Cuando empiezas a organizar y simplificar tu casa tarde o temprano te enfrentarás a tus recuerdos. Sacando las cosas del altillo o de algún armario poco utilizado parece que estás accediendo a emociones casi olvidadas: recuerdas el pasado como si hubiera sido ayer, y no te ves capaz de separarte de sus representaciones.
La rosa seca guarda el recuerdo de tu primera cita inocente cuando apenas tenías 16 años.
La chaqueta desgastada contiene los recuerdos de aquellas viajes en moto cuando aún no tenías coche.
Las figuritas de cerámica heredadas de tu abuela son la sede de los recuerdos de infancia que pasaste en el jardín de la matriarca de la familia.
Cada objeto despierta una nueva emoción y te lleva a un viaje imaginario al pasado. Llena de emoción lo vuelves a guardarlo en su caja para meterlo nuevamente en el altillo.
Los recuerdos escondidos
¿Cuándo fue la última vez que revisaste las cosas del altillo o de aquel rincón olvidado? Normalmente las emociones suelen ser más fuertes cuanto más tiempo pasó desde que las viviste la última vez. O sea, recordaste todo con tanta nitidez, porque normalmente no le das ni la mínima importancia. ¿Por qué, sino, estás guardando todas estas cosas fuera de tu vista y fuera de tu alcance?
Muchas veces el recuerdo es bonito, digno de recordar, pero su representación ya no se ajusta al momento actual de tu vida. La rosa seca es solo una sombra de su esplendor inicial el día que te la regalaron. La chaqueta es tan desgastada que hoy en día te da vergüenza vestirla en público y las figuritas de cerámica… en el fondo sentirías alivio si algunas se romperían por arte de magia, liberándote de la obligación de guardarlas en algún lugar. Claro que eso nunca lo admitirías en voz alta, ni siquiera frente a ti misma. Pero la realidad es la misma: las cosas te molestan, pero los recuerdos te impiden deshacerte de ellas.
Liberar los recuerdos para despedirte de las cosas
Entre tantas cosas y tantas emociones es fácil olvidarse de una idea clave: Los recuerdos son pensamientos y por lo tanto viven en tu cerebro, no en una chaqueta desgastada o una figurita fea. Así de sencillo. Los recuerdos son tuyos, y aunque ya no tengas el objeto, este recuerdo no se va borrar simplemente de tu mente. Lo único que necesitas para mantener el acceso directo a tu recuerdo es crear un nuevo vínculo de acceso.
Tira la rosa descolorida y seca y en su lugar, permítete el lujo de tener una única rosa del mismo color en el recibidor de tu casa.
Dona las figuritas de cerámica a un coleccionista y quédate únicamente con un único ejemplar, expuesto en la estantería de la sala.
Ponte la chaqueta desgastada una última vez y pide a tu vecino que te preste su moto para una sesión de fotos.
Has creado nuevos acceso a tus recuerdos. Un acceso que no tienes que es esconder de tu familia, de ti misma o de las personas que te visiten en tu casa. Puedes compartir los recuerdos relacionados con esta rosa o aquel figurín, o puedes guardarlo para ti.
¿Cómo puedes facilitar tu propio acceso a tus recuerdos sin el estrés de demasiadas cosas en casa?