Intento transmitir mi pasión por la lectura a mi pequeña. Y de momento creo que no lo estoy haciendo nada mal. En su por ahora, pequeña biblioteca, destaca el cuento de Maurice Sendak titulado "Donde viven los monstruos ". Destaca porque suele elegirlo con bastante asiduidad para leerlo a cualquier hora. ¡Le encanta!
He querido hacer un guiño a esta gran obra que tan buenos momentos nos hace pasar juntos.Me parece la rúbrica perfecta para hablar de esas sombras que en ocasiones se presentan ante nosotros, que oscurecen el camino y que se empeñan en incomodar el paso firme y decidido. Monstruos en forma de preocupaciones, inseguridades, culpabilidades, miedos y ansiedades que atormentan y enlentecen el crecimiento personal. O al menos, esa es la sensación que a priori nos dejan, una sensación de aturullamiento, de no avanzar hacia delante; aunque al analizar las situaciones con perspectiva es cuando caemos en la cuenta de la riqueza que esas vivencias pueden aportarnos. Y es que se nos ha inculcado con gran tesón que los monstruos son seres a los que debemos temer, esquivar; con los que debemos andarnos con ojo pues nada bueno pueden hacernos.
¡ Gran error! Menos mal que existe la posibilidad de desaprender lo aprendido y de despojarse de esta educación tan limitante y tóxica.
Imagen: Jopi
Benditos monstruos que tanto nos enseñan y nos hacen crecer como seres humanos.
He de confesar que el monstruo que más me ha atormentado y con el que más he tenido que esforzarme para enfrentarme a él es el de la culpabilidad. También es del que más he aprendido.
Afortunadamente, y como digo, tras un gran esfuerzo personal en el que la perseverancia y el amor han sido mis grandes aliados; a día de hoy este asunto esta prácticamente bajo control.
Me enfrenté al monstruo. Ahora soy consciente del porque de mi comportamiento. Soy plenamente consciente de lo trascendental que es la carga que arrastramos en la mochila, de lo interiorizadas que podemos tener actitudes y maneras de proceder con las que por el contrario no nos sentimos cómodos.
Conecto con la niña que fui y recuerdo los sentimientos que generan los gritos. Yo no quiero eso para mi hija, lo tengo absolutamente claro. También interiorizado. No quiero que los gritos secuestren mi manera de educar y guiar. No quiero que me invada la vergüenza, la culpa y la rabia. No quiero sentir decepción por mis actos, no quiero sentir una inmensa tristeza.
Se que soy humana y que cometer errores es una condición innata y natural del ser humano. Pero cuando esos errores entran en conflicto con mis valores y principios respecto a la crianza y la educación de nuestra hija, llego a ser muy dura conmigo misma. Necesito serlo.
Tengo que ser dura y crítica conmigo misma para conseguir cambiar lo que no me gusta de mi; para vencer lo que genera daño.
Me enfrenté al monstruo sin miedo y con convicción. Entendí la carga del pasado, comprendí que eso podía cambiar. Sentí la imperiosa necesidad de que así fuera .
Un trabajo duro pero muy gratificante, del que no sólo me he beneficiado yo, sino y lo que es más importante; la mayor recompensada es mi hija. Ella lo merecía.