Revista Cultura y Ocio

¿Dónde está el psicoanálisis?

Por Rhenriquez
Northern Lights, 1916 by Tom Thomson

Northern Lights, 1916 by Tom Thomson

La histeria nos enseña que una de las formas que el deseo humano toma es como deseo de otra cosa, como deseo de insatisfacción. El deseo del sujeto es el deseo del Otro, el deseo de la histérica es el deseo del Otro, pero en ella el deseo del Otro es deseo de deseo de otra cosa.

Este fantasma que soporta el deseo de la histérica, da la posición histérica: «Te pido que rechaces lo que te ofrezco, porque no deseo lo que te pido sino que deseo que rechaces lo que te pido». La seducción histérica tiene una sola meta: fracasar, quedar como desecho, en tanto ella siempre es el resto en la operación del deseo. Todo lo que su deseo toca va a ser el lugar de transformación de deseo de otra cosa. «Este verano hay algo que voy a perder y no sé qué es» quiere decir «Este verano voy a perder algo y todavía no he decidido qué va a ser». Su necesidad estructural, lo que su posición en el lenguaje impone es «sentirse perdida de algo», porque cuando ella abandona algo, es para sentirse abandonada. Por no poner palabras a lo que piensas te termina pasando lo que piensas. No hay en el ser humano nada que sea inexplicable, nada que pueda ser considerado absurdo o confuso, incluso delirante, si lo ponemos en relación al pensamiento en el que está viviendo el sujeto. Según a qué pensamiento estés sujeto, así vives. Que Freud nos haya enseñado los mecanismos de producción de sueños, cómo funciona la máquina de soñar, como paradigma del funcionamiento del aparato psíquico, nos lleva al pensamiento de que nunca dejamos de soñar, es decir que el aparato psíquico como máquina, funciona igual cuando estamos despiertos que cuando estamos dormidos, siempre es fantasmática, siempre es según la estructura del fantasma, según la posición en esa estructuración significante. No son lo mismo los mecanismos que los cálculos. El psicoanálisis ha transformado el «yo pienso» en «yo deseo», la diferencia está entre desear un goce teniendo en cuenta sólo el placer de alcanzarlo, o desear un goce mediante el rodeo que me impone el principio de realidad, es decir algo puramente narcisista, es decir inmerso en un estado de agresividad, o algo donde está incluido el pacto, la realidad significante, el goce de lo imposible. Podríamos decir que el pensamiento es un campo de trabajo, está fuera de mí, mientras que en el sujeto el pensar es un gozar. El obsesivo muestra que en el sujeto el pensamiento está erotizado, es un «yo gozo». El análisis de una histeria consiste en dejar que se despliegue su deseo como deseo insatisfecho. Pasar la histeria por la gramática del psicoanálisis dará otra cosa. El deseo de estudiar no quedará transformado en deseo de otra cosa, y la permanencia en el desear la permitirá otro tipo de goce, producirá un cambio en su manera de relacionarse con la realidad, y por tanto otra realidad. El deseo sexual no se apagará en el mismo momento que se enciende, siendo ese su deseo. Cortadora impenitente, su inconsciente está estructurado como deseo de apagar todo aquello que se encienda, todo aquello que destaque. Amante de la castración imaginaria, está anudada bajo la teoría sexual infantil de la castración, donde una niña es un niño castrado, donde toda presencia remite a la ausencia. Un mundo de atribuciones, de supuestos, en la dialéctica de la igualdad-desigualdad, donde la verdadera ausencia es el juicio de discernimiento, donde la diferencia introduce el juicio de existencia, en tanto la existencia se juega entre existe y no-existe, entre existo y no-existo. Otra cosa es la duda obsesiva sostenida en la interrogación ¿existo o no existo? Sólo se puede pensar con palabras, y pensar tampoco hay que confundirlo con concluir, el mundo del pensamiento es un mundo de producción de interrogantes, a trabajar, y no un mundo de respuestas, a recopilar. El efecto de la asociación libre sobre el sujeto es que transforma su posición en el lenguaje, es decir su manera de gozar de la palabra, y la palabra hace a la cosa, según las palabras que diga, según los pactos que haga con la palabra, así será mi realidad. Sin palabra no puedo gozar ni con los objetos útiles, mucho menos del objeto sexual y el que goza es el sujeto, es decir, no es que goce del objeto sexual sino que hay un goce que se alcanza en esa no-relación, en ese separar la palabra de la cosa, es decir el objeto sexual del partenaire. Hay una relación con el objeto sexual que determina la manera de encontrarse con el partenaire. Y no hay asociación libre sin dejar suelta la palabra, porque no se trata de un asociacionismo filosófico, es decir asociación de ideas, ni se trata de una asociación experimental, es decir con respuesta establecida y valorada, no se trata de reflexionar, opinar, intelectualizar, o cualquier otro tipo de previsión, sino que es algo que consiste en abandonar el sentido crítico, abandonar todo criterio, y todo afán de ser. Una manera de asociar libremente que sólo se produce en condiciones analíticas. Lo que ocurre cuando alguien comienza un análisis es algo que tampoco está previsto, y sólo se sabrá cuando se produzca. No hay posibilidad de que un otro me diga lo que va a ser el psicoanálisis para mí, y cuando me habla de un supuesto saber es un sujeto que habla desde lo que desearía que fuera su análisis.

La asociación libre que Freud propone, bajo transferencia y con destino: la interpretación —es una forma de memoria, y no una memoria para recordar historias de ayer, sea un ayer infantil o del día de ayer, sino para saber que hay significantes, y que ellos juegan antes que yo sea jugador, porque si no no hay juego.

El psicoanálisis produce un deslizamiento significante respecto a la manera de pensar anterior, en tanto piensa que el lenguaje es anterior a todas las dimensiones del sujeto, la dominancia del significante sobre el sujeto está en todas partes. Por eso que no se trata de saber qué significan las palabras sino de qué lugar ocupan en la articulación significante. No se trata de saber qué es el goce, sino dónde está el goce, cuáles sus condiciones, no qué es la angustia sino dónde está la angustia, en relación a qué significantes, no qué soy sino en qué articulación significante estoy, en qué pacto estoy, a qué juego estoy jugando.

Hay una determinación simbólica antes de cualquier comprobación del azar, es decir que una vez constituida la cadena simbólica, ya no puede salir cualquier cosa.

Me va bien o me va mal, es estoy a bien con mis pactos o estoy a mal con mis pactos. Si no ha habido traición no hay culpa, si no he cedido en las palabras no cedo en las cosas.

Si no cedo en el deseo que me fundamenta, no tengo necesidad de sentir que mi vida es un sacrificio, «si yo cedo todos mis deseos, ¿por qué se me exige más?».

A cada ser humano, definidos como hablantes, se le exige ser «lo que es»: un ser humano, un ser humano que no necesita de atributos para ser humano, sino que los atributos son consecuencia de serlo. Y eso no depende de las cosas en sí, sino de la cadena simbólica que nos pone en relación.

¿Cada uno juega a un juego que no sabe cuál es y hay que averiguarlo o se trata de aprender a jugar a nuevos juegos?

Cada uno goza, aún cuando sufre, pero cuando Freud nos dice que no somos instintivos sino pulsionales, abre nuevas dimensiones del goce, nuevas articulaciones significantes en las que jugarse. Jugar es jugarse y somos gozantes por hablantes.

Amelia Díez Cuesta

Psicoanalista del Grupo Cero

Extensión Universitaria Nº 35


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