Revista Deportes
Los medios de comunicación españoles andan escandalizados estos días porque la prensa europea señale el doping masivo en el deporte-espectáculo español como causa última del inesperado alud de éxitos deportivos de un país, que si por algo se había distinguido históricamente es por la sucesión inacabable de sus fracasos en las competiciones internacionales de cualquier modalidad deportiva.
Y sin embargo, hace años que las sospechas sobre dopaje masivo planificado por clubs y organismos deportivos planean sobre el deporte español, el profesional y el falsamente amateur. Recuerden que en los años noventa se produjo un verdadero desembarco de preparadores deportivos provenientes de países del Este de Europa, cuyos métodos de dopaje planificado impulsado desde instancias estatales son conocidos de sobra, sobre todo por las repercusiones físicas y mentales que han tenido sobre los deportistas que lograron aquellos éxitos tramposos al servicio de la propaganda de los regímenes comunistas.
Una serie de artículos de LE MONDE publicados hace cuatro o cinco años acusó a los principales equipos de fútbol profesional españoles de planificar el dopaje de sus plantillas a través de sus propios servicios médicos y técnicos en función de las exigencias del calendario de competición. De eso hace ya unos años como digo, y las protestas que se levantaron entonces entre los clubs aludidos fueron más bien formales y discretas. El FC Barcelona exigió que se limpiara "su honor" (aunque por si acaso, aquella misma temporada dio de baja a todo el cuadro médico y técnico al que pudiera relacionarse con el asunto), y otros clubs señalados, como el Real Madrid o el Valencia, ni siquiera protestaron más allá de alguna suave nota de prensa reivindicando su honradez en estos asuntos.
El caso del ciclismo es bien conocido de todos, y el atletismo español lleva años produciendo escándalos como el de Marta Domínguez, presunto vértice de la presunta red de dopaje extendida especialmente por los presuntos centros de alto rendimiento deportivo oficiales, cuyas conversaciones telefónicas grabó (nada presuntamente, por cierto) la policía, desvelando una trama que controlaba y se lucraba con el dopaje a gran escala y en la que participaban médicos, entrenadores y atletas de referencia, cuyos beneficios por lo demás han ido a parar (presuntamente, faltaría más) a acreditados paraísos fiscales. Las investigaciones policiales fueron dinamitadas desde la política y los medios de comunicación, y hoy Marta Domínguez es senadora del Partido Popular y se apresta, dice, a participar en los Juegos Olímpicos de Londres de este verano. Por el camino eso sí, desapareció Jaime Lissavetsky, el zar político del deporte español durante años, quien abandonó su cargo discretamente en plena tormenta, sin que nadie se haya atrevido a pedirle responsabilidades de ninguna clase por una gestión desde la cumbre del deporte español más presuntamente ciega que la del Banco de España en relación a los trapicheos de bancos y cajas de ahorros.
Ahora resulta que un programa humorístico francés acaba de hurgar en la herida, cuestionando por la vía de la sátira los éxitos de renombrados deportistas profesionales españoles. La reacción conducida por la llamada "prensa deportiva" se ha visto ultrapasada por la considerada "prensa seria", que no ha andado lejos de pedir la declaración de guerra al archienemigo gabacho, ése que envidia nuestros éxitos, nuestro sol y nuestras mujeres, por poner solo unos ejemplos tradicionales en esta clase de argumentaciones o mejor, de eructos mediáticos. Los políticos se han apuntado cómo no al bombardeo, y el Gobierno español ha hecho el ridículo mundial protestando por vía diplomática ante el Gobierno de Francia. Peor todavía, uno de estos ministros franquistas postmodernos que padecemos ha tenido las gónadas de decir en público que "la libertad de expresión ha de tener un límite". Naturalmente un fascista como él ignora que la libertad de expresión para ser tal no puede tener límites porque de tenerlos deja de ser libertad de expresión, y que en todo caso cuando alguien piense que existe un comportamiento delictivo lo que debe hacer es recurrir a los tribunales en vez de compartarse como un ministro de Propaganda de Franco. Claro que en los tribunales franceses se imparte justicia en vez de escarnecerla como ocurre en España (véase el caso Garzón), así que pocas posibilidades hay por ahí de que prospere el intento de cerrar bocas molestas allende nuestras fronteras.
Y es que al cabo, hay mucha gente viviendo espléndidamente de los éxitos "fake" o reales del deporte español. Los primeros, los deportistas, que cobran desmesurados salarios, dietas, primas...; luego los clubs, que amasan fortunas a través de la publicidad, patrocinios, derechos de transmisión etc, por hablar solo de actividades legales, que ya conocen ustedes el peso del ladrillo en las directivas de la mayoría de grandes entidades deportivas españolas, al menos en el fútbol profesional; naturalmente está "la prensa", que vive estupendamente de la idiotización colectiva de un país entero, que con la que está cayendo en el orden económico y social vive sin embargo literalmente pendiente de la talla de los calzoncillos de sus héroes. Y evidentemente están los políticos, que no pierden ocasión de excitar los bajos instintos agrupados en eso que llamamos patriotismo, esa droga dura que desde hace unas décadas se nos regala asociada a los éxitos deportivos de nuestros campeones. Ahora todos esos paniaguados y beneficiados gritan a coro su indignación porque en Europa cada vez hay más voces que señalan con el dedo el engaño.
Como siempre, cabe el españolísimo recurso al "¡Y tú más!". Pero ¿no habíamos quedado en que nosotros los españoles, somos lo lo más grande y limpio que puede haber en el mundo entero y que por eso nos envidian?.
En la foto que ilustra el post, la atleta Marta Domínguez celebra uno de sus éxitos antes de ser detenida en el marco de la Operación Galgo.