Revista Cine

Dos colores

Publicado el 26 octubre 2023 por Jesuscortes

En uno de los últimos puestos del ranking de cineastas de mayor personalidad y ambiciones de entre los de su generación, estaría Rudolf Thome, ochenta y tres años y aún vivo. Tal vez en otros tiempos, lejanos incluso ya para el momento de su debut, cuando se pudo ser uno de los mejores de la segunda fila, hubiese ocupado un lugar más digno, pero esa es otra historia... del cine.

No tiene por ello nada de extraño que desde que iniciase su andadura a finales de los años 60 y hasta su aparente retirada en 2012, fue recurrente cada vez que aparecía una nueva obra suya que volviera la misma canción que recordaba que era el sucedáneo de un grande, "el Rohmer alemán" lo llamaron, sin muchos argumentos o ninguno concreto a favor más allá de fondos y ambientes, porque ninguna de las constantes que vertebran el cine de Schérer le preocuparon, ni es didáctico ni pictórico, aunque sí romántico y erótico.

Lo que sí son las películas de Rudolf Thome es poco importantes, tan despreocupadas por trascender que se dirían hasta felices. No hay orden en su filmografía porque no hay puntos de inflexión o fases, ninguna de sus obras es inequívocamente la más conocida y de las treinta que filmó ni una fue sobrevalorada, ni disfrutó de oportuno malentendido alguno que desviase su camino.

DOS COLORES
La tentación de elegir una de las más insólitas para tratar de conocer mejor su obra - y las tiene bastante extravagantes, sobre todo a medida que avanzaba su carrera y más libre se sentía de hacer lo que le viniese en gana - puede ser un tanto contraproducente, quizá un inconsciente intento de acortar esa brecha que le separa de los Schroeter, Syberberg, Kluge y compañía o de desmentir - ¿para qué? - el nexo con el cine del gran maestro francés, con lo que prefiero hacer exactamente lo contrario y mirar a la más equilibrada y sobria de todas las que conozco, "Liebe auf den ersten Blick" de 1991.Puede presentarse "Liebe...", aprovechando un cartel tan ad hoc, como la película de la reunificación tras la caída del muro, la película de la nueva Alemania donde ya es posible el romance de un arqueólogo de la antigua RDA y una socióloga berlinesa, la película donde el pasado y el futuro se enamoran... pero en sus imágenes late otro sentido. Más bien diría que "Liebe auf den ersten Blick" es la crónica de un contratiempo, que no hay manera de resolver sin darle la vuelta al curso no de una sino de dos vidas, la historia de una relación entre dos personas que tenían asumido su presente y así habían conseguido olvidar el pasado que se dan cuenta de que deben capitular y comenzar de nuevo. Ella se siente arrastrada sin remedio a algo que probablemente ya le causó mucho dolor antes y él, desconcertado por todo lo que la iniciativa de ella le conduce a hacer, se consiente la reticencia a sabiendas de que será por poco tiempo.  Es "Liebe auf den ersten Blick" la rigurosa, sensible y nada intervencionista filmación de todo ello, sin los aditamentos dramáticos de cualquier guion al uso, lo cual le otorga una inusitada originalidad, pero no por ello un film libre de amenazas sobre las cabezas de los personajes y que están tan precisamente expuestas que un encuadre o un silencio ya pueden cargar la duda y alimentarla: la inseguridad y la incomodidad, la desatención a los niños, volver a subirse a un vehículo (para él), el examen paterno (para ella) y en definitiva cuestionar la fuerza que impulsa a cambiar lo que funciona.
 
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A veces todo es tan sencillo como exponer desde el comienzo la moral, que son las intenciones y los límites de toda obra, con los medios del cine, el encuadre, el montaje, la distancia, el ritmo de las transiciones o el uso de elipsis. En "Liebe auf den ersten Blick" se afirman desde el primer travelling en movimiento, desde que Zenon se sube a la bicicleta y la cámara lo acompaña, a su ritmo. De eso se va a tratar, de ir de la mano, sin apremiar ni presionar, observando de cerca. Así sucedía en el cine de Frank Borzage, con el que además comparte escenarios humildes, una extraña fuerza irradiada en todas direcciones en cuanto surge el amor y hasta una unión de la pareja, improvisada, al borde del mar, sin iglesias ni oficiales constataciones. No hay espectáculo más degradante que la intimidad robada y exhibida ni otro mayor que su justa y consentida revelación. No cayó Thome afortunadamente en la tentación de convertir esta sencilla idea en una pieza de cámara ni le pudo el prurito de filmarlo por encima de su lógico y doméstico devenir, tomando como una excusa y poco más lo que sucede entre sus dos intérpretes, la maravillosa Geno Leckner y Julian Benedikt, debutantes ambos. De lo que no estoy tan seguro es de si era consciente de estar filmando una  película del mañana, una película donde una mujer decidida e independiente toma todas las decisiones, siendo igual o más femenina que antes de iniciarse el relato, sin subrayados ni argumentario aprobado de ninguna clase, sin subvertir o travestir tradición alguna y, sobre todo, sin proclamarlo ni comentarlo siquiera. Ya debe faltar menos.

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