lugareños. Marvin sufrió un esguince de rodilla al bajar un cerrillo, y estuvo cojeando el resto del día, subiendo y bajando por lugares harto complicados. ¿Creen ustedes que se quejó de algo? Pues no, sólo se le veía en la cara de vez en cuando las muecas de dolor por la tensión que se ejerce en la rodilla en la empinada bajada. Como dirían en buen chapín “Ni modo, hay que seguir”. Ambos tienen el espíritu del desarrollo, del desarrollo personal como individuos comprometidos y del desarrollo de su propio país. Trabajan como profesionales para eso, para reducir el hambre que azota a la mitad de los niños de Guatemala y que condena a la población a un futuro poco esperanzador. La cifra del 50% no ha bajado un ápice desde hace 20 años.
No voy a acabar esta nota sin hablar de Doña Bruna, a la que conocimos bajando hacia Yalú. Ella subía la cuesta con su nieta, muy lozana ella; la nieta claro, porque Doña Bruna tiene 70 años. Setenta años y es capaz de subir una cuesta con una pendiente de 70 grados, con unas zapatillas desgastadas de plástico fino y suela lisa, posiblemente rápido porque se le escapa el bus a Sibinal que se toma arriba y, por si no fuera suficiente…, cargando en la cabeza un fardo de 25 kilos que sujeta de manera muy elegante sobre su frente. Eso sí que es espíritu, eso si que es un cuerpo sano y bien desarrollado, y eso sí que es espíritu de desarrollo personal. Confieso que yo no sería capaz de hacerlo, y tengo la mitad de años, unas botas de montaña y llevo 4 kilos en una mochila de diseño. Doña Bruna, como llevaba las manos libres y no quiere estar ociosa, aprovecha para cargar un machete en la derecha, por si hay que desgajar alguna rama que se atraviesa o una mano de malandrín que le amenace, y un paraguas multicolor en la izquierda, porque en los bosques nubosos ya sabemos que llueve mucho y con frecuencia. No quiere mojar su bonito vestido M´am. El espíritu no está reñido con la estética. Y como no quería que le robase el espíritu, no me dejó al principio que le tomara una foto. Más tarde, cuando le contamos que éramos de una ONG que vamos a trabajar en la comunidad, y que le entregaríamos una copia de la foto impresa, accedió a posar con su “equipo de montaña” local: chanclas, machete, paraguas y fardo de 25 kilos. Cuando sea mayor, quiero tener su espíritu, su fuerza y su salud para subir montañas. Mientras tanto, ayudaremos a sus nietos a salir de la desnutrición que padecen. De nuevo, hambre y belleza combinadas en un mismo poblado.